Una noche de bohemia, de esas en las que se han forjado tantos compositores mexicanos, el escritor Gabriel García Márquez le pidió a Armando Manzanero que le enseñara a escribir boleros. El yucateco aceptó. Le dio claves, secretos y consejos. El colombiano no pudo. “Es la vaina más difícil que hay”, declararía años después el Nobel de Literatura cuando le preguntaron por qué estaba detenido su proyecto musical en México.
El plan era simple: García Márquez haría los versos y Manzanero los musicalizaría. Pero el autor de Cien años de soledad tuvo claro, desde el primer momento, que el bolero no es cualquier cosa: “¿Te imaginas meter toda una cantidad de argumentos en siete u ocho líneas? No hombre, ¡eso es lo difícil!”.
▶️ Mantente informado en nuestro canal de Google Noticias
Esa capacidad que tenía Armando Manzanero para trazar sentimientos tan profundos en pocas palabras se debe, en buena parte, a la cultura maya en la que se crió y la cual utiliza constantemente figuras retóricas sencillas para explicar cosmogonías enteras, desde batallas épicas hasta la creación del mundo.
“Siempre tuvo un apego especial por su tierra. Hablaba maya con su abuela y tenía una gran capacidad para crear melodías universales. Las historias de su comunidad lo influenciaron como músico y como persona. No por nada siempre hablaba de su infancia y de cómo fue educado por una familia de origen maya que se entregaba a la música de tiempo completo”, dice en entrevista Pável Granados, director de la Fonoteca Nacional, la institución encargada de preservar el patrimonio sonoro de México.
Textos como los Anales de los Cakchiqueles o el Popol Vuh son muestras de la gran capacidad que tenían los mayas para contar historias de gran complejidad mediante metáforas sencillas. Las canciones de Armando Manzanero, dice Granados, son una suerte de poemas populares que hallaron eco en decenas de generaciones y en cientos de latitudes, desde los viejos trovadores y bohemios de los años cincuenta hasta la última generación de Reik o Pablo Alborán, pasando por un Luis Miguel que ya no quería grabar más éxitos pop hasta un Elvis Presley que cantó como pocos It’s impossible, versión en inglés de Somos Novios.
“México ha perdido a uno de sus grandes compositores, a alguien que llevó sus canciones más allá de nuestras fronteras y que, con su idea del amor, defendió la tradición de la música romántica en castellano contra todas las nuevas corrientes anglosajonas que llegaron a México desde los años sesenta”, considera Granados.
De hecho, poco después de recibir su Nobel de Literatura, García Márquez escribió, en una columna para la revista Proceso, que Manzanero era “uno de los más grandes poetas actuales de la lengua castellana”. Aquella declaración generó escozor entre los círculos intelectuales que se oponían —y se siguen oponiendo— a ver la música popular como una expresión artística sublime y sofisticada. “Hasta perdí la amistad de algunos escritores sin sentido del humor”, dijo años después el colombiano.
Aunque no se limitó nunca a la trova yucateca, Manzanero encontró en ese género el primer camino para una carrera monstruosa: más de 800 canciones y más de 50 temas en la cima de las listas de popularidad. La Sociedad de Autores y Compositores de México (SACM) lo ha considerado como uno de los compositores más prolíficos del siglo XX. Un olimpo que sólo comparte con Agustín Lara, José Alfredo Jiménez y Juan Gabriel.
Forjado en el romanticismo yucateco de músicos como Guty Cárdenas o Ricardo Palmerín —sus dos grandes ídolos—, Manzanero fue un férreo defensor de la música peninsular. Su compromiso lo llevó a crear, en 2015, el Concurso Nacional de la Canción-Premio Armando Manzanero Yucatán 2015. Aquella tarde, durante la inauguración del evento, dijo: “La trova debe resurgir y es responsabilidad de nosotros los artistas que este legado cultural se mantenga y crezca. La inspiración de los yucatecos se debe a que vivimos cerca del mar, porque tenemos un cielo de lo más maravilloso, porque la luna se ve mejor cuando amanece que cuando anochece, porque en Mérida hay mucho aire, aroma de la hierba, mojada o quemada”.
Incluso su nacimiento fue al más puro estilo de la tradición maya: sin sanatorio, sin médicos, sin enfermeras. Sólo una tía con vocación de curandera fue la que lo recibió sobre una mesa de cedro el 7 de diciembre de 1935 en Mérida.
Como cualquier indígena maya, Manzanero tenía una admiración profunda por los ancianos, especialmente por su abuela, a quien le dedica un capítulo completo en su libro de memorias, Armando Manzanero. El primer paso (2012).
Muchos recuerdan el concierto que el compositor yucateco dio en octubre de 2008, en Chichen Itzá, al lado del tenor Plácido Domingo. Esa noche, Manzanero decidió cantar su gran éxito, Adoro, en homenaje a su abuela.
“Quisiera contarte a ti y a todos los presentes, que mi abuela me trajo a Chichén Itzá cuando yo tenía 10 años. La convivencia con ella siempre se dio en maya, y ella se fue de este hermoso y bendito mundo sin hablar español. Te voy a decir un pedazo de cómo se la hubiera cantado”, dijo Manzanero en aquella ocasión.
Su padre Santiago Manzanero también fue un músico reconocido de la década de 1920. Grabó discos con Guty Cárdenas y fue fundador de la Orquesta Típica Yukalpetén, la cual se encarga de rescatar la música tradicional yucateca desde 1942. Su madre, Juana Canché, fue bailadora de jarana y fue ella quien lo introdujo en ese ambiente tan festivo que tienen los habitantes de la Península.
“Lo querían muchísimo en su estado. Él siempre tenía una anécdota que contar sobre la música yucateca. Conocía a todos los compositores yucatecos, porque aunque algunos de ellos fueran desconocidos, él se sabía una historia sobre ellos. Hemos perdido a un conocedor de nuestra música y a un creador verdaderamente universal”, recuerda Granados.