Hay una discusión que nos espera, una vez más, cuando se asienten los polvos de las protestas contra el racismo y el clasismo que han envuelto al mundo entero durante las últimas semanas.
¿Se pueden separar la cultura de masas y el arte de la política y la moralidad?
El debate fue oficialmente reabierto el 10 de junio luego de que la plataforma HBO Max retirara momentáneamente de su catálogo Lo que el viento se llevó, película ganadora de ocho Premios Óscar en 1940, entre ellos por Mejor Película y Mejor Director.
Espectacular en su producción y estéticamente bella, la película había sido criticada durante años por académicos y activistas por idealizar la esclavitud durante al inicio de la Guerra Civil de los Estados Unidos y perpetuar la imagen de las personas negras como torpes, irresponsables y serviles.
A Lo que el viento se llevó se sumó la desaparición del programa Cops del catálogo de Paramount, el cual durante décadas sirvió como un vehículo de propaganda de los cuerpos policiacos de Estados Unidos que a su vez normalizó la brutalidad contra las comunidades latinas y negras.
Por supuesto este jaloneo entre las sensibilidades sociales y el arte y la cultura popular no es nuevo como tampoco ha estado concentrado sólo en los Estados Unidos. Quizá el ejemplo al que más se recurre en esta discusión es el legado de la cineasta Leni Riefenstahl, creadora de los filmes de propaganda nazi El Triunfo de la Voluntad y Olympia. Ambos aún son proyectados en clases de cine y festivales por sus valores estéticos y de producción, en tanto que también son criticados por activistas y sobrevivientes por ser vehículos a través los cuales se promocionó y perpetuó el Holocausto.
La polarización de nuestras sociedades y la masificación de las opiniones vía redes sociales han renovado las tensiones entre lo políticamente correcto y el legado histórico.
¿Debemos extender al arte y la expresión popular el fuero de ser "un producto de sus tiempos" o comenzar a rectificar la plana?
Me parece que mientras se mantenga en los márgenes del debate civilizado la discusión es sana, pero también es un hoyo sin fondo.
Reflexiono sobre sus implicaciones en el México moderno. Las heridas sin cerrar de nuestra historia y que tienen una amplia representación artística son varias.
¿Cuántos monumentos deberíamos empezar a analizar y quizá desaparecer? Ahí están el Ángel de la Independencia y Bellas Artes como legados del porfirismo; los palacios, retablos y catedrales de la colonia; las calles, plazuelas y obras con nombres de priistas.
A estos añadiría buena parte del cine mexicano en que se cosificó a la mujer, las películas de la India María que perpetuaron la imagen del indígena mañoso e ignorante, o la obra de Cantinflas, Resortes o Chespirito que idealizaron la pobreza como ese mal que hay que apechugar con una sonrisa eterna.
HBO dio un paso en este debate en lo que creo es la dirección correcta. Según fue informado, Lo que el viento se llevó regresará a su catálogo pero con una introducción de la académica negra Jacqueline Stewart en la que explicará el contexto histórico en el que se sitúa la trama.
La educación y perspectiva deben ser los moderadores del debate.
El revisionismo histórico desde la moral actual es mala maestra. ¿No fueron acaso los monjes cristianos quienes quemaron los códices prehispánicos por ofender a Dios? El capital intelectual que se perdió por ese crimen es incalculable.
Debemos evitar ser los extremistas de la buena conciencia del Siglo XXI. Y es que, si desaparecemos todo lo que nos causa escozor hoy, ¿qué lecciones nos quedan hacia el futuro?
Puedes leer más del autor aquí ⬇