/ viernes 15 de septiembre de 2017

Los muertos de nadie; de la morgue a la fosa común

El camino hacia la fosa común comienza en el Incifo, que es la morgue de la ciudad. Lejos de tener una apariencia tétrica, el edificio ubicado en la colonia Doctores luce bastante colorido

El olor nauseabundo impregna todo el lugar hasta provocar arcadas. Es el tufo a muerte que queda tras haber exhumado hace una semana varios cadáveres de la única fosa común que existe en la Ciudad de México. En realidad, los sepultureros iban por un solo cuerpo que finalmente había sido identificado, pero como se encontraba apilado debajo de otros, tuvieron que desenterrar a todos.

Luego hubo que regresar cada uno a su lugar para no perder el orden, pues siempre queda la esperanza de que más delante alguno de esos cadáveres anónimos sea también encontrado por un ser querido.

El Instituto de Ciencias Forenses recibe los cuerpos de las personas que sufren una muerte violenta o sospechosa en la Ciudad de México / Foto: Daniel Hidalgo

Siete días han transcurrido desde entonces y el aroma de los cuerpos en descomposición aún se respira en esta área restringida del Panteón Civil de Dolores, casi colindante con la barranca de Chapultepec, al poniente de la ciudad.

Aquí yacen inertes miles de personas que murieron en la capital del país y de las que ni siquiera se sabe su nombre. Hasta que alguien las reclame, su identidad consiste en un número de averiguación previa del Ministerio Público o un folio del Instituto de Ciencias Forenses (Incifo), organismo dependiente del Tribunal Superior de Justicia de la CdMx encargado de ayudar en la identificación de cadáveres desconocidos.

¿Cuántos son? Es difícil saberlo porque aunque el primer registro de un entierro en la fosa común data del 9 de septiembre de 1960, la información de las autoridades del cementerio no se encuentra sistematizada.

Para tener una idea, hay que ir un paso atrás y recurrir a las estadísticas de la institución encargada de enviar los cadáveres sin identidad al camposanto. Según las cifras más recientes del Incifo, cada año desde 2013 un promedio de 470 cuerpos terminan en calidad de desconocidos, es decir, casi 40 al mes. Su destino final es la fosa común en espera de algún día ser reclamados.

Todo inicia en la morgue

El camino hacia la fosa común comienza en el Incifo, que es la morgue de la ciudad. Lejos de tener una apariencia tétrica, el edificio ubicado en la colonia Doctores luce bastante colorido. Las ventanas están adornadas con vitrales que aluden a la vida, la muerte y la ciencia forense.

Todas las instalaciones lucen limpias y ordenadas, incluyendo el área donde se manipulan los cadáveres. Una vez adentro, hay que cruzar la puerta que conduce al anfiteatro para comenzar a percibir un olor entre formol y sangre fresca, por mucho más tolerable que el que desprenden los cadáveres exhumados de la fosa común.

Si después de tres semanas ningún pariente se presenta en el Incifo a reclamar el cuerpo, entonces es mandado a la fosa común / Foto: Daniel Hidalgo

Sobre dos planchas reposan los cuerpos desnudos de dos hombres. Ya se les han practicado las necropsias para determinar la causa de muerte. Como el más joven está en calidad de desconocido, se le toman sus registros dentales que junto sus fotografías, huellas dactilares, muestras biológicas y revisión antropológica se conservarán en un archivo por si algún día llega a ser reclamado.

“Muchas veces se han hecho identificaciones después de cuatro o cinco años porque tenemos los archivos”, comenta el doctor José Luis Dorantes Ramírez, Jefe de la Unidad Departamental de Anfiteatro y Patología del Incifo.

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Las personas que sufren una muerte violenta o sospechosa al interior de la capital del país son trasladadas a este lugar por una orden del Ministerio Público para que se les practique la necropsia de ley.

