Miles de australianos que tuvieron que dejar sus casas por los incendios se encuentran atrapados en campamentos improvisados en campos de golf o playas, convirtiéndose así en refugiados en su propio país.
En campos de golf, terrenos de críquet o zonas de juego –cualquier espacio donde haya pocos árboles–, los australianos se hacinan para resguardarse de estos violentos fuegos
Es el caso del Catalina Country Club en Batemans Bay, en Nueva Gales del Sur, donde caravanas, autos todoterreno, 'pick-ups' y tiendas de campaña comparten el espacio. El restaurante del club de golf se ha convertido en un centro de evacuación.
En lugar de golfistas que se toman una cerveza al final de una plácida jornada de verano, este espacio acoge ahora a un grupo de mujeres mayores que juegan a las cartas y beben té.
Pilas de comida, ropa y agua, procedentes de donaciones, se acumulan en los rincones. Algunos de los recién llegados comentan irónicos que son como refugiados.
Pero en un país que está acostumbrado a los incendios forestales y que dice orgulloso que resiste a las condiciones extremas, estas últimas semanas han sido brutales.
Los gigantescos fuegos han oscurecido el cielo y ciudades enteras se han visto recubiertas por capas de asfixiante humo. Las espesas nubes incluso han alcanzado a países vecinos Nueva Zelanda y Nueva Caledonia.
Las imágenes de familias metiéndose en el mar para ponerse a salvo causaron conmoción
Para muchos, el futuro es incierto. No saben si sus casas siguen en pie, cuándo podrán regresar y, sobre todo, cuándo se acabará esta hecatombe, con todo lo que queda de verano.
El sábado, las autoridades advirtieron que en Sídney, la mayor ciudad del país, podría haber problemas en el suministro de electricidad, y pidieron a los habitantes reducir el consumo eléctrico.