/ miércoles 8 de julio de 2020

De sismo a Covid-19, San Gregorio Atlapulco sobrevive

Pese a las advertencias de contagio, el comercio callejero no para en esta zona de alta pobreza

San Gregorio Atlapulco se cuida a sí mismo. Lo hizo al perder sus hogares en el sismo del 2017 y ahora se reinventa para evitar contagios de Covid-19, pero la vida de este pueblo en Xochimilco está en sus calles, lo que lo ha colocado como la colonia con mayor número de casos activos en la Ciudad de México, al sumar 48.

A diferencia de hace apenas unos meses donde los carteles que abundaban eran sobre la reconstrucción de hogares, ahora cada comercio y una que otra puerta lucen carteles de cómo evitar contagios por Covid-19.

Florencia Ávila tiene un puesto de verduras en uno de los locales temporales colocados sobre la Avenida Chapultepec justo frente al mercado ya reconstruido, pero cerrado. Ya no se surte en la Central de Abasto porque “con el virus ese” no le da confianza acercarse, en su espacio le hace compañía una imagen de San Martín Caballero, patrón del trabajo. “Yo aquí acabo de cortar las verduras, pero nadie viene, no hay ganancia… yo creo que entre hoy y pasado esta será mi comida”, dice al señalar bolsas de calabaza, chayote y nopales.

Usa cubrebocas y tiene cerca una tarja donde lava sus manos, su local es el primero de la fila y luce abollado. Dice que un coche se fue contra él mientras ella no estaba y cuenta cómo su vecino del último local también pasó dos choques. “No se acuerdan de nosotros ni del mercado ahora con esto (Covid-19) menos, nosotros tenemos que buscarle como seguir”, expresa con sentimiento, pero evita llevarse las manos a la cara para secar sus lágrimas.

Hacia la iglesia de San Gregorio se intensifican los carteles de advertencia: “¡Cuidado, está usted entrando en una zona de alto contagio!”. El derrumbe de la barda de la iglesia ha dejado de ser la plática en la zona para dar paso a lo que sucede por el coronavirus. Sobre la calle Insurgentes los vendedores portan cubrebocas y pocos se ven sin ellos, las compras siguen como cualquier día.

Una farmacia al inicio de la calle Cuauhtémoc busca un médico. Colocaron un anuncio en el mostrador y esperan que alguien se acerque. “Hace un mes venían muchas personas con síntomas, el mismo médico ya no quería venir”, dice un joven que atiende el local.

¿Entonces buscas un médico extra o al suplente?, le preguntamos. A quien sí venga, responde.

Mientras, a lo lejos, una bocina suena. “Evita contagiarte y contagiar a tu familia, quédate en casa, tu salud es tu responsabilidad, ¡cuídate!”, se escucha desde una camioneta de la alcaldía que recorre la colonia.

Los comerciantes siguen las indicaciones sanitarias para mantenerse en las calles / Foto: Omar Flores

Es una brigada que sale a las calles al menos dos veces por día cada tercer día para que todos en San Gregorio escuchen el mensaje, la estrategia se replica en todas las colonias. Ismael maneja la camioneta por los mercados, plazas y algunas escuelas, ayer trabajó de las 10:00 a las 14:00 horas. “La gente sigue saliendo, escuchan y se nos quedan viendo… hay más gente en la calle, como en la plazuela”, cuenta.

Antes de cambiar su rumbo, una mujer de entre 70 y 80 años se acerca. Usa un cubrebocas muy desgastado y gris, antes era blanco“¿Cuándo se va a acabar eso? no tengo qué comer ni trabajo”, le dijo y extendió su mano para mostrar un pequeño carton donde pedía dinero para completar una receta. “No sabemos”, le responden.

Emprendió camino hacia el panteón vecinal de San Gregorio. Personal de la alcaldía asegura que aquí hay hasta cuatro servicios por día. En el pueblo, dicen, mueren en casa, de ahí que los usos y las costumbres para despedir a los suyos no se pierden y aún se observan las procesiones de despedida.

Han acudido a rosarios y velorios para informarles que no pueden aglomerarse, aunque respetan sus costumbres. Les han entregado cubrebocas y les reparten gel, pero no pueden ir contra la voluntad de la familia.

A Ismael también le ha tocado trabajar en las brigadas de sanitización de calles. No ha tenido problemas en San Gregorio, pero el pasado fin de semana tuvieron que convencer a otros pueblos, a San Francisco y a San José Obrero, de que rociar las calles no significa esparcir el virus del Covid-19.

Jesús es un herrero del segundo pueblo también conocido como San José de los Burros porque estos animales los ayudan a acarrear agua hasta el cerro, donde el servicio no llega. “Hace unos días vinieron los matagusanos, la gente los veía feo, pero es que escucharon que allá abajo (San Gregorio) hicieron lo mismo y al otro día una mujer que iba pasando ya no despertó”.

“¿Matagusanos?”, le preguntamos. “Sí, los que vienen todos de blanco, los que vienen a matar el bicho, pues. Por aquí pasaron. Me preguntaron que si podían pasar, yo les dije que sí, rociaron en las paredes y en las esquinas, pero esta cosa viene del aire”, responde en la entrada de su local de herrería desde donde se ve todo Xochimilco.

“Aquí somos a lo mucho 500, de acá no se acuerdan. Una vez vino una patrulla a preguntar por una familia, hasta los buscaron por sus bocinas y nunca dieron… vemos a la patrulla unas dos veces por semana”.

A cada paso de este pueblo hay tambos para almacenar agua. Les preocupa más tenerla que usar cubrebocas. A pocos se les ve usándolo, pero sus manos están cargadas de botes y cubetas, lo que importa es el líquido.

