Dos refugios en la Ciudad de México ofrecen acompañamiento, atención y un hogar para los miembros de la comunidad LGBT+ que sufren de violencia.
En las faldas del Cerro del Chiquihuite, en la alcadía Gustavo A. Madero, está el refugio y albergue para mujeres trans “Paola Buenrostro”, nombrado así en memoria de una víctima de transfeminicidio, el primero reconocido por las autoridades de la Ciudad de México.
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En el albergue, que también es conocido como la Casa de las Muñecas Tiresias, se atiende a mujeres trans sin distinción de la ciudad de origen, pues el único requisito es que necesiten el apoyo tras ser víctimas de violencia o demostrar la falta de recursos para valerse por si mismas.
La intención de la casa es apoyar a que las mujeres sean autosuficientes y no ser solo un paliativo temporal, por lo que no permanecen por tiempo indefinido. El refugio impone a sus inquilinas tres requisitos: asistir a todas las actividades académicas, terminar sus estudios y realizar labores domésrticas que se asignan a todas por igual. La casa también ofrece asesoría en trámites de cambio de identidad, acceso a servicios de salud pública, seguimiento ante la Fiscalía de Homicidios por casos de crímenes de odio y acompañamiento en quejas por discriminación.
Luisa Martínez estudia el último semestre de preparatoria en el refugio pues le ofrecen la certificación de estudios vinculados con el Instituto Nacional para la Educación de los Adultos. “Aquí se puede estudiar desde la primaria hasta la universidad”, cuenta la coordinadora de acompañamientos de atención médica y trámites de las mujeres que llegan al albergue.
“Yo tengo que hacer muchos vínculos con hospitales e instituciones gubernamentales, donde falta mucha sensibilidad, siempre que voy a hacer trámites, los funcionarios siempre te dicen 'señor, qué se le ofrece', te ven vestida como mujer, pero les cuesta mucho trabajo reconocerte, hay mucha transfobia, pero lo que no mata, fortalece”, dice Luisa.
Para quienes ahí viven es obligatorio cumplir con su aseo personal diario, asistir a sus citas médicas, prepararse académicamente y conseguir un empleo. En el refugio también reciben apoyo para poner en orden sus documentos como el permiso de permanencia en el país cuando son personas del extranjero o el acta de nacimiento con el cambio de identidad.
Una vez que consiguen empleo mantienen ayuda alimentaria y la estancia por un periodo determinado, con el fin de que ahorren el dinero necesario para poder rentar algún espacio y vivir de manera autosuficiente.
Según cuentan habitantes del refugio, desde niñas fueron discriminadas debido a su identidad, preferencias y aspecto, pues sufrieron rechazo familiar y agresiones físicas en sus escuelas, lo que derivó que salieran a las calles a buscar una vida normal, pero al no tener ingresos buscaron alternativas.
De acuerdo con el Consejo para Prevenir y Eliminar la Discriminación de la Ciudad de México (Copred), de enero al 1 de mayo de este año, el órgano ha recibido nueve quejas y tres reclamaciones por casos de discriminación en contra de una persona de la comunidad LGBTI+; además, ha brindado 109 atenciones a este grupo.
“Me ha pasado que encuentras una oferta de trabajo, vas con tu solicitud llena y te dicen, es que no eres mujer, estamos contratando solo a mujeres, muchas chicas como yo no terminamos bien la escuela por la discriminación que viví”, cuenta Rebeca López, coordinadora operativa de la casa hogar.
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CASA FRIDA
Debido a la discriminación y actos de violencia contra la comunidad LGBTI+ nació otro refugio para atender y apoyar a personas que sufren violencia física y psicológica a causa de su preferencia sexual.
Casa Frida está ubicada en la alcaldía de Iztapalapa, fue fundada en 2020 y desde entonces ha alojado a 375 personas, entre ellas desplazadas a causa del crimen organizado.
Raúl Caporal, director de Casa Frida, señaló que en el refugio atienden principalmente a jóvenes de entre 18 y 31 años. Agregó que durante la época de confinamiento, integrantes de la comunidad LGBTI+ fueron más vulnerables a ser víctimas de violencia familiar.
Así fue el caso de Alan y Tae, ambos de 21 años de edad que habitan actualmente en el refugio, y que al presentarse explican que les gusta que los llamen con el pronombre él, aunque aseguran que no tienen porqué dar explicaciones de querer ser llamados por la forma en que se identifican.
A ambos, personal del refugio les ayuda a tramitar sus papeles de identidad, pues abandonaron sus hogares ante la violencia que vivían ahí.
Caporal agrega que debido a estos casos y ante los crímenes de odio que se registran a diario, surgió la necesidad de crear Casa Frida, en donde además de brindar alojamiento, otorgan cuidado y atención a la salud, acompañamiento integral y servicios psicosociales.