Eric Clapton no decepcionó. Durante poco más de hora y media de música continua, el músico inglés demostró que, pese a sus 79 años, sus cualidades interpretativas siguen intactas, ante un remodelado e incomodísimo Estadio GNP.
En punto de las 21:00 horas salió con su banda, vestido con chamarra de cuero, bufanda, pantalones de mezclilla y sus tradicionales botas mineras. Escenario austero, sin juegos de luces ni artificios ni brillitos. Un espacio diseñado para que los músicos se lucieran y la gente pusiera atención a lo verdaderamente importante: las canciones.
Arrancó sin dar concesiones, ni lentitudes para ir “calentando” a la audiencia. Dos temas de blues que sonaron a gloria, bien tocados, con un sonido (hay que reconocerlo) impecable de la arena: Key To The Highway y Hoochie Coochie Man, dos clásicos de los bluseros eléctricos de Chicago, entre ellos Muddy Waters y Big Bil Broonzy, sus influencias más marcadas desde la infancia.
Blues como tiene que ser tocado, con la guitarra de Clapton limpia, con sus fraseos educados y sin florituras innecesarias. Con versiones extendidas, sin mezquindades de tocar tres minutos cada rola y ya.
Siguió con sus éxitos de Cream, Bluesbreakers y Derek and the Dominoes que corearon los 33 mil asistentes al concierto.
Noche fría pero sin lluvia. La mayoría de los presentes peinando canas, bien comportados en general. Pocos borrachos, casi nada de olor a “mota”. Largas filas constantes en baños de hombres porque las próstatas no aguantan ya tanto a estas alturas.
La segunda parte del recital fue el acústico, sentado, interpretando blues más reposados y culminando con Tears In Heaven, que el público coreó.
La tercera parte fue la intensa. Se levantó y retomó la guitarra eléctrica, con una serie de interpretaciones para que se lucieran los músicos. A saber: Nathan East (bajo / voz), Doyle Bramhall II (guitarra / voz), Sonny Emory (batería), Chris Stainton (teclados), Tim Carmon (Hammond / teclados), Sharon White (coros) y Katie Kissoon (coros). Impecables.
Apareció con guantes con sus dedos descubiertos. El frío calaba.
Se columpiaron con una versión larga de “Crossroads”, el clásico del viejo bluesero casi prehistórico Robert Johnson, que de una versión cruda original, Clapton la lleva a altitudes impresionantes en lo que en su momento fue llamado el movimiento del “blues eyes blues”, respetando la base pero metiéndole ritmo eléctrico.
Y cerraron esta parte con “Cocaine”, versión de más de seis minutos donde destacaron los solos de teclado de Stainton, su viejo amigo escudero desde hace más de 40 años; el de guitarra de Bramhall II, el texano que, dicen, tocó en la banda de Stevie Ray Vaughn; y el excepcional órgano de Tim Carmon, quien no escatimó en la improvisación y no hizo extrañar a ninguno de los grandes tecladistas del género como John Mayall. Una joya escuchar este momento.
Al acabar, Clapton se fue como si ya hubiera sido todo. Nunca interactuó con el público, nunca unas palabras para los mexicanos. Llegó e hizo lo suyo (que no fue poco). Sin más. Sin versiones locas de rolas mexicanas, como hicieran hace poco Bruno Mars y Metallica en este mismo recinto.
Regresó al encore acompañado de su abridor Gary Clark Jr., fino guitarrista, ganador de cuatro Grammys. Clapton portó una guitarra pintada con la bandera palestina, causa que ha abrazado desde que Israel comenzó sus ataques a Gaza y volvió al blues puro. Gran cierre con el clásico “Before You Acuse Me”.
De nuevo los solos de todos los músicos, incluido él, por supuesto, con un riff intermedio de “Hideaway”, una pieza que a Clapton le gusta mucho. Once minutos sin concesiones, intensos, sin errores de interpretación en una melodía complicada, muy técnica, llena de trampas para músicos novatos pero no para estos experimentados. Gran final. 10:45 de la noche, no más, no menos.
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Cierre tipo teatral de todos los músicos abrazados y agradeciendo la ovación. Una noche de música intensa, fina. Una noche de guitarra.