Xochimilco sabe que han pasado a la lista de mayores contagios, pero no desiste en poder salir pronto de ella.


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San Gregorio Atlapulco se cuida a sí mismo. Lo hizo al perder sus hogares en el sismo del 2017 y ahora se reinventa para evitar contagios de Covid-19, pero la vida de este pueblo en Xochimilco está en sus calles, lo que lo ha colocado como la colonia con mayor número de casos activos en la Ciudad de México, al sumar 48.

A diferencia de hace apenas unos meses donde los carteles que abundaban eran sobre la reconstrucción de hogares, ahora cada comercio y una que otra puerta lucen carteles de cómo evitar contagios por Covid-19.

Florencia Ávila tiene un puesto de verduras en uno de los locales temporales colocados sobre la Avenida Chapultepec justo frente al mercado ya reconstruido, pero cerrado. Ya no se surte en la Central de Abasto porque “con el virus ese” no le da confianza acercarse, en su espacio le hace compañía una imagen de San Martín Caballero, patrón del trabajo. “Yo aquí acabo de cortar las verduras, pero nadie viene, no hay ganancia… yo creo que entre hoy y pasado esta será mi comida”, dice al señalar bolsas de calabaza, chayote y nopales.

Usa cubrebocas y tiene cerca una tarja donde lava sus manos, su local es el primero de la fila y luce abollado. Dice que un coche se fue contra él mientras ella no estaba y cuenta cómo su vecino del último local también pasó dos choques. “No se acuerdan de nosotros ni del mercado ahora con esto (Covid-19) menos, nosotros tenemos que buscarle como seguir”, expresa con sentimiento, pero evita llevarse las manos a la cara para secar sus lágrimas.

Hacia la iglesia de San Gregorio se intensifican los carteles de advertencia: “¡Cuidado, está usted entrando en una zona de alto contagio!”. El derrumbe de la barda de la iglesia ha dejado de ser la plática en la zona para dar paso a lo que sucede por el coronavirus. Sobre la calle Insurgentes los vendedores portan cubrebocas y pocos se ven sin ellos, las compras siguen como cualquier día.

Una farmacia al inicio de la calle Cuauhtémoc busca un médico. Colocaron un anuncio en el mostrador y esperan que alguien se acerque. “Hace un mes venían muchas personas con síntomas, el mismo médico ya no quería venir”, dice un joven que atiende el local.

¿Entonces buscas un médico extra o al suplente?, le preguntamos. A quien sí venga, responde.

Mientras, a lo lejos, una bocina suena. “Evita contagiarte y contagiar a tu familia, quédate en casa, tu salud es tu responsabilidad, ¡cuídate!”, se escucha desde una camioneta de la alcaldía que recorre la colonia.

Los comerciantes siguen las indicaciones sanitarias para mantenerse en las calles / Foto: Omar Flores

Es una brigada que sale a las calles al menos dos veces por día cada tercer día para que todos en San Gregorio escuchen el mensaje, la estrategia se replica en todas las colonias. Ismael maneja la camioneta por los mercados, plazas y algunas escuelas, ayer trabajó de las 10:00 a las 14:00 horas. “La gente sigue saliendo, escuchan y se nos quedan viendo… hay más gente en la calle, como en la plazuela”, cuenta.

Antes de cambiar su rumbo, una mujer de entre 70 y 80 años se acerca. Usa un cubrebocas muy desgastado y gris, antes era blanco“¿Cuándo se va a acabar eso? no tengo qué comer ni trabajo”, le dijo y extendió su mano para mostrar un pequeño carton donde pedía dinero para completar una receta. “No sabemos”, le responden.

Emprendió camino hacia el panteón vecinal de San Gregorio. Personal de la alcaldía asegura que aquí hay hasta cuatro servicios por día. En el pueblo, dicen, mueren en casa, de ahí que los usos y las costumbres para despedir a los suyos no se pierden y aún se observan las procesiones de despedida.

Han acudido a rosarios y velorios para informarles que no pueden aglomerarse, aunque respetan sus costumbres. Les han entregado cubrebocas y les reparten gel, pero no pueden ir contra la voluntad de la familia.

A Ismael también le ha tocado trabajar en las brigadas de sanitización de calles. No ha tenido problemas en San Gregorio, pero el pasado fin de semana tuvieron que convencer a otros pueblos, a San Francisco y a San José Obrero, de que rociar las calles no significa esparcir el virus del Covid-19.

Jesús es un herrero del segundo pueblo también conocido como San José de los Burros porque estos animales los ayudan a acarrear agua hasta el cerro, donde el servicio no llega. “Hace unos días vinieron los matagusanos, la gente los veía feo, pero es que escucharon que allá abajo (San Gregorio) hicieron lo mismo y al otro día una mujer que iba pasando ya no despertó”.

“¿Matagusanos?”, le preguntamos. “Sí, los que vienen todos de blanco, los que vienen a matar el bicho, pues. Por aquí pasaron. Me preguntaron que si podían pasar, yo les dije que sí, rociaron en las paredes y en las esquinas, pero esta cosa viene del aire”, responde en la entrada de su local de herrería desde donde se ve todo Xochimilco.

“Aquí somos a lo mucho 500, de acá no se acuerdan. Una vez vino una patrulla a preguntar por una familia, hasta los buscaron por sus bocinas y nunca dieron… vemos a la patrulla unas dos veces por semana”.

A cada paso de este pueblo hay tambos para almacenar agua. Les preocupa más tenerla que usar cubrebocas. A pocos se les ve usándolo, pero sus manos están cargadas de botes y cubetas, lo que importa es el líquido.

Xochimilco sabe que han pasado a la lista de mayores contagios, pero no desiste en poder salir pronto de ella.


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