Generalmente ingresan víctimas de accidentes de tránsito y homicidios. Y de acuerdo con el personal, en los últimos años no hay día que no tengan al menos un caso de asesinato por arma de fuego.

Si se conoce la identidad de la persona, se emite el certificado de defunción y se entrega a sus familiares. En caso contrario, se arma un registro de antropología, odontología, dactiloscopia y fotografía del cuerpo recabando toda la información que ayude a su posterior identificación. Si al cabo de tres semanas ningún familiar se presenta a reclamarlo, entonces es mandado a la fosa común.

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De casi cinco mil cadáveres que ingresan cada año al anfiteatro, en 10% de los casos nadie acude a identificarlos.

Hay ocasiones que la autoridad ministerial demanda que un cadáver se quede más tiempo en el Incifo –hasta un año– y allí permanece conservado en una cámara de refrigeración que puede llegar a albergar hasta 400 cuerpos.

Para los cuerpos no reclamados se arma un registro de antropología, odontología, dactiloscopia y fotografía que ayude a su posterior identificación / Foto: Daniel Hidalgo

Algunos cadáveres que están en buenas condiciones son enviados temporalmente a universidades como la UNAM, el IPN, la Escuela Médico Militar y otras privadas para la formación de sus estudiantes de Medicina. Pero tarde que temprano todos terminan en la fosa común si no son identificados.

El joven que hoy yace tendido en la plancha del anfiteatro tiene apenas 22 años, pero a este lugar llegan hombres y mujeres de todas las edades. Los registros del instituto así lo indican.

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Hombre no identificado, 65 años. Causa de muerte: homicidio por proyectil de arma de fuego penetrante de cráneo. Lugar de los hechos: Matanzas 1054, colonia Residencial Zacatenco, delegación Gustavo A. Madero. Destino: Panteón Civil de Dolores.

Mujer no identificada, 30 años. Causa de muerte: agresión por ahorcamiento, estrangulación o sofocación. Lugar de los hechos: Guillermo Prieto SN, colonia Miguel Hidalgo, delegación Tláhuac. Destino: Panteón Civil de Dolores.

Hombre no identificado, 45 años. Causa de muerte: traumatismo intracraneal por accidente en la vía pública. Lugar de los hechos: Francisco I. Madero esquina con 5 de Mayo, Pueblo San Bartolomé Xicomulco, delegación Milpa Alta. Destino: UNAM.

Incluso, los registros de enero de 2013 a julio de 2017 proporcionados por la dependencia vía una solicitud de transparencia revelan la existencia de 56 fetos.

El ilustre con el desconocido

La ficha del cadáver de un niño de entre tres y cinco años conmocionó a los capitalinos a mediados de octubre. Llevaba más de 22 días en el Incifo desde que fue encontrado muerto en la Delegación Tláhuac sin que ningún familiar se hubiera presentado a reclamar el cuerpo. La necropsia practicada al menor reveló que un golpe en el cráneo le había causado la muerte.

El suceso hizo recordar el caso “Ángela”, una pequeña que fue hallada sin vida dentro de una maleta en marzo de 2015. Con la esperanza de que alguien acudiera a identificarla permaneció en el Incifo más de un año.

Nadie llegó

La menor fue bautizada como Ángela y su cuerpo fue llevado al Cementerio del Parque Memorial, en el vecino Estado de México, tras una guardia de honor montada por el jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera, y el entonces presidente del Tribunal Superior de Justicia de la ciudad, Edgar Elías Azar.

En el caso del niño, la difusión de su retrato en los medios de comunicación llegó hasta sus abuelos, quienes confirmaron en la morgue que se trataba de su nieto. Pero los cadáveres no siempre son identificados y mucho menos reciben honores por los altos mandos del gobierno.

