A sus 34 años Dalia Ávila recibió uno de los golpes más duros que la vida le puede dar a una madre: perder un hijo. El 12 de julio del año pasado Leonardo, su bebé, nació con el corazón invertido y doble arco aórtico.
Los doctores del Centro Médico Nacional Siglo XXI le daban pocas esperanzas de vida, pero su madre confiaba en que saldría adelante. Un coma y varias cirugías después, Leoncito, como ella lo llama, seguía ahí, luchando por su vida y sorprendiendo a los doctores, hasta que un día ya no aguantó.
▶️ Mantente informado en nuestro canal de Google Noticias
Los meses que siguieron fueron un infierno para Dalia y Fernando, su esposo. Además de Leo, perdieron sus negocios de tortillerías. “Yo ya me estaba dejando morir”, confiesa ella mientras sus ojos muestran unas lágrimas por encima del cubrebocas y su voz se entrecorta. Recobra el aliento y sigue.
“En Centro Médico no teníamos qué comer y llegaban los voluntarios a dar caridad y siempre había desayuno, comida y cena. La esperanza nació en ese hospital por la gente que nos apoyó”.
Lejos de quedarse inmóviles durante la pandemia, Dalia y Fernando pusieron manos a la obra para apoyar a quien más lo necesita y abrieron el Rinconcito de la esperanza, un espacio en la colonia Héroes de Padierna, en la alcaldía Tlalpan, al sur de la capital, en las faldas del Ajusco, que ofrece ayuda principalmente a niñas, niños y adolescentes, pero también a madres solteras, padres desempleados, abuelos en situación vulnerable y a toda persona que ha necesitado ayuda durante la emergencia sanitaria.
“De ser empresarios, pasamos a ser emprendedores de un mundo nuevo. La vida se llevó a mi bebé, pero ve cuántos niños tenemos”, dice con entusiasmo frente a un local en la calle Huehuetán casi esquina con Tekal, en donde los menores toman clases de español, matemáticas, inglés o francés bajo todas las medidas sanitarias. Son nueve profesores voluntarios los que dan clases a 15 alumnos –aunque llegaron a ser 25 en meses pasados. Ahí mismo los padres reciben una despensa cada viernes y pueden tomar ropa.
El Rinconcito de la esperanza nació en marzo como una escuela callejera frente a una tortillería que Dalia y Fernando lograron recuperar, llamada La Abuela.
En la caja trasera de una vieja camioneta y en la banqueta, los menores eran apoyados con internet, teléfonos y algunas computadoras para tomar clases. Un par de meses después lograron rentar un local a unos metros de la tortillería y después se mudaron al espacio que hoy ocupan. Si iniciamos como escuela callejera, hoy somos un hogar, apunta Dalia
“Ahora no es como tal una escuela callejera, es un hogar, es el hogar de la gente vulnerable porque aquí tienen lo que te dan en un hogar: amor, respeto, tolerancia, que te ayuden a conseguir tus objetivos a base de esfuerzo y de trabajo. Es un hogar para la gente que lo necesite, madres y padres, personas que perdieron el trabajo, niños que no pueden ir a la escuela”, abunda mientras recibe una carta de Marlene, una de las niñas que asisten al Rinconcito, en donde logró vencer su timidez.
El objetivo no es solamente ser asistencialista, explica la impulsora de esta iniciativa, sino también dar una formación humanística a los niños. Para ello fijaron valores. Niña, niño o adolescente que no respete estas reglas y acumule tres llamados de atención, es dado de baja y se le da la oportunidad a otro menor, pues asegura que hay 600 en fila, que han buscado entrar al Rinconcito a través de la cuenta de Facebook Tortillerías La Abuela.
Dichos valores, aplicables también para los padres, son: “soy honesto: me expreso de manera sincera, mis pensamientos son coherentes con mis acciones; soy responsable: asumo las consecuencias de mis actos, cumplo con mis tareas asignadas; soy empático: entiendo que todos aprendemos a un ritmo diferente y que cada quien es valioso por sus diferencias; soy respetuoso: trato a los demás como me gustaría ser tratado; soy solidario: apoyo a los miembros de mi comunidad sin esperar nada a cambio; soy valiente: me enfrento a nuevos retos sin temor a equivocar y soy mejor cada día”.
Dalia está formando quizá a los próximos emprendedores de un nuevo mundo. La pandemia nos ha mostrado que debemos ser más solidarios, asegura con el mismo entusiasmo con el que cuenta la historia del Rinconcito.
“Todo lo que le íbamos a dar a Leonardo se lo damos a la gente, nosotros vivimos para la gente, porque ellos nos regresaron la esperanza y las ganas de vivir. Si tú puedes, hazlo, no es necesario dar todo, en la medida que uno pueda ayudar, de poquito en poquito se va creando algo grande”.
“Hay que construir Rinconcitos, muchos hogares como estos que ayuden a los niños. Hay mucha gente de por aquí que ya está empezando a ayudar porque lo vieron en el Rinconcito de esperanza, han visto el desarrollo humano en los niños y en los padres. La vida es un instante, si nosotros luchamos por lo que queremos, lo podemos lograr, contagiando de amor y esperanza, si seguimos por ese camino podemos crear un mundo mejor, si nosotros damos el ejemplo, eso se contagia a los demás”, cierra Dalia antes de volver a atender este rinconcito del sur de la ciudad que es un oasis de ayuda en medio de la pandemia.
Te recomendamos el podcast ⬇️