Hace ya quince años de que Camilo Lara, entonces ejecutivo de una casa discográfica, ideó y grabó su primer álbum bajo el alias de Instituto Mexicano del Sonido (IMS), un trabajo realizado completamente en su computadora.
Desde entonces, el proyecto que inició como un gusto personal, en aquel entonces muy orientado a estilos como el cha cha chá, la cumbia y la electrónica, fue mutando poco a poco y convirtiéndose con el paso de los años, y de los siguientes discos, en un acto prominente dentro del panorama de la música iberoamericana.
Este 2021, en medio de la pandemia del Covid-19, Lara da a conocer los tracks de su séptima producción discográfica, que funge también como un homenaje a la Ciudad de México, antes conocida como Distrito Federal.
Viendo en retrospectiva la época de sus inicios, Camilo asegura que muchísimas cosas han cambiado, aunque en esencia el IMS sigue siendo el mismo proyecto.
Sin embargo, también encuentra similitudes con aquel momento de su debut (Méjico Máxico):
“Ese disco es producto de la ignorancia, de no saber cómo usar un programa de audio como ProTools, y este último disco también (risas), porque fue el primero que hice en otro sistema que se llama Ableton, pero lo hice con la misma ignorancia que hice el primer disco”.
El músico recuerda que cuando grabó su primer disco, el encargado de la mezcla y masterización, Alejandro Giacomán le dijo: ‘el disco está muy bien, pero tiene un problema: lo grabaste en mono y no en estéreo’ por lo que tuvieron que hacer algunos trucos para que sonara correctamente.
Otra de las formas en que el IMS regresa en cierta medida a sus raíces es la utilización de sampleos:
“En aquel disco (el primero) había puros samplers, todo estaba generado así, creo que no tenía ni sintetizadores, o si acaso un par, y durante todos estos años estuve haciendo discos que cada vez iban siendo más orgánicos y con menos samplers, pero en los últimos años como que decidí que igual y sí me gustan mucho, y que eran parte importante de cuando empecé a hacer música, así que este disco tiene otra vez muchos samplers… vuelvo a usarlos como un instrumento más”.
Otro elemento que no figuraba mucho al principio de tu carrera y que se fue incorporando poco a poco es la voz. ¿Cómo te asumes frente al micrófono?
Sí, el primer disco era instrumental; tenía muchos efectos para que no se dieran cuenta de que estaba cantando, pero cuando empecé a tocar con instrumentos me di cuenta de que para poder conectar con la gente tenía que cantar… o gritar, o lo que pudiera hacer… Creo que me tomó varios discos entender hacia dónde quería que fuera mi voz, en qué me funcionaba y en qué no, porque hay algunas cosas que me gustaban y otras que digo: ‘¿Por qué hice eso?’ Pero ya a la distancia, sé que tuve que pasar por todo eso; son procesos, vas encontrando qué te gusta, qué no… Ahora como he tocado mucho en vivo con los últimos discos, pues muchas de estas nuevas canciones ya están pensadas para tocarse en vivo, para que la gente las coree, las cante, brinque y baile.
Este nuevo disco es un homenaje al antes llamado D.F.
Sí, cien por ciento… Cuando le cambiamos de nombre al D.F. me sentí súper adolorido, porque me parecía una falsa modernidad, como cuando Madonna se puso MDNA. Luego vas viendo cómo esa ciudad va cambiando poco a poco y que empiezan a desaparecer los taxis verdes, las tiendas de la esquina, todo lo que a mí me gustaba en el D.F. de los noventas, que fue en el que crecí… Hoy esa ciudad tiene cosas mucho mejores, más funcionales y habitables, y también cosas espantosas que son las que le pasan a todas las ciudades… Desde los aztecas, el D.F. ha cambiado cuatro veces de nombre, entonces seguramente el que le tocó vivir a Bolaño ha de ser muy diferente al que me tocó vivir a mí, ¿no? Entonces yo quería retratar esa ciudad, y el arte gráfico del disco tiene mucho de eso porque es una especie de códice que va desde la caída mexicana hasta la llegada de los OXXOs y todo está representado en ideogramas.
¿Cambiarías a la Ciudad de México por otra?
