/ domingo 5 de abril de 2020

Coronavirus deja sin ingresos al amigo organillero

Moises pidió compresión de que no puede quedarse en casa y que necesita del apoyo de la gente

Moisés Rojas pertenece a ese sector de la población que no puede quedarse en casa a cumplir la cuarentena. Cada día, junto con su esposa y su hijo, sale de su domicilio en República de Perú esquina con Allende, para intentar ganarse el pan de cada día. Él es uno de los 200 organilleros que son parte ineludible del patrimonio sonoro del Centro Histórico y de la ciudad misma.

Antes de que llegara la pandemia por el nuevo coronavirus a México, en sus 10 horas de trabajo lograba ingresos de 500 pesos en promedio al día. Eso le alcanzaba para pagar la renta del organillo, que es de 180 pesos, y el resto para los gastos básicos de la familia. Ahora a duras penas junta entre 80 y 100 pesos.

Foto: Israel Zamarrón | El Sol de México

Afortunadamente, dice, él pudo prescindir de la renta del organillo y desempolvar uno que tienen en casa, que fue heredado por el padre de su esposa, quien también fue un juglar del asfalto en el primero cuadro de la Ciudad de México.

Bajo el sol que parece derretirlo todo, Moisés y sus 25 años de dedicarse a este oficio no dejan de mover esa manivela para que de ese instrumento de madera que pesa 30 kilos salgan melodías cancinas que hacen de banda sonora en la película diaria de cada peatón. No hay gente y por lo tanto no hay dinero, cuenta sin dejar de hacer sonar su organillo.

Lleva un cubrebocas al cuello –imposible llevarlo todo el tiempo con este calor, dice- porque al estar ocho horas en la calle también están expuestos al contagio. “No me puedo quedar en casa, necesitamos trabajar para llevar sustento a casa. Gracias a su apoyo y su comprensión. Su amigo organillero”, se lee en un cartel que ha colocado en el aparato.

Sobre la avenida Juárez, frente a las ruinas de la antigua casa Haghenbeck y a unos pasos del hotel prestigiado hotel Hilton, Moisés y su familia intentan a toda costa ganarse la simpatía de los andantes para que le depositen unas monedas en su sombrero.

¿El gobierno les ha ofrecido apoyo económico? Se le pregunta y él -siempre haciendo sonar el organillo- responde que la oferta fue que pudieran acceder a los microcréditos de 10 mil pesos, pagaderos a dos años y con cero por ciento de interés, que está entregando el Fondo para el Desarrollo Social (Fondeso), pero apenas está resolviendo los trámites.

Como él hay poco más de 200 organilleros que incluso han tenido que extender su zona de trabajo debido a que el Centro Histórico poco a poco se va quedando sin gente, sin turistas, sin empleados.

“Nosotros vivimos del público y vamos al día, necesitamos sustento para llevar a la familia. Que nos comprendan que no nos podemos quedar en casa y que necesitamos el apoyo de la gente para poder seguir viviendo”, dice mientras los pocos peatones que pasan por avenida Juárez lo hacen a toda prisa, separados unos de otros y sin reparar en Moisés y su organillo.

Moisés Rojas pertenece a ese sector de la población que no puede quedarse en casa a cumplir la cuarentena. Cada día, junto con su esposa y su hijo, sale de su domicilio en República de Perú esquina con Allende, para intentar ganarse el pan de cada día. Él es uno de los 200 organilleros que son parte ineludible del patrimonio sonoro del Centro Histórico y de la ciudad misma.

Antes de que llegara la pandemia por el nuevo coronavirus a México, en sus 10 horas de trabajo lograba ingresos de 500 pesos en promedio al día. Eso le alcanzaba para pagar la renta del organillo, que es de 180 pesos, y el resto para los gastos básicos de la familia. Ahora a duras penas junta entre 80 y 100 pesos.

Foto: Israel Zamarrón | El Sol de México

Afortunadamente, dice, él pudo prescindir de la renta del organillo y desempolvar uno que tienen en casa, que fue heredado por el padre de su esposa, quien también fue un juglar del asfalto en el primero cuadro de la Ciudad de México.

Bajo el sol que parece derretirlo todo, Moisés y sus 25 años de dedicarse a este oficio no dejan de mover esa manivela para que de ese instrumento de madera que pesa 30 kilos salgan melodías cancinas que hacen de banda sonora en la película diaria de cada peatón. No hay gente y por lo tanto no hay dinero, cuenta sin dejar de hacer sonar su organillo.

Lleva un cubrebocas al cuello –imposible llevarlo todo el tiempo con este calor, dice- porque al estar ocho horas en la calle también están expuestos al contagio. “No me puedo quedar en casa, necesitamos trabajar para llevar sustento a casa. Gracias a su apoyo y su comprensión. Su amigo organillero”, se lee en un cartel que ha colocado en el aparato.

Sobre la avenida Juárez, frente a las ruinas de la antigua casa Haghenbeck y a unos pasos del hotel prestigiado hotel Hilton, Moisés y su familia intentan a toda costa ganarse la simpatía de los andantes para que le depositen unas monedas en su sombrero.

¿El gobierno les ha ofrecido apoyo económico? Se le pregunta y él -siempre haciendo sonar el organillo- responde que la oferta fue que pudieran acceder a los microcréditos de 10 mil pesos, pagaderos a dos años y con cero por ciento de interés, que está entregando el Fondo para el Desarrollo Social (Fondeso), pero apenas está resolviendo los trámites.

Como él hay poco más de 200 organilleros que incluso han tenido que extender su zona de trabajo debido a que el Centro Histórico poco a poco se va quedando sin gente, sin turistas, sin empleados.

“Nosotros vivimos del público y vamos al día, necesitamos sustento para llevar a la familia. Que nos comprendan que no nos podemos quedar en casa y que necesitamos el apoyo de la gente para poder seguir viviendo”, dice mientras los pocos peatones que pasan por avenida Juárez lo hacen a toda prisa, separados unos de otros y sin reparar en Moisés y su organillo.

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