CIUDAD JUÁREZ, Chih. (AFP).- “Justicia”, implora con vozentrecortada la mexicana Guadalupe Güereca, mientras recuerda latrágica muerte de su hijo adolescente, víctima de los disparos deun policía estadunidense desde el otro lado de la controvertidafrontera común.
El 7 de junio de 2010, Sergio Hernández Güereca murió consolo 15 años en un incidente de complejas implicaciones legales,que mañana será examinado en Washington por la Corte Suprema enun momento en que la política del presidente Donald Trump centrala atención en la frontera mexicano-estadunidense.
Sergio jugaba allí con tres amigos a tocar la valla que separala mexicana Ciudad Juárez de la vecina El Paso, en Texas, cuandose toparon con un guardafronteras que patrullaba del ladoestadunidense.
El juego no gustó al guardia fronterizo Jesús Mesa, quepatrullaba en bicicleta. Mesa logró agarrar a uno de losalborotadores, y luego apuntó su arma y disparó, alcanzando aSergio en la cabeza. El muchacho murió del lado mexicano de lalínea divisoria, por lo que la justicia de Estados Unidos hanegado hasta ahora a su familia la posibilidad de demandar alagente ante los tribunales de ese país.
Sergio -un muchacho “muy bueno”, afirma Guadalupe sin podercontener la emoción-, era el menor de siete hermanos y como tal,el más apegado a su madre.
“Siempre estuvimos muy unidos”, explica esta mujer de 59años, cabello canoso y piel curtida, mientras sus ojos claros sellenan de lágrimas.
“Pero mire cómo es la vida, me lo quitó para siempre”,agrega con melancolía, sentada sobre la cama de su humilde casita,por la que corretean cinco de sus nietos.
Sobre una cómoda, tiene dos fotografías del muchacho tomadaspoco antes de la tragedia. Son las únicas que le quedan, asegura,lamentando que sus otros hijos le hayan ido quitando, poco a poco,todos los demás recuerdos en un intento de limitar sutristeza.
Pero ella no logra olvidar a Sergio: una vez al mes saca toda suropa y la lava.
Y todas las semanas visita su tumba en el cementerio local,donde los colores chillones de flores y coronas de plásticocontrastan con la aridez del desierto.
Lupe lamenta con amargura no haber recibido el apoyo que lasautoridades mexicanas, asegura, le prometieron. Afirma que en 2010el entonces alcalde de Ciudad Juárez, José Reyes Ferriz,prometió darle una casa y ayuda económica mensual, pero nocumplió pese a que ella era empleada municipal. Cuatro añosdespués, tras el cambio de alcalde, fue despedida.