Pues he tratado. En los últimos años estuve yendo y viniendo a Los Ángeles, pero no… La verdad es que no. Me sigue gustando y emocionando mucho vivir aquí, no me veo viviendo en otro lado, me sigo sintiendo conectado de alguna forma”.
Cuentas con grandes colaboradores en esta grabación.
Sí, la colaboración con Graham Coxon (Blur) fue increíble. Vino al estudio y grabó muchas de las guitarras del disco, tal vez unas seis. También grabé con Cuco, que me gusta mucho y con quien fue muy divertido trabajar. Hay otros personajes, como una rapera que se llama Bia, o La Perla de Colombia, que es un conjunto de percusión que busca en las raíces de la cumbia… Y todo esto lo grabé con Dan the Automator, quien fue el productor que hizo a Gorillaz, entre otros proyectos. Fue muy padre ese proceso, porque él me enseñó a usar otro programa de música y a hacerlo de otra forma, por lo que fue como el mentor del disco. Y fue muy divertido ver cómo corta los samplers, ya que él viene del hip-hop.
¿Qué nos puedes decir de “My America Is Not Your America”?
Esa canción la hicimos en el momento más álgido del Trumpismo, cuando se estaba hablado del muro y esas cosas, y se trataba de pensar en que la América de los nortemericanos radicales fundamentalistas y de los rednecks no era el mismo que el de la gente que viaja o que piensa de otra forma. Mi América son los mapuches, los argentinos y el Amazonas, entonces era un poco jugar con esas dos partes…
¿Y de qué trata “La balada de la aspirina”?
Esa fue de las que grabé en San Francisco con Dan the Automator, y le pusimos así por la idea de la aspirina como algo que hace que se te pasen los dolores; era como un atenuante de los dolores del corazón. Fue una canción que yo quería que tuviera este lado dub, por eso es quizá la más tranquila del disco. Curiosamente después, ya que acabamos el disco, tuve una sesión con Lee “Scratch” Perry y cuando se la enseñé más bien la odió (risas) porque me dijo: “Eso no es reggae, ¿qué te pasa? No quiero hacer eso”, e hizo otra canción (“El antídoto”). Por eso ahora ya hasta me da pena decir que es una canción reggae o dub.
En “The lunatics” incursionas en otro estilo que creo que es nuevo para ti.
Sí, es una especie de banda pero edulcorada, porque la banda que lo hizo fue una banda mixe, oaxaqueña. A ellos los conocí en el proceso de grabación de Coco, y la verdad es que en su cabeza hacen banda sinaloense, pero son mixes oaxaqueños, entonces les sale otra cosa, porque están más cerca del Balcán que de Sinaloa. Me parecía muy divertido hacer un cover de “The lunatics”, que es una canción de los ochentas que me parecía muy cargada políticamente y muy interesante hacerla ahora.
Difícilmente volverán a realizarse conciertos en el corto plazo. ¿Crees que podrás presentar estas canciones en vivo?
Sí… yo creo que no. O sea, había muchas ideas para presentarlo, pero ya pasó un año; ahorita no estoy pensando en tener shows ni en montar cosas, porque no sé cómo van a venir los tiempos. Para mí es un disco que ya se quedó como de estudio y nada más.
¿Y habrá remixes de algunas de estas canciones? ¿O qué más harás con el disco?
Sí, supongo que habrá un par de remixes, irán saliendo cositas pero no sé bien. Fíjate que ahora que me preguntas, ¡no sé qué voy a hacer! (risas) Algo haré…
¿Qué es lo peor que se ha dicho sobre el IMS en cualquier parte?
Es que se ha dicho tanto (risas) que es difícil… Bueno, creo que a muchos les causaba repele que mi instrumento fuera el sampler; en su cabeza nunca fui músico porque solo usaba un sampler o porque decían que era DJ, aunque nunca fui DJ en realidad. Pero creo que inclusive a mi mamá, le costó muchos años decir que yo era músico”, y solo decía: “Pues hace ahí, sus cosas raras”. Nunca lo pudo afrontar, hasta hace muy poco, el hecho de que no toco la guitarra ni el bajo, como lo hace mi hermano, por ejemplo.
¿Y lo mejor?
Lo que más me ha gustado fue cuando Ed O’Brien (Radiohead) me dijo que yo era como otro Herb Alpert, ya que también estuvo en una disquera y además de músico era productor… Me pareció muy halagador que me le recordara a él.
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