La última vez que vi a Kiko Veneno fue en 2014. Quedamos para desayunar en una fonda bastante modesta, más bien cutre, enfrente del hotel donde se hospedaba, en la zona menos glamorosa del Centro Histórico de la Ciudad de México.
Recuerdo con claridad que el músico español tenía hambre, no sólo porque eran las 9 de la mañana y nos esperaban unos chilaquiles con huevo y café americano, sino porque, a pesar de ser una leyenda viviente de la música pop, sentía que, al menos de este lado del charco, no se estaba explotando al máximo su carrera.
En aquella ocasión, el autor de clásicos como “Echo de menos” y “Volando voy” me pedía referencias de promotores o sellos discográficos con los que pudiera trabajar en Latinoamérica. Yo le mencioné dos o tres, mientras pensaba que era irónico que una figura de su tamaño e importancia no tuviera en su buzón de correo no una, sino diez propuestas de gente que quisiera trabajar con él y editar su música por estos lares.
Kiko Veneno tenía hambre de llegar más lejos en nuestro continente, pero la incipiente industria no le ofrecía muchas opciones.
Por fortuna, su ímpetu y talento parecen inagotables. Luego de publicar un disco en vivo y otro de estudio llamado Sombrero roto (2019), el artista está de regreso con una grabación llamada precisamente Hambre, que da cuenta de un Kiko Veneno en plena forma, vibrante y pertinente.
Él, con toda la modestia que le caracteriza, dice que no puede respaldar esa apreciación, pero que es justo lo que pretende:
“Eso es lo que quiero hacer: Música fresca que haga sentir y disfrutar a la gente, así que estoy muy contento de que así lo percibas y de que pienses que he conseguido parte de mi propósito”, me dice ya no en persona, sino vía telefónica desde Portugal.
Hambre es un compilado de nuevas canciones que abordan diferentes sentimientos: Hay alegría, tristeza, deseo y urgencia en varios de estos temas.
“Sí, intenté siempre que hubiera alegría, que hubiera tristeza y que hubiera lo que hay en la vida humana, dar un abanico amplio, porque me crié en esa devoción por la música con una estructura del pop de los años sesenta, donde realmente todos los géneros eran válidos, desde los más dramáticos hasta los más cómicos.. Me interesaba mucho dar ese abanico”, cuenta.
El dominio del algoritmo
Al escuchar a este Kiko Veneno tan renovado y positivo, no puedo evitar preguntarle si su percepción de la música y de la industria es un poco mejor de lo que era hace 7 años cuando, al menos de este lado del mundo, no encontraba demasiado eco para su propuesta musical, a lo que responde:
“Bueno, ahora no veo las cosas exactamente igual… No es que la música esté mal, lo que está mal es el mundo, y la música como consecuencia de todo esto, pues sí… Se están extinguiendo las especies, se extinguen los vegetales y los idiomas, entonces el mundo es el que está en un proceso de destrucción, pero dentro de todo eso yo creo que la música es una salvaguarda…”
Y ya metido en esa reflexión, va un poco más allá:
“La música sufre de perder la esencia local, personal, que todos tengamos que ser iguales por el dominio de la máquina sobre el hombre, el dominio del algoritmo sobre la conducta humana… El mundo sufre porque no estamos colaborando y viviendo la vida sana y libre que tendríamos que vivir; estamos alejándonos de eso y no queremos mirar las consecuencias, y yo creo que las carencias que pueda tener la música vienen de las carencias del mundo, pero la música es de las cosas que nos pueden liberar de esta catástrofe que se avecina”, asegura.
Y ya que habla del dominio del algoritmo, le pregunto si es posible que alguien que busque su música en una plataforma como Spotify se confunda al encontrar primero sus colaboraciones con C Tangana y Vera Fauna, en lugar de los clásicos de su discografía, a lo que responde:
“Bueno, ahí realmente nosotros podemos hacer poco. Simplemente significa que yo todo lo que hice fue buscando mi fórmula personal, creo que tenemos que saber dominar esa situación para ser creativos y coger de la parte global del mundo lo que nos puede unificar, sin renunciar a tanta riqueza que tenemos”.
