Marichuy, una vida arrojada al vacío

María Zamudio estudiaba una ingeniería en el Poli, hace cinco años sus sueños fueron truncados por alguien que la aventó desde una azotea hacia la muerte

Maleny Navarro | El Sol de México

  · viernes 20 de noviembre de 2020

Foto: Especial

María de Jesús Jaimes Zamudio estudiaba una ingeniería en el Poli y soñaba con llevar a sus sobrinos a Disneyland, sin embargo, hace cinco años, sus sueños fueron truncados por alguien que la aventó desde una azotea hacia la muerte.

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“Mi mayor inspiración es mi familia y la gente que me rodea y que se dan la oportunidad de compartir conmigo momentos, historias, experiencias, su vida misma”, contaba María de Jesús Jaimes Zamudio en su biografía de Facebook.

Marichuy, Mari o Chucha. Así llamaban sus amigos a la mujer que se había fijado como meta tener su propia casa, ser independiente económicamente y llevar a sus sobrinos a Disneyland, en Estados Unidos. Quería estudiar una maestría luego de graduarse como ingeniera petrolera en el Instituto Politécnico Nacional.

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Marichuy estudió la primaria en un colegio de monjas y participaba en todas las actividades posibles: ayudaba a organizar las pastorelas, los bailes, también las pláticas entre la comunidad estudiantil. Estudió la secundaria y bachillerato en Iztacalco y finalmente fue aceptada en la carrera de sus sueños: fue una de las 176 mujeres -de una plantilla de 822 estudiantes- que ingresaron a la ingeniería petrolera en la Escuela Superior de Ingeniería y Arquitectura, plantel Ticomán.

Amante del deporte, desde pequeña practicaba karate y natación, aunque con el paso de los años se apasionó por el basquetbol. También apoyaba a su familia en el restaurante de su padre, tuvo su primer empleo en un cine para así comenzar su independencia económica, disfrutaba de los museos y también de tomar fotografías a Ginebra, su gata.

Pero sus metas no pudieron concretarse pues en enero de 2016 María de Jesús fue arrojada desde el quinto piso del edificio donde rentaba un departamento compartido. Casi cinco años después aún no hay ningún detenido por su muerte.

A Marichuy sus amigos la recuerdan siempre sonriente, siempre dispuesta y sobre todo siempre cariñosa.

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La noche del 15 de enero de 2016, Marichuy le contó a su mamá, Yesenia Zamudio, que saldría a cenar a un restaurante con sus compañeros del IPN. Luego actualizó su itinerario y le contó que irían a un karaoke.

Horas más tarde Yesenia recibió una llamada. “Mari sufrió una caída y va rumbo al hospital”, escuchó a través del teléfono la madrugada del 16 de enero.

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Se trasladó con el papá de Marichuy al Hospital de Ticomán pues ahí le habían reportado que sería atendida. No la encontró.

Buscó a su hija por los hospitales hasta que en el Hospital Balbuena la halló, pero con errores en sus datos de identificación… y en coma.

A través de redes sociales Yesenia escuchaba a los amigos de su hija que se acercaron para conocer el estado de Mari y sobre todo ofrecer su apoyo. “La aportación de cada uno de ustedes es importante desde 10 pesos su ayuda es muy importante, aunque no necesariamente tiene que ser monetaria, si no disponen de recursos una oración a Dios por su salud es bien recibida; ella te necesita hoy más que nunca, así como ella estuvo ahí todo el tiempo para nosotros”, fue el mensaje difundido en las cuentas personales de Mari.

María de Jesús Jaimes Zamudio murió a los ocho días en un hospital particular, en la colonia Roma. “Me dicen que si la hubieran intervenido inmediatamente, Mari estaría contándonos qué le hicieron”, afirmó su madre en las primeras declaraciones que dio a la prensa.

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Por un momento a Mari le rondó la idea de convertirse en monja, un deseo fugaz que surgió en su infancia pues lo compartía con Fanny García, quien la conoció desde que ambas tenían 7 años.

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“Pasábamos horas ensayando, fuimos parte de los grupos que organizaban pastorelas, convivios, pláticas con niños de la colonia para motivarlos a que se acercaran. Hablábamos de que queríamos ser monjas las dos en ese entonces y nos íbamos a ir al convento juntas. Donde (Mari) vivía había espacio en un estacionamiento y en las tardes nos reunimos para practicar entre nosotras (karate), hacíamos de comer y pasábamos la tarde juntas en su casa”, cuenta.

Mari, a los ojos de su amiga de la infancia, era la persona más bondadosa.

“Le gustaba mucho leer, en sus domingos le gustaba mucho ir a museos y aprender, si le gustaba salir obviamente pero no lo hacía frecuentemente, no le gustaban las personas egoístas ni convivir con gente así".

