En los últimos 65 días de confinamiento, El Cigala ha encontrado buena compañía en la Biblia y en Miles Davis. Como buen gitano, la música y Dios son la misma cosa para él. Y en medio de este enclaustramiento introspectivo, casi divino, que vive desde su casa en República Dominicana, el cantaor español ha llorado: “¡Basta ya de racismo!”.
A simple vista pudiera parecer una consigna más, pero cuando las palabras provienen de un hombre que lleva al pueblo gitano en la sangre, se entiende que el significado de su reclamo es mucho más profundo.
“Yo también he sufrido el racismo en mis carnes”, dice en entrevista con El Sol de México. “Desde chico, cuando iba en el colegio, padecí todos esos insultos de los que somos víctimas los gitanos históricamente”.
El Cigala confiesa que han sido días complicados. Dice que, cuando vio las imágenes de George Floyd siendo asfixiado por un policía en Minneapolis, se echó a llorar. Es lógico: llevaba días escuchando a Aretha Franklin, Louis Armstrong, James Brown, Stevie Wonder, Miles Davis… todas esas voces que encarnaron el dolor del esclavismo y la discriminación racial en el siglo XX.
“Miles Davis tenía que entrar a los clubes de jazz por la puerta de atrás, por la puerta de los negros. Y cuando salía de tocar, lo agarraba la comisaría y lo echaban a palos. Y aunque eso sucedió hace más de medio siglo, el racismo no se ha ido de Estados Unidos, un país donde la policía te mata por saltarte un semáforo, donde primero disparan y luego preguntan”, dice el músico.
En medio de este dolor que siente tan suyo, El Cigala recuerda episodios negativos de su infancia en Madrid, como cuando otros niños se juntaban para insultarlo, para quitarle el bocadillo que llevaba o incluso para golpearlo.
“Siempre estuvo presente la vejación. Es algo que he vivido. Cuando jugábamos al balón decían: ¡Cuidado que ahí viene el gitano! Es increíble que en el siglo XXI siga sucediendo; yo no quiero que mis hijos vivan eso”.
Canta en honor a México
Pese a los oscuros episodios que vive el mundo —entre la pandemia y la llaga racial—, Diego Ramón Jiménez Salazar se muestra jubiloso al hablar de su nuevo álbum, Cigala canta a México (2020), en el cual, sin dejar de lado el espíritu flamenco, explora los terrenos del latin jazz, el bolero, el tango y la salsa.
Se trata de un disco con un sentimiento muy especial para él. Porque si hay un género que se parece mucho al flamenco, dice, es la ranchera. “Son músicas del pueblo que están conectadas fuertemente con las raíces, con la tierra, con el pasado”, asegura.
El álbum también es un homenaje a algunos de los músicos mexicanos que más admira, como José Alfredo Jiménez, Vicente Fernández, Chavela Vargas, Javier Solís y Agustín Lara.
A El Cigala no se le olvida cuando Chavela Vargas le dijo —después de un concierto en Colombia en el que ambos actuaron juntos— que cantaba los boleros rancheros de una forma extraordinaria. Aquel comentario, dice, fue el germen de este disco, porque nunca antes se había involucrado tanto en la música popular mexicana.
“Los boleros son romanticismo puro: amor, desamor, dolor, nostalgia. Tienen esta tragicomedia, este estira y afloja del amor, del te quiero y no te quiero. Ahí encontré un enorme parecido con el mundo del flamenco”, cuenta.
Hace poco, antes de que comenzara la pandemia de Covid-19, tuvo un encuentro con Armando Manzanero, con quien platicó sobre temas variadísimos, desde el origen de la palabra mariachi hasta que Somos novios es la única canción que el yucateco no compuso solo.
Cigala canta a México (2020) es un banquete de 12 canciones, entre las que destacan Somos novios (que grabó con el Mariachi Vargas de Tacalitlán), Perfidia (con La Sonora Santanera) o La media vuelta (con Los Macorinos).
“No me fue difícil adaptarme porque el bolero mexicano, igual que el flamenco, es muy del pueblo: un género de muchas añoranzas, de mucha fuerza y mucho coraje”, dice el español. “Ya sea que estemos deprimidos o alegres, todo lo pagas con una buena ranchera y un buen tequila. En el flamenco es lo mismo: un vinito y una cantada por soleá o por bulería. El flamenco y el bolero son mundos comunicantes: son la bohemia de la noche, la nocturnidad de donde sale toda la enjundia. No es lo mismo cantar una ranchera a las ocho de la mañana que a medianoche”.