Los cadáveres que llegan al anfiteatro pertenecen a hombres y mujeres de todas las edades e incluso también hay fetos / Foto: Daniel Hidalgo

Su destino final es el olvido en la fosa común del Panteón Civil de Dolores, uno de los más grandes y antiguos de la CdMx. Con casi 143 años, el cementerio de 240 hectáreas de superficie alberga un millón de personas sepultadas, más de la población que tienen estados como Baja California Sur, Campeche o Colima. Eso sin contar a los que están en la fosa común, indica Samuel Otero González, Jefe de Panteones de la delegación Miguel Hidalgo.

Se podría decir que se trata de un cementerio incluyente pues por un lado tiene como huéspedes a más de un centenar de hombres y mujeres reconocidos por sus contribuciones al desarrollo del país, cuyos cuerpos descansan en la sección exclusiva conocida como la Rotonda de las Personas Ilustres, y por el otro también descansan los restos de miles de personas que murieron en el anonimato.

Aunque a la sección donde se depositan los muertos sin identidad se le conoce como fosa común, en realidad se trata de varias hileras de fosas. Cada una mide 2 metros por 2.5 metros por 3 metros de profundidad y llega a alojar entre 150 y 200 cadáveres.

Para cada fosa primero se llena el nivel más profundo. Una vez que se completa, se cubre con una capa de tierra para continuar con el segundo nivel y así sucesivamente hasta llegar unos 20 centímetros antes del ras de piso. Cuando la fosa ha sido ocupada en su totalidad, se abre una nueva con las mismas dimensiones y se repite el procedimiento.

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A partir de 2005, el personal del cementerio trabaja mediante un sistema de coordenadas para depositar los cuerpos de forma ordenada y así localizarlos rápidamente en caso de que algún día se requiera su exhumación. A cada uno se le asigna un número de línea o hilera, un número de fosa y un número de nivel.

En ausencia de un nombre, su registro se hace con el número de averiguación previa de la autoridad ministerial y el folio otorgado por el Incifo para ubicarlos rápidamente en caso de que alguien acuda algún día a reclamarlos.

La fosa común

Se puede decir que la fosa común se divide en tres secciones. A la entrada se localizan las zanjas que ya se llenaron, cada una organizada conforme al sistema de coordenadas del panteón: línea, fosa y nivel. Sobre ellas aparecen algunas cruces y pequeñas lápidas como testimonio de que aún es posible identificar un cuerpo incluso cuando ya fue sepultado.

“Fosa 69, Línea 1, Nivel 3. Noé Domínguez Gaspar. Tu recuerdo vivirá para siempre en nuestros corazones. Recuerdo de tu madre, esposa e hijas. Descansa en paz”, se lee en una pequeña cruz de hojalatería negra.

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Junto a ella hay otra que dice: “Fosa 69, Línea 1, Nivel 1. Guillermo Eduardo Catuar Estrada. Tengo esperanza en cuanto a Jehová Dios, de que habrá resurrección (Hechos 24:15)”.

De acuerdo con Samuel Otero, los cuerpos que se llegan a identificar pueden ser cremados o reinhumados en el lugar que determinen sus familiares. Sin embargo, en ocasiones por falta de dinero deciden dejarlos en la fosa común. En ese caso, las autoridades del panteón les permiten colocar una pequeña lápida en su memoria.

A un costado de esta primera sección se localiza un hoyo profundo en donde son depositadas las partes de cadáveres incompletos.

Al centro del área se encuentra el lugar donde descansan parte de las víctimas del terremoto de 1985. La otra parte se encuentra en una fosa del Panteón Civil San Lorenzo Tezonco, al oriente de la ciudad, aunque ésta solo se ha utilizado para albergar a los muertos del sismo de hace 32 años.

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“Cada año vienen a poner flores, pero esta vez no, quizá porque el nuevo terremoto ocurrió justo el mismo día”, comenta Otero frente al memorial de las víctimas cuya placa de metal en algún momento fue hurtada del lugar.

Más al fondo, casi en despoblado, se encuentra la sección de las fosas más recientes. Éstas aún no se llenan y solo están cubiertas por láminas en espera de que lleguen los nuevos inquilinos. No tardarán mucho en ocuparse.

