Empleados, clientes, peatones, turistas, todos desaparecieron del Centro Histórico y con ellos la fuente de ingresos de cientos de organilleros que dependen de la moneda del público. La fórmula es tan sencilla como dura: si no hay gente en la calle, no hay dinero en sus bolsillos. Sus ingresos pararon, pero no los gastos: corre la renta del instrumento y de su vivienda, pasajes, comidas.
El señor José Carmen tiene 73 años, 10 de los cuales los ha dedicado a tocar el organillo en el Centro Histórico. Es uno de los 284 que fueron citados a las ocho de la mañana en Donceles y Callejón Marconi para recibir una despensa de 13 kilos por parte del Comité de Ayuda a Desastres y Emergencias Nacionales (Cadena), de la comunidad judía.
Con su uniforme, cubrebocas y una bolsa de malla para cargar con su despensa, el señor José Carmen arribó minutos antes de la hora pactada, desde el municipio de Tultitlán, en el Estado de México, ubicado al norte de la capital, al otro lado de la Sierra de Guadalupe. El madrugar le permitió ser el primero en recibir su caja, que tras dar las gracias guardó en su bolsa.
“No tenemos para comer ni para nada, pues”, suelta, directo, cuando apenas recibe la primera pregunta sobre cómo está sobrellevando el golpe económico. Cuenta que, con suerte, gana entre 80 y 100 pesos al día, a lo que debe descontar 35 pesos de pasajes y, próximamente, la renta del organillo, que cuesta entre 100 y 150 pesos. “Estamos pensando cómo le vamos a hacer”, dice.
Para ellos la emergencia sanitaria es una lucha diaria. “Se batalla, hay que caminarle y pedirle a la gente, unos dan y otros no. Vamos a donde están las unidades habitacionales para tocarle a la gente a ver si nos da algo”, cuenta mientras sus compañeros reciben su despensa y un par más emitan esas melodías cancinas de sus organillos que sirven de banda sonora al momento.
José Adán, uno de los dos organilleros que ambientan la entrega de despensas, lleva nueve años en la profesión y comparte: “(la emergencia sanitaria) nos ha afectado bastante porque disminuyó la afluencia de gente, nosotros vivimos de la moneda de la gente, pero al no haber gente uno trata de sobrevivir como puede, pero está difícil”.
Como su compañero José Carmen, él cuenta que los ingresos diarios pueden llegar a ser de entre 80 y 100 pesos, cuando antes de la emergencia se podían obtener hasta 300 pesos libres de gastos como la renta del instrumento o pasajes. Las monedas que consigue en un día las obtiene con una jornada que va de nueve de la mañana a cuatro de la tarde.
El organillero Gerardo Moreno, uno de los que gestionó el apoyo de despensas para el gremio, subraya que los organilleros “hemos perdido más del 70 por ciento de nuestros ingresos porque nosotros vivimos de la cooperación de la gente, al no haber flujo de gente vino una baja demasiado extrema. Entonces hay compañeros que salen fuera (a otras colonias) a trabajar”.
“Es difícil, hay riesgo muy grande aquí dentro del cuadro (Centro Histórico), no sabemos en realidad qué persona pase infectada, pero si nos ponemos con el miedo, no vamos a hacer nada, hay familia y tenemos personas que dependen de nosotros”, sentencia. Por la comida, añade, “nos aventamos la mexicanada: unos frijoles con arroz, una tortilla con sal, el chiste es no tener la panza vacía”.