Nadie canta al desamor como Mon Laferte. La noche de este jueves, la chilena hizo gala de su fiereza indomable con una voz que, de la mano del bolero y la ranchera, parece haber encontrado un sello único después de casi 20 años de carrera.
Mon Laferte lleva viviendo varios años en México y eso se nota. Sus canciones se han vuelto más bohemias, como innegables consecuencias de juergas interminables en Garibaldi. Más de la mitad del concierto online que ofreció la noche del jueves estuvo compuesto por canciones viejas y nuevas coloreadas con arreglos que recordaron al México más dolido de la primera mitad del siglo XX. Eso sí, siempre con ese toque de balada latinoamericana que aprendió en su natal Viña del Mar, donde creció a la par de los primeros años de la democracia chilena tras décadas de dictadura de Augusto Pinochet.
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Llama la atención que Mon cante mucho tiempo con los ojos cerrados. Quizás no haya otra forma de cantarle al amor, que sólo siente lo que no se puede ver.
La soledad del recinto, apenas habitado por algunos músicos y unos cuantos técnicos, fue el eco perfecto para la soledad de su repertorio. Esta vez no hubo aplausos al romanticismo, aunque quizás sí muchos suspiros que acabaron empañando el celular, desde donde Mon sonrió al vacío digital.
Tacones rojo sangre, vestido azul con cerezas rojas y fleco rockabilly: Mon es tan suya como sus canciones, casi todas de dolor, pero sobre todo de amor que se confunde con sexo, con soledad, con melancolía.
Con una ejecución musical impecable y algunos requintos al estilo de Los Panchos, la primera parte del show fue dramática hasta el exceso. Su voz, sin embargo, fue un vendaval sin eco. Hay quienes todavía no se acostumbran a la nueva normalidad de los streamings.
Y hablando de tormentas, Mon alcanzó niveles de confesión irreparables cuando cantó “Vendaval”, un tema cuyos tres minutos no alcanzan para atesorar tantas dosis de sinceridad. En este tema, la chilena se siente extranjera en su ciudad y pide, con desesperación, un trocito de amor, una gota de piedad para la tempestad que la aprisiona en silencioso sufrimiento.
Enseguida fue el turno de “La Trenza”, canción en la que Mon recuerda cuando, de niña, le dijeron que debía “salir de la mierda”. Y vaya que lo hizo. Desde muy joven, se prometió ser libre. O, al menos, intentarlo. En esa búsqueda sigue la chilena.
La segunda parte del espectáculo fue mucho más animosa. ¿La culpable? La cumbia, un ritmo que ya mueve al mundo sin los prejuicios de los 80 o los 90. Entonces llegó el clímax con Amárrame, el éxito con el que, de la mano de Juanes, Mon Laferte llegó a la cima de las listas de popularidad en América Latina y Estados Unidos.
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El frenesí continuó con Plata Tá Tá, su canción de protesta. Un tema que en Chile rápidamente se convirtió en himno contra la desigualdad, los feminicidios, la injusticia y la corrupción. El fenómeno arribó luego a México y a las comunidades hispanas de Estados Unidos. No es, sin embargo, una canción que Mon ame del todo. “Hay canciones que desearía que no existieran, pero no puedo quedarme callada”, dijo hace unos días.
Sin un atisbo de agotamiento, Laferte dibujó la recta final de su show con El Beso, Mi Buen Amor, Paisaje Japonés y, por supuesto, con su más reciente sencillo: Que Se Sepa Nuestro Amor, una ranchera que canta al lado de Alejandro Fernández y que representa una bisagra creativa en su carrera.
El final fue lo esperado. Y sin transgredir la tradición, cerró con la canción que más le duele: Tu Falta de Querer. Una letra que nació del desconsuelo de quien sufre una infidelidad, pero que, paradójicamente, la convirtió en la voz protagónica de la canción pop latinoamericana.
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