El olor nauseabundo impregna todo el lugar hasta provocar arcadas. Es el tufo a muerte que queda tras haber exhumado hace una semana varios cadáveres de la única fosa común que existe en la Ciudad de México. En realidad, los sepultureros iban por un solo cuerpo que finalmente había sido identificado, pero como se encontraba apilado debajo de otros, tuvieron que desenterrar a todos.

Luego hubo que regresar cada uno a su lugar para no perder el orden, pues siempre queda la esperanza de que más delante alguno de esos cadáveres anónimos sea también encontrado por un ser querido.

El Instituto de Ciencias Forenses recibe los cuerpos de las personas que sufren una muerte violenta o sospechosa en la Ciudad de México / Foto: Daniel Hidalgo

Siete días han transcurrido desde entonces y el aroma de los cuerpos en descomposición aún se respira en esta área restringida del Panteón Civil de Dolores, casi colindante con la barranca de Chapultepec, al poniente de la ciudad.

Aquí yacen inertes miles de personas que murieron en la capital del país y de las que ni siquiera se sabe su nombre. Hasta que alguien las reclame, su identidad consiste en un número de averiguación previa del Ministerio Público o un folio del Instituto de Ciencias Forenses (Incifo), organismo dependiente del Tribunal Superior de Justicia de la CdMx encargado de ayudar en la identificación de cadáveres desconocidos.

¿Cuántos son? Es difícil saberlo porque aunque el primer registro de un entierro en la fosa común data del 9 de septiembre de 1960, la información de las autoridades del cementerio no se encuentra sistematizada.

Para tener una idea, hay que ir un paso atrás y recurrir a las estadísticas de la institución encargada de enviar los cadáveres sin identidad al camposanto. Según las cifras más recientes del Incifo, cada año desde 2013 un promedio de 470 cuerpos terminan en calidad de desconocidos, es decir, casi 40 al mes. Su destino final es la fosa común en espera de algún día ser reclamados.

Todo inicia en la morgue

El camino hacia la fosa común comienza en el Incifo, que es la morgue de la ciudad. Lejos de tener una apariencia tétrica, el edificio ubicado en la colonia Doctores luce bastante colorido. Las ventanas están adornadas con vitrales que aluden a la vida, la muerte y la ciencia forense.

Todas las instalaciones lucen limpias y ordenadas, incluyendo el área donde se manipulan los cadáveres. Una vez adentro, hay que cruzar la puerta que conduce al anfiteatro para comenzar a percibir un olor entre formol y sangre fresca, por mucho más tolerable que el que desprenden los cadáveres exhumados de la fosa común.

Si después de tres semanas ningún pariente se presenta en el Incifo a reclamar el cuerpo, entonces es mandado a la fosa común / Foto: Daniel Hidalgo

Sobre dos planchas reposan los cuerpos desnudos de dos hombres. Ya se les han practicado las necropsias para determinar la causa de muerte. Como el más joven está en calidad de desconocido, se le toman sus registros dentales que junto sus fotografías, huellas dactilares, muestras biológicas y revisión antropológica se conservarán en un archivo por si algún día llega a ser reclamado.

“Muchas veces se han hecho identificaciones después de cuatro o cinco años porque tenemos los archivos”, comenta el doctor José Luis Dorantes Ramírez, Jefe de la Unidad Departamental de Anfiteatro y Patología del Incifo.

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Las personas que sufren una muerte violenta o sospechosa al interior de la capital del país son trasladadas a este lugar por una orden del Ministerio Público para que se les practique la necropsia de ley.

Generalmente ingresan víctimas de accidentes de tránsito y homicidios. Y de acuerdo con el personal, en los últimos años no hay día que no tengan al menos un caso de asesinato por arma de fuego.

