Culiacán, Sin.- Ningún alma se asoma a la calle José Muro Pico del residencial Los Cisnes, en el Desarrollo Urbano Tres Ríos. La residencia de dos plantas y una terraza techada que da al río Humaya, permanece en silencio: una solitaria cámara como ojo vigilante disuade a cualquiera de llamar a la puerta.
La casa donde las fuerzas militares encontraron a Ovidio Guzmán López el 17 de octubre de 2019, nunca fue asegurada por la Fiscalía General de la República (FGR). Ahora la puerta donde apareció el hijo de El Chapo Guzmán, vestido con camisa manga larga y una gorra negra, las manos en alto, fue sellada y las mallas de la cochera fueron retiradas.
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No hay rastros de bala, no hay huellas de violencia. Al cumplirse un año del jueves negro cuando grupos de pistoleros tomaron Culiacán, Los Chapitos están más fuertes que nunca: han logrado desplazar poco a poco a operadores de Ismael El Mayo Zambada y buscan revertir esa imagen de violentos por la de benefactores.
Caso distinto es el sur de Culiacán, donde se encuentran las colonias que conforman el cinturón de pobreza en las que desconocidos reparten a veces útiles escolares con las iniciales JGL (Joaquín Guzmán Loera). Ahí la gente se dice agradecida.
“La verdad qué bueno que ayudan a la gente”, dice una señora sentada afuera de su casita en la depauperada invasión Ampliación Bicentenario en esta zona de la capital sinaloense.
En agosto pasado en los hospitales públicos también se reportó la entrega de comida a las familias de pacientes internados. Jóvenes en camionetas de modelo reciente llegaban a los hospitales y sacaban alimentos que llevaban en hieleras.
“De parte de los hijos del Chapo”, le informaban a la gente. Propaganda para alimentar las redes sociales.
El mismo mes de agosto, una orden aparentemente dada desde la cúpula del Cártel de Sinaloa obligó a decenas de expendios de cerveza a cerrar a las 11 de la noche, con la finalidad que el narco se quedara con la venta clandestina de alcohol a partir de esa hora.
Vino un escándalo en redes sociales porque se comparó a Los Chapitos con Los Zetas por extorsionadores.
Entonces se dio una nueva orden: nadie en Culiacán puede meterse con los expendios, y al día siguiente, la venta volvió a la normalidad.
De acuerdo con una fuente de la Fiscalía General del Estado, ésa es la imagen que los hijos de Joaquín Guzmán quieren proyectar entre la sociedad: la de benefactores del pueblo.
“Para ellos es muy importante que la gente los quiera”, comenta un trabajador de la Policía de Investigación.
Aunque parece lejos, hace un año cientos de pistoleros armados hasta los dientes salieron a batirse en las calles de la ciudad contra las fuerzas federales y estatales para apretar la cuña, al grado de que el presidente Andrés Manuel López Obrador, se hizo responsable de la liberación de Ovidio Gúmán luego de su captura temporal.
“No íbamos a arriesgar a la gente”, dijo en una de sus conferencias matutinas.
Y los Menores crecieron
Iván Archivaldo, Jesús Alfredo, César, Joaquín y Ovidio; son los hijos de Joaquín Guzmán Loera, El Chapo, que desde que fue detenido, se sabe dirigen al Cártel de Sinaloa.
Lo han hecho a sangre y fuego, se han valido de todos los recursos a su alcance. Han recuperado la vieja consigna “plata o plomo”.
Entre 2016 y 2017, Los Chapitos declararon la guerra al viejo operador de su padre, Dámaso López Núñez, El Licenciado, y a su hijo Dámaso López Serrano, El Mini Lic.
El Licenciado, siendo un capo de la vieja escuela, buscó negociar, pero Iván Archivaldo rechazó cualquier oferta que no fuera entregarle a ellos, los legítimos herederos del Chapo, todo el negocio o debía sufrir las consecuencias.
“Yo estoy aquí por los hijos de mi compadre”, declaró El Licenciado durante el juicio del Chapo en Nueva York, recriminando un pleito que pudo evitarse, según él, mediante el diálogo y la palabra. De esa guerra que sacudió Culiacán y Navolato, Los Chapitos emergieron fortalecidos y consolidados.
“La organización que dirige Iván se preocupa mucho por tener potentes armas, mucha gente, vehículos en los qué moverse, casas de seguridad; esa es su fortaleza: poder movilizar a cientos de personas en pocos minutos”, cuenta un policía investigador, que por temor a represalias pidió el anonimato.