“Cuando estudió el bachillerato llevó la carrera técnica de turismo y se desvivía. Practicaba sus bebidas, se dedicaba entero a lo que tenía en ese momento. Cuando eligió la carrera estaba súper contenta cuando quedó y luego entró el equipo de basquet de la ESIA y le apasionaba cañón lo que hacía”.

Una de las épocas favoritas de Mari era Día de Muertos. Cada noviembre hacía bolsas de dulces y salía a la calle a repartirlas a los niños. Tenía tres hermanas y su adoración fueron sus sobrinos.

En el transcurso de pasar a la ingeniería, Mari buscó un empleo formal. Así llegó a una sucursal Cinemex en el oriente de la Ciudad de México. No había nadie que no le sonriera en las taquillas cuando vendía los boletos, incluso los días de promociones con los clientes más exigentes.

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La siguiente anécdota la cuenta Michel Rendón, su amiga en el trabajo, pues dice, define la esencia que Mari transmitía a todo aquel que se le acercaba: siempre sincera, pero increíblemente empática. Ocurrió durante el estreno de la película No se aceptan devoluciones, de Eugenio Derbez.

-“¡Somos ocho!”, llegó gritando una señora mientras todas las cajas peleaban por lugares disponibles.

-“Si, pero apuuúrese señora, nos van a ganar los lugares”, le respondió Mari y de inmediato le dijo a sus compañeros que tenía que lograr esos asientos.

-“Bueno, es que no me apures niña”, dijo la señora mientras los asientos se ocupaban.

-“Mire, le voy a decir una cosa, ¡eh!: nos van a ganar los lugares y yo no tengo la culpa”, bromeó Mari mientras buscaba los mejores asientos que, en efecto, se ocuparon.

-“Jajaja, bueno, dame los que tú quieras”, contestó la señora entre risas y agradecida con Mari por el esfuerzo.

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“Tenía una luz enorme, hacía que te la pasaran bien. En ella no había malicia, ni odio ni envidia”, cuenta Michel.

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Hace exactamente un año, durante la marcha por el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, la voz de Yesenia Zamudio retumbó en el antimonumento erigido por las víctimas de feminicidio, justo frente al Palacio de Bellas Artes.

2019 fue el año en el que las mujeres en la Ciudad de México fueron el eco del país para exigir un alto a la violencia y a los feminicidios. Ante la incomprensión de las autoridades y los oídos sordos de la policía, el grito de justicia se plasmó en cada rincón: monumentos, calles y bardas se habían pintado con el mensaje de #NiUnaMenos. Todas las marchas que iniciaron en agosto y culminaron en noviembre fueron por Marichuy y el resto de las mujeres asesinadas.

Marichuy se convirtió así en estudiante, profesionista, reportera, vendedora, madre y demás profesiones de quienes asistían a las movilizaciones pues cada una de estas mujeres portaba un cartel con su imagen y su nombre.

“Cómo chingados no voy a estar enojada. Lo quiero quemar todo, me mataron a mi hija”, gritó la madre de Marichuy a través de un megáfono. El video de su exigencia y el dolor con el que lo transmitió se replicó de inmediato en redes sociales, noticieros y medios internacionales.

Así Yesenia Zamudio avivó otra oleada de lucha que incluyó la toma de la CNDH, aunque más tarde abandonó las instalaciones, pero no la búsqueda de justicia para su joven hija.

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“Ella es mi hija una Ingeniera Petrolera que no concluyó su carrera no porque ella no quisiera, Mari Chuy amaba su escuela, se preparó mucho, estudió para poder ingresar a esa institución educativa y pertenecía a la selección de basquetbol. Ella vivía feliz y plena, segura de que lograría sus metas a base de disciplina y dedicación.

“Ya se veía estudiando una maestría y viajando con sus sobrinos a Playa del Carmen donde pensaba tener una casa, ya tenía la foto de como sería nuestro hogar y donde yo algún día cuidaría de sus bebés. Me decía: tú te irás a vivir conmigo mamá, estaríamos juntas y felices con su futura familia.

“Marichuy sólo estudiaba y vivía rodeada de amor, era imposible no amarla. Ella era muy proactiva y ayudaba a quien necesitaba ayuda, se daba a tiempo para todas sus amistades, no se le olvidaban los cumpleaños ni las fechas especiales, como olvidarte Marichuy si tú no nos olvidabas nunca. Siempre nos llevabas en tu corazón y no había un día en que no me lo recordarás: madre, te amo me decías cada mañana. Como olvidarte si vives en mi corazón, como olvidarte si me haces tanta falta”, dice Yesenia.

A pocos días de cumplirse cinco años de su feminicidio, que recién fue reclasificado de esta manera, el Instituto Politécnico Nacional ofrecerá una disculpa pública, no así el gobierno de la Ciudad de México. Ambos por la dilación en el proceso de investigación.

Esta historia la cuentan la madre de Marichuy, sus amigas y sus compañeros porque ella ya no puede.