Si se conoce la identidad de la persona, se emite el certificado de defunción y se entrega a sus familiares. En caso contrario, se arma un registro de antropología, odontología, dactiloscopia y fotografía del cuerpo recabando toda la información que ayude a su posterior identificación. Si al cabo de tres semanas ningún familiar se presenta a reclamarlo, entonces es mandado a la fosa común.

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De casi cinco mil cadáveres que ingresan cada año al anfiteatro, en 10% de los casos nadie acude a identificarlos.

Hay ocasiones que la autoridad ministerial demanda que un cadáver se quede más tiempo en el Incifo –hasta un año– y allí permanece conservado en una cámara de refrigeración que puede llegar a albergar hasta 400 cuerpos.

Para los cuerpos no reclamados se arma un registro de antropología, odontología, dactiloscopia y fotografía que ayude a su posterior identificación / Foto: Daniel Hidalgo

Algunos cadáveres que están en buenas condiciones son enviados temporalmente a universidades como la UNAM, el IPN, la Escuela Médico Militar y otras privadas para la formación de sus estudiantes de Medicina. Pero tarde que temprano todos terminan en la fosa común si no son identificados.

El joven que hoy yace tendido en la plancha del anfiteatro tiene apenas 22 años, pero a este lugar llegan hombres y mujeres de todas las edades. Los registros del instituto así lo indican.

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Hombre no identificado, 65 años. Causa de muerte: homicidio por proyectil de arma de fuego penetrante de cráneo. Lugar de los hechos: Matanzas 1054, colonia Residencial Zacatenco, delegación Gustavo A. Madero. Destino: Panteón Civil de Dolores.

Mujer no identificada, 30 años. Causa de muerte: agresión por ahorcamiento, estrangulación o sofocación. Lugar de los hechos: Guillermo Prieto SN, colonia Miguel Hidalgo, delegación Tláhuac. Destino: Panteón Civil de Dolores.

Hombre no identificado, 45 años. Causa de muerte: traumatismo intracraneal por accidente en la vía pública. Lugar de los hechos: Francisco I. Madero esquina con 5 de Mayo, Pueblo San Bartolomé Xicomulco, delegación Milpa Alta. Destino: UNAM.

Incluso, los registros de enero de 2013 a julio de 2017 proporcionados por la dependencia vía una solicitud de transparencia revelan la existencia de 56 fetos.

El ilustre con el desconocido

La ficha del cadáver de un niño de entre tres y cinco años conmocionó a los capitalinos a mediados de octubre. Llevaba más de 22 días en el Incifo desde que fue encontrado muerto en la Delegación Tláhuac sin que ningún familiar se hubiera presentado a reclamar el cuerpo. La necropsia practicada al menor reveló que un golpe en el cráneo le había causado la muerte.

El suceso hizo recordar el caso “Ángela”, una pequeña que fue hallada sin vida dentro de una maleta en marzo de 2015. Con la esperanza de que alguien acudiera a identificarla permaneció en el Incifo más de un año.

Nadie llegó

La menor fue bautizada como Ángela y su cuerpo fue llevado al Cementerio del Parque Memorial, en el vecino Estado de México, tras una guardia de honor montada por el jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera, y el entonces presidente del Tribunal Superior de Justicia de la ciudad, Edgar Elías Azar.

En el caso del niño, la difusión de su retrato en los medios de comunicación llegó hasta sus abuelos, quienes confirmaron en la morgue que se trataba de su nieto. Pero los cadáveres no siempre son identificados y mucho menos reciben honores por los altos mandos del gobierno.

Los cadáveres que llegan al anfiteatro pertenecen a hombres y mujeres de todas las edades e incluso también hay fetos / Foto: Daniel Hidalgo

Su destino final es el olvido en la fosa común del Panteón Civil de Dolores, uno de los más grandes y antiguos de la CdMx. Con casi 143 años, el cementerio de 240 hectáreas de superficie alberga un millón de personas sepultadas, más de la población que tienen estados como Baja California Sur, Campeche o Colima. Eso sin contar a los que están en la fosa común, indica Samuel Otero González, Jefe de Panteones de la delegación Miguel Hidalgo.

