En la década de 1920 el general Vicente González Fernández y el teniente coronel Ignacio Sánchez Anaya ya obligaban a los agentes a su cargo a “morder” y con ello explotar mediante “coyoterías” al comercio de la ciudad.
Así, la corrupción policial se institucionalizó en la capital del país de la mano de la Inspección General de Policía, una corporación de seguridad local que nació a mediados del siglo XIX.
Este es uno de los casos de corrupción mejor documentados por Diego Pulido Esteva, historiador del Colegio de México, en su libro La ley de la Calle, policía y sociedad en la Ciudad de México, 1860-1940 en el que detalla la historia de la corporación, un texto sin precedentes pues no hay un estudio a profundidad sobre ella.
La investigación, detalló el autor, tardó más de cuatro años en los cuales hurgó en los archivos de la Ciudad de México para construir el relato que inició con el surgimiento de la corporación y que representa el paso decisivo hacia la modernización del sistema policial en la capital.
Pulido Esteva explicó en entrevista con El Sol de México que el título del libro responde a esa “especie de ley que surge de los acuerdos extraformales muchas veces incluso ilegales, como la mordida”.
“Las décadas de 1920-1930 son un periodo de institucionalización de la corrupción, no quiere decir que antes no hubiera, nada más que tenía otra forma, las corruptelas de los agentes de antes eran más equiparables a un complemento, a veces un obsequio, recibían dádivas, y a veces también extorsiones, pero no están estructurados de manera piramidal, jerárquica sobre la propia organización de la institución”.
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“La gran diferencia del sistema de cuotas de 1920 y 1930 es que se aprovechan de las propias jerarquías que tiene la institución, la Inspección General, el secretario general, las oficinas, las comisarías y luego se extiende a las compañías que por medio de los comandantes cobran a los oficiales y auxiliares y terminan recabando las llamadas cuotas”, precisó.
El investigador explicó que la información la obtuvo de las cartas que algunos policías enviaban a las altas autoridades del país, como el secretario de Gobernación o el Presidente de la República en turno, a fin de denunciar cómo sus jefes los explotaban con sus exigencias.
La página 582 del ejemplar da cuenta de cómo el comandante en turno llegaba a hacer la cuenta decenal, llamaba al policía, le mostraba los partes rendidos que acreditaban una falta o la desatención de su punto de vigilancia y le cobraba 10 centavos por cada una; si su inasistencia era injustificada, si abandonaba su puesto o se dormían durante el turno, pagaban 50 centavos y por retardos, la mitad de esa cantidad.
Pulido Esteva expuso que los descuentos a los ingresos de los gendarmes se amparaban en excusas de índole diversa, su sueldo era de tres pesos diarios, pero las reducciones que les hacían era de una tercera parte y en ocasiones llegaban a más.
Encima de todo, los uniformados que no tenían recursos para pagar el llamado “entre” eran abordados por “coyotes” a quienes les pedían, por ejemplo, 20 pesos para salir adelante. Estos les cobraban a cambio un interés del 25 por ciento mensual, así al mes y medio de que solicitaron el préstamo, los agentes ya debían 40 pesos.
La investigación, continuó el autor, es la articulación de una historia institucional con una historia urbana y un conocimiento social de los sujetos que conformaron la policía.
Además, el personal se hacía en la práctica a tal grado que a los dos días de darse de alta ya estaban en la calle para patrullar, para eso requerían de una astucia callejera, que era una especie de habilidad práctica, experiencia y olfato para averiguar.
“Cuando me preguntas ¿qué hallazgos hay en una investigación así? Es insistir en que la policía no es un monolito, la policía convoca un crisol social bastante amplio, que va desde sectores populares, muchas veces conocedores de un oficio, pero que se encuentran desempleados y entonces se enrolan en la policía.
“Pero también están sectores medios en las comisarías que pertenecen a esa clase media, la cual se engrosa en el porfiriato y que se engrosa en la Revolución y que se incorpora en el universo de los empleados públicos; también hay algunas partes de la elite, el propio sobrino de Porfirio Díaz, Félix Díaz, fue inspector de la policía”, precisó el investigador.
Pulido Esteva consideró que la policía capitalina sabe investigar, quizá es descuidada en algunas cuestiones, pero reconoció que a los oficiales siempre les niegan su lugar y lamentó que en México no existan policías que se dediquen a escribir.
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Finalmente, opinó que parte de la dignificación del oficio y del diagnóstico de lo que ocurre en alguna institución es conocer su historia.
“Creo que eso es importante, yo creo que una materia de historia de la policía la deben llevar en la Universidad de la Policía”, afirmó.