Para este veterano investigador, el jueves negro apenas fue una iniciación, fue la manera en la que los hijos del Chapo, antes llamados Los Menores, llegaron a la edad adulta. “Mucho del gasto del cártel se va a pagar la estructura de seguridad, nunca antes me había tocado que un capo quisiera tener esa maquinaria”, comenta.
De ahí que hace un año, tuvieron la suficiente logística para tomar el control de Culiacán con bloqueos, amagos, emboscadas, balaceras, quema de vehículos, “retención” de militares, como si hubiera sido la puesta en escena de un plan maestro criminal encaminado a blindar la capital sinaloense ante cualquier futuro operativo contra alguno de los suyos.
Desde 2014, la Secretaría de Marina con asesoría de la DEA parecía saberlo, pues en febrero de ese año se documentó cómo realizaron acciones dirigidas a sacar al Chapo de su escondite y llevarlo a una zona donde sus ejércitos de pistoleros no tuvieran capacidad de moverse: Mazatlán. En la segunda recaptura del 8 de enero de 2016, la Marina hizo que Guzmán se moviera a Los Mochis, donde fue capturado por policías federales que recibieron un reporte de robo de vehículo y que era el auto donde huían.
Otra guerra ganada
Después del jueves negro, el jefe de pistoleros de Iván Archivaldo, un individuo conocido por el alias de El Niní, entró en confrontación con uno de los jefes de sicarios de Ismael El Mayo Zambada, un sujeto apodado El Ruso.
El conflicto escaló poco después de que El Ruso, según información de la Policía Municipal, ordenó privar de la libertad y golpear a un grupo de 11 agentes de esta corporación, quienes fueron llevados a la sindicatura de Tepuche. Una vez liberados, algunos de los uniformados tuvieron que buscar atención médica en una clínica particular por la gravedad de sus lesiones.
Sin embargo, Óscar Guinto Marmolejo, secretario de Seguridad Pública y Tránsito Municipal de Culiacán, aseguró que los agentes sufrieron un “accidente que ocurrió al volcarse una patrulla”, pese a que la Fiscalía confirmó que los agentes tenían lesiones dolosas en sus cuerpos.
Entre enero y febrero de 2020, comenzaron a darse escaramuzas entre las células de El Ruso y El Niní, sobre todo en la zona norte de Culiacán.
Esto llevó a que el 6 de marzo, decenas de habitantes del poblado de Tepuche protestaran contra la violencia ante la presencia de unas supuestas Fuerzas Comunitarias Rurales.
En la comunidad de Aguacaliente de Los Monzón, los habitantes construyeron barricadas y bloquearon los accesos y exigieron también una base militar en el pueblo, pero la Secretaría de la Defensa Nacional y la de Seguridad Pública de Sinaloa, sólo llevaron a cabo operativos móviles desde la Base de Operaciones Mixtas Urbanas.
Ya con la pandemia de Covid-19 encima, en los meses de abril, mayo y junio, la guerra entre Los Chapitos y El Ruso se recrudeció. Se registraron por lo menos, nueve enfrentamientos entre las fuerzas del orden y grupos armados en caminos rurales y rancherías al norte de Culiacán.
El choque entre las células comenzó a provocar desplazamientos forzados. Docenas de familias enteras tuvieron que dejar sus comunidades para ponerse a salvo de las balas. Según fuentes de la Fiscalía, El Mayo Zambada optó por dejar sin apoyo a El Ruso y su gente, conocidos como Los Comunistas, por lo que Los Chapitos tuvieron carta abierta para incursionar en el territorio y cazar a los jefes de esta célula criminal.
Pero fue el 24 de junio cuando la cacería sangrienta del Niní contra El Ruso segó la vida de 16 personas en la comunidad de Bagrecitos, aunque sólo siete de ellos fueron identificados como pistoleros.
Nueve de las víctimas formaban parte de la comunidad. La mayoría campesinos y rancheros que sobrevivían con lo mínimo en la marginada zona rural.
Tras los hechos, la guerra empezó a amainar, quedaron escaramuzas, desapariciones de personas, una estela de terror en la que finalmente Los Chapitos reforzaron su liderazgo de nueva cuenta.
Existen versiones que señalan que El Ruso fue desterrado de Culiacán junto con su gente más cercana.
Quedan secuelas, rastros, laceraciones. Un año después, la violencia sigue cobrando víctimas y el narco permanece intocable por el gobierno federal.
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