Primero quiso ser boxeador como el Kid Azteca o el Ratón Macías. En Tepito, el golpe es instinto de cuna. El lugar donde se aprende a pelear antes que a hablar. Con el tiempo, sin embargo, Jorge Carmona entendió que los versos son más fuertes que los puños. Lo supo cuando escuchó desde la bocina de una grabadora a un tal Héctor Lavoe.
No tardó mucho en darse cuenta que estaba frente a otro peso pesado. Un campeón de la bohemia y la palabra. El cantante que lo superó casi todo hasta llegar a la cima, primero del Bronx, luego de Estados Unidos, luego de América Latina, luego del mundo. Héctor Lavoe fue su ejemplo y la razón por la que acepta esta entrevista con El Sol de México. En menos de un mes, ofrecerá su primer concierto en el Teatro Metropolitan, a donde llegará con un catálogo propio de canciones de salsa: su gran pasión.
“Aquí empezó todo, en las micheladas Lupillo”, dice Carmona. Así lo conocen todos en el barrio: sólo por su apellido. Lo conoce la señora que vende calzones —él también los vendió algún día—, el señor que carga el diablito, los chavos que venden tenis, los que piden limosna, los que talonean, los que ofrecen mota, los borrachitos, los que trabajan, los que fingen hacerlo. “¡Chinga tu madre, Carmona!”, le gritan desde uno de los más de 10 mil puestos que integran esta zona de trabajo y guerra que es Tepito.
Carmona tiene ya 15 años dedicándose a la música. Empezó como casi todos los cantantes amateurs: imitando a los que saben. Él eligió a Héctor Lavoe como su maestro. Y vaya que lo fue. “Por él estoy aquí”, dice. “Por él y por mis papás, que se las vieron bien cabronas para darnos un taco a mis hermanos y a mí”.
La fama de la que goza Jorge Carmona ha ido en ascenso desde hace al menos un lustro. En el barrio le piden fotos, videos, autógrafos. También fuera de él. Ha hecho giras en prácticamente toda la República Mexicana. Su padrino musical, dice, es Maelo Ruiz. Ha cantado con él. De hecho, estaba a punto de hacer una gira por Europa, pero la pandemia tumbó sus planes. Aunque no todo fue malo. Durante las etapas más críticas del confinamiento, reconoce que actuó en fiestas clandestinas de la Ciudad de México y el Estado de México, en barrios donde la sana distancia fue mera retórica. “Eso nos salvó la carrera y el negocio”.
Mientras se desarrolla esta entrevista en las Micheladas Lupillo —donde está prohibido drogarse, según reza un letrero en cartulina fluorescente, aunque a cinco metros alguien vende piedra y mariguana—, Carmona cuenta que lo suyo es la música tropical. Gusto atípico para un joven de 28 años que pertenece a una generación que tiene al reguetón en su canasta básica. Pero para él lo latino tiene sustancia e historia: no es algo que pueda condensarse en éxitos hechos al vapor.
En México ya muchos lo conocen como La Voz del Barrio, nombre que resume todo lo que es y lo que quiere ser. “Mi mayor miedo es que mi mamá no vea mis logros”, confiesa. “¿Pero ya eres bastante reconocido, ¿no?”, se le pregunta. “Pues sí, pero yo no quiero esto nada más. Yo me veo ganando un Grammy”.
Hay mucho de niño en Carmona todavía. En uno de sus brazos lleva tatuado a Mario Bross; en el otro, a un Buda. Su rostro es delicado, de mirada inquieta y sonrisa tímida. Su cuerpo, correoso, como el que tienen casi todas las personas que se ganan la vida desde que caminan. Sus padres tienen una panadería en el corazón del barrio. Él trabaja desde que tiene memoria. “Fui un mil milusos”, afirma.
Caminando entre los puestos de Tepito —que se abren paso salvajemente entre las calles que de noche son el domicilio de la delincuencia— Carmona expresa su recelo hacia quienes vienen de afuera.
“Yo no tengo problema en que vengan, pero si van a venir, que hagan cosas buenas, no que vengan con sus mañas”, dice. Aunque también reconoce que “los valores” han decaído mucho en el barrio. Eso es lo que se limita a decir cuando se le pregunta sobre La Unión, el cártel que emergió de Tepito para controlar la venta de droga de buena parte de la Ciudad de México y sus alrededores, según han admitido las autoridades capitalinas.
De hecho, en este frío sábado de febrero, las motocicletas con personas armadas zumban por los pasadizos de la colonia con mayor frecuencia que la habitual. La sospecha es un pensamiento recurrente entre los foráneos que vienen a curiosear o a divertirse a la que ya muchos apodan “la cantina más grande del mundo”, porque aquí las licuachelas y las micheladas y los churros y las monas circulan sin mesura.
“Seguramente alguien ya nos viene siguiendo, ya nos vieron con la cámara”, susurra el camarógrafo de El Sol de México. Y tiene razón. Hay tensión en el ambiente. Un helicóptero sobrevuela a ratos y el acento colombiano es cada vez más fuerte. Horas después de la entrevista, la Secretaría de Marina realizó un operativo por tierra y aire para detener a cinco presuntos integrantes de la Unión Tepito en la calle de Granada esquina con Toltecas. Muy cerca de ahí creció Carmona.
Ahora ya estamos en una unidad habitacional conocida como El Hormiguero. “Así le dicen porque las personas viven muy juntas, como hormigas, en espacios muy pequeños”, relata el cantante. “Mi familia y yo vivimos por todo Tepito, buscando rentas más baratas. Por eso nos conocen todos”.
A menos de un mes de su primer Teatro Metropólitan —donde cantará para más de tres mil personas— Carmona confiesa que no siente nervios. “Esos ya los superé hace tiempo”, asegura. Él prefiere concentrarse en otras cosas: en vocalizar mejor, en entenderse con su nueva orquesta, en ofrecer un buen show, digno del primer salsero mexicano emergido de Tepito.
“Queremos desenterrar la salsa, porque si el reguetón está pegando, la salsa puede hacerlo más fuerte que nunca. México puede demostrar que puede ser un gran exponente de esta música”, sostiene. Y es entonces cuando le llegan los recuerdos de sus tiempos de estudiante de secundaria y ya cantaba con una pequeña bocina en las Micheladas Lupillo, pidiendo dinero con un vaso de cerveza desde las seis de la mañana hasta las 11 de la noche.
“La verdad me daba más pena pedir dinero que cantar. Porque el tepiteño de hueso colorado es bien trabajador. Toda mi familia es nativa del barrio y nunca hemos robado. Tepito es cabrón porque trabaja, porque no se deja de nadie”. Y así es como Carmona termina la entrevista: con palabras tan bravas como sus versos.