Ana María López Mendoza vive en la calle Mirasol en la colonia Atlampa, alcaldía Cuauhtémoc. Era mediodía y estaba apurada para terminar los deberes de la casa y seguir con la comida, recién había terminado la clase virtual con uno de sus nietos.
Desde temprano, cuenta, va por la leche a la Conasupo. Han pasado más de 20 años desde que dejó de llamarse así, pero los mexicanos aún la recordamos bajo ese nombre y no Liconsa, como actualmente se llama.
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Desde la sala de su hogar asegura que la pandemia por Covid-19 no le ha cambiado su rutina, pero mientras narra su día a día, se da cuenta de que sí lo ha hecho. Un ejemplo de ello son los gastos en el mercado.
“Los precios si están subiendo. Un día encuentro el jitomate a 10 pesos y al otro día lo encuentro a 20, el limón estuvo casi a 50 pesos… o compro un limón o compro medio kilo de carne porque está carísima también”, dice.
Según una encuesta realizada por la Universidad Iberoamericana, financiada por la UNICEF México y apoyada por el gobierno capitalino, en la Ciudad de México sólo cuatro de cada 10 hogares dijeron no estar preocupados sobre qué comer pues sabían que durante el periodo que ha durado la emergencia sanitaria por Covid-19 tenían acceso sin obstáculos a los alimentos.
“Uno tiene que comer un poco de todo. Cuando compra uno carne le tiene que disminuir a otras cosas para que le alcance, sino no sale uno adelante”, dice Ana.
Ella vive con sus hijas y nietos, en total son nueve en el hogar. Antes solo vivía con una de ellas, luego otra enviudó y regresó a la casa, y una más se divorció y también se unió al hogar de Ana. El problema, asegura, es que no hay donde habitar porque las rentas en la Ciudad de México son muy caras.
Con la familia “creciendo”, su día lo piensa en torno a tres comidas. “Doy el desayuno y me pongo a desayunar, hago mi quehacer, clase con el niño, luego hago la comida, la tarea, lavar los trastes y hago la merienda”.
¿Cuál es su menú? Combina productos de la canasta básica, pero no los sirve en un mismo día, y a veces deja fuera algunos porque sus precios no son estables. “No diario comemos carne, lo combinamos con verduras, nopales, hierbas… el huevo estaba a 24 pesos y subió casi a 40 pesos entonces ya ni huevos porque cuando uno va por unos se gasta lo de toda la semana, compramos medio kilo entonces”.
Igual no le preocupa no tener huevo en la cocina porque sus hijas no lo consumen. “No les gusta, ni las carnes frías ni el jamón ni las salchichas que siempre tengo porque cuando no alcanza (la comida), hay para que se hagan una torta, pero casi es muy poco la vez que lo consumen”, dice.
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Lo que definitivamente no está en la mesa, es el refresco, sobre todo por sus nietos. “Necesito estar muy de buenas para decirles que se tomen un vaso porque les afecta a los riñones, y pues no, a mi no me gusta definitivamente, yo tomo agua del filtro”.
Ana María y su familia esperarán en casa y con las precauciones que han tomado desde hace más de medio año a que el Covid-19 termine. “Aquí en la casa esperamos que esto se termine, espero en Dios que ya no dure mucho porque la verdad si ya va mucho tiempo”.
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