Con un silencio sepulcral, unos rostros que están cubiertos por unas máscaras e imágenes que no dejan lugar a dudas de que se trata de actos violentos de los cárteles de la droga, así empieza el documental La libertad del diablo, que narra las desgarradoras experiencias de las víctimas que han perdido familiares a manos de la corrupción y el crimen organizado.
En voz de su director Everardo González, el objetivo era precisamente ése, transmitir el horror y la desesperación de quienes han perdido algún ser querido en los llamados “levantones”, o de plano, morir a tiros a manos de un sicario de algún cártel o peor, a manos de policías municipales, tal y como lo expresa una dolida madre que tuvo que desenterrar a sus dos hijos en el desierto.
Este documental, de 74 minutos de duración, contiene testimonios no solo de las víctimas, sino de un par de jóvenes que narran con lujo de detalle cómo se iniciaron en este mundo de violencia, así como el testimonio de un exmilitar y un policía, quienes se convirtieron en cómplices de algunos actos violentos.
Con importantes reconocimientos a nivel internacional, La libertad del diablo logró el premio Impulso Morelia en el festival de cine que se llevó a cabo en la capital michoacana en el 2016, el año pasado cosechó el Premio Amnistía Internacional en el Festival Internacional de Cine de Berlín, fue nombrado Mejor Documental Iberoamericano, Mejor Película Mexicana, Mejor Fotografía y Premio Guerrero de la Prensa en el Festival Internacional de Guadalajara, solo por citar algunos.
“Los testimonios solo son un hilo de la madeja de dolor, impunidad y crímenes sin resolver de los habitantes de Ciudad Juárez; es desgarrador escuchar a quienes se iniciaron en el mundo de la delincuencia organizada como sicarios, algunos cometieron su primer crimen cuando aún portaban como escudo su uniforme de la secundaria”, expresó el cineasta.
Destaca el relato de un sicario, a quien él mismo se considera un chacal con calavera, “así les decimos a quienes empiezan con el pie derecho, estaba en la secundaria y a varios amigos nos dejaban disparar una Beretta en el monte, nos gustaba y un día me encargaron matar a una persona, dije que sí y con mi uniforme puesto pasé frente a su casa, lo agarré en el balcón y le disparé toda mi carga, solo lo vi colgando, con medio cuerpo a la calle, mi jefe estaba feliz, me dio un dinero y me dijo que me iban a dar un carro, me imaginé un vocho, como los del barrio, pero me dieron un Audi A4, ése fue mi primer coche”, expresó el joven quien al juzgar por su voz, aún no tiene la mayoría de edad.