Cuando le preguntan sobre el éxito de Queen, el guitarrista del grupo, Brian May, responde que fue la naturaleza. Y sostiene que nunca ha habido ni habrá dos hombres como Freddie Mercury. La ciencia respalda esta versión.
Un estudio publicado por la revista Logopedics Phoniatrics Vocology en 2016, asegura que Mercury era capaz de ampliar su canto a cuatro octavas porque su voz no emanaba de sus cuerdas vocales, sino de sus cuerdas ventriculares, una característica que sólo es encontrada en algunas etnias siberianas y eslavas.
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Pero eso no es todo. Aquella voz que con tanta soltura canta Bohemian rhapsody es amplificada de forma, también, natural. Su gran mandíbula y sus dientes largos —concluye el estudio— fungían como una caja de resonancia. Freddie jamás creyó que los rasgos por los que se burlaban de él en la escuela algún día serían los propulsores de su carrera artística.
A 30 años de su muerte, Freddie Mercury se afianza como ídolo pop. Durante la cúspide de Queen, la prensa le preguntaba qué se sentía ser el tipo más amado del mundo. Él respondía: “Sólo soy una prostituta musical”. El tiempo comprueba que estaba equivocado.
Su homosexualidad fue confusa y discreta, al menos en escándalos. En su vida diaria, Freddie no era la clase de hombre que alardeaba del gay proud. Eso era algo que dejaba para la teatralidad de los escenarios, con sus presentaciones eróticas, vestimentas con lentejuelas y fantasía y esos despliegues tan operísticos y dramatizados con los que cautivaba al público. Alguna vez Freddie Mercury dijo que a él no lo amaban las multitudes, sino que él amaba a las multitudes. De algún modo, Queen fue la banda que cimentó las bases de lo que hoy, en cualquier parte del mundo, es un show de rock: masas enardecidas a un mismo coro.
Los biógrafos —siempre no oficiales— de Freddie Mercury coinciden en que su vida estuvo colmada de excesos, aunque la prensa solía exagerar algunas situaciones, sobre todo sentimentales. Su homosexualidad no era pública y, al menos durante su vida, nunca fue considerado un icono gay, algo que se retrata bien en la película Bohemian rhapsody (2018), de Bryan Singer.
Un hito importante en que concuerdan los analistas de la vida de Freddie es el que tiene que ver con los clubes gay de Nueva York. Allí, el vocalista de Queen encontró su esencia y, sobre todo, su estética.
A finales de los 70 —escribe Mick Rock en Freddie Mercury: la biografía definitiva (1997)— el originario de Zanzíbar conoció a uno de los integrantes del grupo Village People, que por entonces ya empezaba a pintar de atributos gay a los arquetipos del machismo en Estados Unidos: el obrero, el bombero, el biker, el policía, el indio y el soldado. Ese momento, según Rock, cambió a Freddie para siempre.
También hubo otros clubes gay donde Mercury solía pasar su tiempo libre. Son de sobra conocidas las anécdotas sobre las maratónicas fiestas entre Mick Jagger, Elton John y David Bowie en lugares como Stonewall o The Andvil.
Días antes de morir a causa del sida, el cantante le dijo a su amiga Montserrat Caballé que “cada uno en la vida tiene su camino y lleva su equipaje, y dentro de éste están todas las cosas que debemos cargar hasta el final”.
Caballé nunca supo a qué se refería Freddie Mercury con exactitud. Lo cierto es que dejó canciones que no dejan de sonar. Y, sobre todo, un instructivo para ser libre.