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La campaña de Luis Donaldo Colosio duró exactamente 75 días.
Su camino por la silla presidencial comenzó el 10 de enero de 1994 en Huejutla, Hidalgo. Los asesores del candidato planearon una gira por toda la República Mexicana.
El nativo de Magdalena de Kino, Sonora, Luis Donaldo Colosio Murrieta, llegó el 23 de marzo de 1994 a las 16:05 horas al aeropuerto Abelardo L. Rodríguez de Tijuana, pues estaba todo listo para continuar con su campaña en la popular colonia Lomas Taurinas. Sin saber que daría su último discurso.
Colosio llegó a Tijuana en un jet, descendió y saludó desde la escalera. Ya lo esperaba mucha gente, tanta que doblaban las rejas para acercarse.
Tras bajar del avión, se dirigió a este lugar, donde ya era esperado por miles de priistas que impulsaban su candidatura.
Colosio era arropado por hombres y mujeres. Y antes de iniciar el mitin, militantes priistas escucharon el playlist de la Banda Machos, que en esa época sonaba en la radio.
Sabía quitarse las manos de encima, a las señoras que le tomaban el brazo, a los que querían audiencia, a los que se atravesaban para abrazarlo. Miraba hacia algún punto y levantaba la mano saludando de pronto hacia otro lugar para escapar.
“Nosotros no le tememos a la competencia política, lo que sí rechazamos es la incompetencia política”, dijo el candidato del PRI a la presidencia de la República, la tarde del 23 de marzo.
“Un gobierno responsable es aquel que sirve a todos, sin distingo de partidos políticos, un gobierno responsable es el que está cerca de la gente, un gobierno responsable es el que escucha y el que atiende el reclamo popular”, manifestó Colosio.
El candidato, quien evitó durante unos 10 minutos de discurso mencionar el nombre de su partido, cerró con un último mensaje: “¡Que viva Baja California, que viva Tijuana, que viva la organización popular, que viva el PRI, que viva México!”.
Después, Colosio se posó junto a un niño que sostenía una paloma blanca en sus manos y la dejó volar.
A las 17:12 de aquel 23 de marzo de 1994, el candidato caminó en la explanada rodeado de la multitud y ahí, apareció el hombre que le quitaría el último suspiro, Mario Aburto.