Se podría decir que se trata de un cementerio incluyente pues por un lado tiene como huéspedes a más de un centenar de hombres y mujeres reconocidos por sus contribuciones al desarrollo del país, cuyos cuerpos descansan en la sección exclusiva conocida como la Rotonda de las Personas Ilustres, y por el otro también descansan los restos de miles de personas que murieron en el anonimato.

Aunque a la sección donde se depositan los muertos sin identidad se le conoce como fosa común, en realidad se trata de varias hileras de fosas. Cada una mide 2 metros por 2.5 metros por 3 metros de profundidad y llega a alojar entre 150 y 200 cadáveres.

Para cada fosa primero se llena el nivel más profundo. Una vez que se completa, se cubre con una capa de tierra para continuar con el segundo nivel y así sucesivamente hasta llegar unos 20 centímetros antes del ras de piso. Cuando la fosa ha sido ocupada en su totalidad, se abre una nueva con las mismas dimensiones y se repite el procedimiento.

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A partir de 2005, el personal del cementerio trabaja mediante un sistema de coordenadas para depositar los cuerpos de forma ordenada y así localizarlos rápidamente en caso de que algún día se requiera su exhumación. A cada uno se le asigna un número de línea o hilera, un número de fosa y un número de nivel.

En ausencia de un nombre, su registro se hace con el número de averiguación previa de la autoridad ministerial y el folio otorgado por el Incifo para ubicarlos rápidamente en caso de que alguien acuda algún día a reclamarlos.

La fosa común

Se puede decir que la fosa común se divide en tres secciones. A la entrada se localizan las zanjas que ya se llenaron, cada una organizada conforme al sistema de coordenadas del panteón: línea, fosa y nivel. Sobre ellas aparecen algunas cruces y pequeñas lápidas como testimonio de que aún es posible identificar un cuerpo incluso cuando ya fue sepultado.

“Fosa 69, Línea 1, Nivel 3. Noé Domínguez Gaspar. Tu recuerdo vivirá para siempre en nuestros corazones. Recuerdo de tu madre, esposa e hijas. Descansa en paz”, se lee en una pequeña cruz de hojalatería negra.

Entérate: Detenido por muerte de Rafita trabajaba en una funeraria, era su vecino y convivía con el pequeño

Junto a ella hay otra que dice: “Fosa 69, Línea 1, Nivel 1. Guillermo Eduardo Catuar Estrada. Tengo esperanza en cuanto a Jehová Dios, de que habrá resurrección (Hechos 24:15)”.

De acuerdo con Samuel Otero, los cuerpos que se llegan a identificar pueden ser cremados o reinhumados en el lugar que determinen sus familiares. Sin embargo, en ocasiones por falta de dinero deciden dejarlos en la fosa común. En ese caso, las autoridades del panteón les permiten colocar una pequeña lápida en su memoria.

A un costado de esta primera sección se localiza un hoyo profundo en donde son depositadas las partes de cadáveres incompletos.

Al centro del área se encuentra el lugar donde descansan parte de las víctimas del terremoto de 1985. La otra parte se encuentra en una fosa del Panteón Civil San Lorenzo Tezonco, al oriente de la ciudad, aunque ésta solo se ha utilizado para albergar a los muertos del sismo de hace 32 años.

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“Cada año vienen a poner flores, pero esta vez no, quizá porque el nuevo terremoto ocurrió justo el mismo día”, comenta Otero frente al memorial de las víctimas cuya placa de metal en algún momento fue hurtada del lugar.

Más al fondo, casi en despoblado, se encuentra la sección de las fosas más recientes. Éstas aún no se llenan y solo están cubiertas por láminas en espera de que lleguen los nuevos inquilinos. No tardarán mucho en ocuparse.

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