POR JAVA Ansiosa espera. Eran las seis de la tarde del pasadoviernes y la gente ya se agolpaba ante las puertas del Palacio delas Bellas Artes en espera de su ídolo caído… incinerado. Yaestaban instaladas las unidades móviles de televisión. Rostrostristes, compungidos, desencajados unos, llorosos otros, pero lagente con el alma en vilo tarareando melodías de Juan Gabriel.
La espera era larga, desesperada porque ya querían estar cercade la urna funeraria conteniendo las cenizas del divo. El puebloquería estar cerca de él, al menos espiritualmente.
Gente de diversos estratos sociales, de diferentes edades,llegada de zonas tan distantes como Chimalhuacán o de Ecatepec, oincluso de provincia; de puntos lejanos, concentrándose en untumulto de dolor, pero también de alegría por toda esa músicaque nos dejó el buen Juanga.
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La gente permanecía ahí el sábado a pesar de la amenaza delluvia, cuyo tono gris acompañaba las horas tristes, depesadumbre, eran decenas y después centenas de personas las queaguardaban estoicas el momento cumbre, como si aquello fuera unshow de Juanga a punto de comenzar. Es que querían imaginarlocantando en el escenario, contoneándose muy a su estilo, sudando amares, pero regando disfrute y sentimiento a sus fieles seguidores.Esos mismos seguidores que ahí lo esperaban.