Federico Rubli tenía tan sólo 17 años cuando acudió al Festival de Rock y Ruedas de Avándaro, en calidad de fan y de reportero de la revista México canta. Como amante del rock, ese fin de semana representó para él un suceso muy significativo, pero que lamentablemente se vería opacado por la ola de críticas y mentiras que rodearon al evento.
“Regreso a México muy contento porque había recuperado mucho material para reportar lo maravilloso que fue esta reunión de rock, y empecé a publicar algunas cosas en la revista".
Como a las dos semanas me manda a llamar el editor y me dice ‘oye, fíjate que me hablaron de Gobernación, me dicen que nos olvidemos del rock mexicano y de Avándaro’plática vía zoom.
En lugar de eso, le solicitaron enfocarse en escribir reseñas de discos de grupos extranjeros que, de acuerdo con su jefe, también tenían mucha calidad musical.
Esto fue un golpe porque era vivir en carne propia la censura
A los pocos años la revista desapareció, y Rubli inició sus estudios de economía, alejándose completamente del periodismo musical. Le tomó cerca de 30 años retomar ese camino, guiado por una inquietud, que nunca se había extinguido, de saber más sobre esa etapa de la industria.
Fue ahí cuando empezó a indagar más sobre el impacto de la censura en el rock de la época, y dónde y cómo se desarrollaron los grupos que le permitieron resurgir en los 80. Años más tarde empezó a investigar formalmente sobre el Festival de Avándaro, y ese camino lo llevó hasta los artistas involucrados, asistentes, e incluso expedientes de la ya extinta Dirección Federal de Seguridad de México.
La información recopilada forma parte del libro Yo estuve en Avándaro, donde a través de fotografías y testimonios, cuenta la verdad de lo que sucedió aquel 11 de septiembre de 1971.
El economista subraya que lo más enriquecedor, pero a la vez complicado, de la elaboración de ese texto fue conversar con los músicos, pero como fan, el verlo a la distancia, le brindó una perspectiva más objetiva de los hechos.
“La distancia ayuda mucho para evaluar, con mucha más frialdad y con menos emotividad lo que sucedió hace ya 50 años”, señala.
No habíamos entendido analíticamente qué propició que la clase gobernante armara una campaña de desprestigio y de censura alrededor del festival, que duró entre 10 y 12 años
Uno de los mitos que rodean a Avándaro es el paradero de las cintas de video donde se documentó lo acontecido esos días. Luis de Llano fue el encargado de entregarlos a sus superiores de Telesistema Mexicano (hoy Televisa), y nunca más vieron la luz. Se cree que pudieron haber sido destruidas, otras versiones cuentan que están ocultas en bodegas.
Lo que es cierto, según afirma Federico Rubli, es que, aunque siguieran guardadas, al no haber sido preservadas de forma adecuada, su contenido ya no podrá recuperarse jamás. Por eso considera tan valiosos los trabajos como el suyo, que con fotografías de Graciela Iturbide rescatan la memoria viva del festival, ya que al existir tan poco material histórico disponible, es la única forma de contar a las nuevas generaciones lo que realmente sucedió.
“Creo que prácticamente ya las fuentes se han agotado, no creo que haya algo adicional. Los expedientes de la Dirección Federal de Seguridad son muy extensos, revelaron cosas que no se habían dado a la luz pública, que pude dar a conocer. Se desmitificaban muchas cosas”.
Aunque el evento se llevó a cabo sin contratiempos y todo el mundo la pasó bien, reconoce que la logística fue algo deficiente. El escenario era prácticamente un andamio, y el sonido no funcionó al cien por ciento, sin contar que llegaron muchas más personas de las esperadas.
“Fue una lección muy importante de que se debían organizar las cosas de otra manera, y hacerlo muy bien”, responde el también escritor, y agregó que dado su impacto fue sin duda un referente para futuros organizadores, que más tarde dieron vida a los festivales que conocemos hoy en día, como el Vive Latino o el Corona Capital.
“Los empresarios de rock que se desarrollaron después de la censura, al inicio de los años 80, claramente aprendieron de todo esto. No era tan sencillo, simplemente organizar un festival, contratar grupos y ya, sino que se dieron cuenta de todo lo que se debe hacer alrededor, todo muy bien planeado, y afortunadamente así se hizo en los 80 y los 90. Nacieron varias empresas con otra mentalidad”, comenta.
El autor subraya que sería un error intentar repetir este festival, ya que para que continúe siendo recordado como el parteaguas del rock, hay que mantener intacta la concepción histórica que posee.