Lecumberri, la penitenciaría que se convirtió en cárcel y que mantuvo a todos los reos de la Ciudad de México durante 76 años, tuvo sus transformaciones gracias a la participación activa de sus presos. El muralista David Alfaro Siqueiros fue uno de los principales activistas que luchó durante sus tres reclusiones por conseguir mejoras, entre ellas que los internos dejaran de usar el traje a rayas y la supresión del fuete que era utilizado para castigar.
Otros que protestaron desde adentro fueron los jóvenes del movimiento estudiantil del 68 que cayeron presos. En lo que se considera el único intento de motín generado en el llamado Palacio Negro estuvo conspirado por estos hombres que terminaron sometidos, pero no por policías o el Ejército, sino por los mismos presos que los tomaron a toallazos hasta tranquilizarlos.
En el gobierno de Porfirio Díaz se concibió a Lecumberri en el año de 1900 como un lugar para la reinsertación social de los presos, un lugar donde debían meditar sobre los delitos que cometieron y buscar la penitencia para regresar a la libertad, sin embargo, todo se transformó y al final de sus días, en 1976, todo era corrupción, el sitio destinado para 880 presos se convirtió en una cárcel sobrepoblada con más de ocho mil.
En entrevista con El Sol de México, Ángel Alejandro de Ávila Sánchez, jefe de Departamento de Educación del Archivo General de la Nación, al preguntarle sobre cuál considera que es el peor momento que vivió el Palacio Negro en su historia dijo: “No lo puedo decir, más que un momento, yo creo que este espacio se convirtió en un instrumento. Más que un período son los presos políticos, que aquí hubo muchos, esos presos que fueron acusados de disolución social, este delito que se impuso, que se estableció en México en 1934 durante la Segunda Guerra Mundial”.
“Cuando terminó la guerra en lugar de derogarse fue la escusa perfecta para reprimir movimientos sociales de maestros, ferrocarrileros y los propios estudiantes del 68 y David Alfaro Siqueiros lo que hizo desde mucho antes fue luchar por la derogación de este artículo, y los estudiantes lucharon por su derogación y se consiguió a tal grado que no fueron juzgados por ese delito, sin embargo, fueron acusados por otra cosa, yo creo que eso es el lugar más perverso, el que resguardó a presos de conciencia, y desde aquí se pugnaron muchas libertades que hoy tenemos, libertades democráticas”, destacó.
SISTEMA PANÓPTICO
Ávila Sánchez explica que la edificación de Lecumberry estuvo pensada desde un sistema panóptico, es decir, se construyó una estrella de siete picos y desde el centro una torre que lo vigilaba todo y que intimidaba a todos.
También se construyeron dos torreones donde iban a parar los presos políticos.
Estas zonas estaban bardeadas en forma de círculo, en medio, una torre que vigilaba a los internos. Las celdas eran divididas por muros y en el techo estaban las rejas. Los dejaban que padecieran las inclemencias del tiempo.
RESPLANDOR
El entrevistado señala que de 1959 a 1967 estuvo en la dirección de Lecumberry el general Carlos Martín del Campo, quien traía bajo el brazo un programa que se llamó Rehabilitación desde Procesados, que pretendía transformar este lugar en un centro de reclusión a rehabilitación, para ello se debía acercar a los presos a cuatro cosas: el deporte, el trabajo, la escuela y la cultura.
Como obra inaugural fue pintado un mural que narra la historia de México desde la época prehispánica hasta la fundación de la Ciudad Universitaria. Los autores fueron los presos Cuauhtémoc Hérnádez Ochoa, Rolando Rueda de León y Franco Mauguini Salini.
SOBREPOBLACIÓN
El único censo que está documentado indica que de 1958 a 1967 pasaron por Lecumberri 70 mil personas. Esta sobrepoblación y la fuga del narcotraficante cubano Alberto Sicilia Falcón provocó su cierre en 1976.