Y es que “Los tontos”, la canción que grabó con C Tangana para el disco El Madrileño de este último, seguro que ha ayudado a que las nuevas generaciones volteen a ver a este viejo lobo de mar, y ¿por qué no? a escuchar algo de su catálogo, a partir de esta colaboración para el que desde hace meses, es considerado por muchos como uno de los discos más populares del 2021.
Confrontar a las máquinas
Sobre el éxito inusitado que ha tenido su colega rapero, Kiko dice que quizá estamos ante el inicio de una nueva fase para la música:
“Ese disco de C. Tangana ha sido una gran novedad, porque no se esperaba que gente de 40 o 50 años escucharan el disco de un chaval de veintitantos, y quizá eso indique algo de lo que pueda suceder... Yo creo que está muy bien que la música y los nuevos géneros se ayuden de la tecnología, pero creo que debe llegar un punto en el que se recupere el amor por la artesanía, las melodías, por saber tocar los instrumentos, para dominar a la máquina, porque ahora resulta que para bailar sólo lo vamos a poder hacer con la ayuda de máquinas, ¡si las máquinas no tienen swing! Lo que hace bailar de verdad no es la máquina, sino el swing, que tiene una irregularidad, una curva de intención y de energía... Hay que confrontar a las máquinas y ponerlas en su sitio, para que la que mande sea la potencia humana, la felicidad, la comunicación, la alegría, la libertad, el compartir y el sentir”, dice.
Eso sí, para fortuna de Kiko Veneno, en este 2021 en el que dominan los llamados ritmos urbanos, el trap y el reggaeton, su música tan plagada de cadencias, intenciones y sonidos del mundo, no desentona en absoluto.
“Bueno, hice esta música para estar en el mundo -continúa- porque si quieres hacer música hoy, tienes que utilizar los sonidos de hoy, aunque mi propósito no sea ir al lugar común de la música urbana y del reggaetón. Si bien tenemos que utilizar la tecnología actual, porque es el idioma actual, también podemos recuperar lo antiguo, porque el reggaetón no sé el valor que tendrá dentro de 30 años, pero el valor de Chavela Vargas sí que sabemos que es inmenso”.
Antes de despedirnos, le pregunto qué enseñanzas le ha dejado la pandemia a un hombre maduro que, probablemente hace dos años creía tener un poco más de certezas sobre este mundo.
“Bueno, yo vivo debajo de la ruta aérea del aeropuerto de Sevilla, entonces la sensación que saqué del confinamiento fue de una felicidad al no tener un avión cada 10 minutos pasando por encima de mi casa, pero sobre todo la respuesta de la naturaleza, de cómo en pocos meses se regeneró la naturaleza tan salvajemente agredida por nosotros, cómo de pronto en la ciudad aparecieron conejos, ciervos que bajaban de la montaña, pájaros… Como que fue un llamado de lo que realmente necesita este mundo”, dice conmovido, antes de añadir:
“De pronto parece que el 80 por ciento de los trabajos que hacemos en el mundo no valen para nada, porque no crean nada positivo y destruyen más de lo que crean… ¡No es necesario que todos los días haya 80 mil aviones llevando a gente que se baja de la escalerilla, toma unas fotos, se sube a la escalerilla y se regresa a su lugar de origen sin haber conocido a una sola persona de ese país! Yo vivo desde hace 60 años en Sevilla, que es una ciudad turística, y en toda mi vida no he conocido a un turista que se haya hecho amigo mío o con el que mantenga relación, entonces te planteas, por ejemplo, qué significa humanamente la actividad turística, además de estar destruyendo la atmósfera. No significa nada, es una pérdida de tiempo y de energía, porque esas personas podrían estar en su país, siendo felices de verdad y viendo Sevilla por la tele, que se ve igual de bien”.
Y como siempre, Kiko Veneno nos deja con suficientes temas para reflexionar. Y con la esperanza compartida de que en un futuro cercano pueda regresar a México para presentar, como él lo desea, estas nuevas canciones, con su grupo completo de siete integrantes:
“Espero poder girar por México, Argentina, Colombia o Chile, para hacer sonar este disco tal como está, para mí ese sería un plan extraordinario y motivo de una gran felicidad”, concluye.
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