En medio del caos y la desolación que dejó el sismo del 19 de septiembre de 2017, Leobardo tenía una sola esperanza: encontrar a su madre. Pidió a Dios rescatarla con vida, pero de no ser así, sólo quería recuperar su cuerpo y despedirse de ella.
María Ortiz Ramírez, de 57 años de edad, trabajaba en un edificio ubicado en la esquina de Amsterdam y Cacahuamilpa, en la colonia Condesa; era empleada en un departamento y tras el derrumbe fue la única atrapada en los escombros.
Cada hora después del sismo fue un infierno para Leo y su familia; primero la incertidumbre de la búsqueda, después, tuvieron que suplicar para que continuaran las maniobras manuales antes de la entrada de maquinaria pesada en el predio; recuerda con dolor que le gritaba a los rescatistas: “todavía está mi madre”.
Cuando su esperanza desfallecía, en medio de una masa de concreto, vidrios y varillas, elementos de la Secretaría de Marina localizaron el cuerpo de María y para Leo ése fue el milagro.
El recuerdo de ella y de su padre, fallecido el mismo año a causa de un infarto, fueron su principal motivación para postularse para personificar a Cristo en la representación del Viacrucis en Cuajimalpa que se realiza desde 1913.
En medio de uno de los ensayos nocturnos en el atrio de la Parroquia de San Pedro, Leobardo López Ortiz evoca el deseo recurrente de su madre: que uno de sus hijos representara a Jesús.
Esa fue la última plática que tuvo con ella antes del sismo. Ahora, para cumplir con los deseos de su mamá se prepara desde hace tres meses con recorridos diarios hacia un cerro en la colonia La Papa, con un tronco de 100 kilos a cuestas.
Leo tiene 33 años, la misma edad de Jesús cuando murió en la cruz; es capturista y por las tardes labora como mecánico automotriz, tiene un niño de siete meses y una niña de cuatro años, a quien ha tenido que explicar el calvario que representará y que implica un recorrido de dos kilómetros descalzo, bajo los rayos del sol de primavera y con una cruz sobre los hombros.
Sabe que no será fácil aunque se dice tranquilo, lo que confirma con su expresión parsimoniosa. Su preparación física se suma a la preparación espiritual que consiste en pláticas para conocer la vida de Jesús, además de ensayos para aprender los diálogos de diversos cuadros bíblicos, como la aprensión y la agonía en el huerto de Getsemaní.
Leo es alto y delgado pero fuerte, con voz clara explica que el 2 de diciembre cuando recibió la noticia de haber sido seleccionado para el personaje, algo cambió en él de manera profunda, pues personificar a Cristo lo llena de alegría y lo hará con mucho amor.