Durante largo tiempo el reportero observa a un niño, por susrasgos físicos no sobrepasa los 13 años, pero su forma de vestiry el modo de comportarse lo hacen ver como de 22, camina de un ladoa otro de la plaza pública en un municipio del “TriánguloRojo”, compra algo en la tienda y regresa donde estaba. La escenaes desconcertante porque hasta hace unos meses, el mismo infante seacercaba a la gente para pedir dinero, un peso para ser exactos, sucara reflejaba desesperación, hambre y ganas de jugar.
De repente un grupo de 4 ó 5 niños rodean al muchachito y lehacen mucho revuelo, los niños —algunos de su edad— lo tratancon mucho respeto. Tras unos minutos más, el reportero se acerca ylo invita a una paletería que está en el primer cuadro delmunicipio.
El menor sin reservas accede con gusto, pero llega unos 5minutos después. Luego de pedir una paleta de limón, su favorita,tiene lugar una conversación muy amena e informal…
Él, es un niño de tez morena, cabello un poco necio, pero queocupa una gorra a la moda, unos jeans nuevos, como él lo menciona,así como una camisa a rayas, marca Puma, que pudo comprar en eltianguis.
A sus 13 años, ya piensa en salirse de su casa y con el dineroque gana de “halconcito” en comunidades de la región, sacar asus hermanos y a su madre de casa; de igual forma, alejarlos delmaltrato que les ocasiona su padre, quien menciona es“huachicolero” y la mayoría de los días, llega ebrio a casa.Su mayor sueño es comprarse una camioneta Lobo y ser jefe deplaza.
Gabriel, a quien hemos cambiado de nombre para proteger suidentidad, es un niño que vive en una de las zonas más marginadasde la zona centro-oriente del estado de Puebla, por donde pasa ladenominada “franja del huachicol”.
Manifiesta que dejó la escuela hace 5 meses por problemaseconómicos en casa y porque según indica, eso no es para él,“prefiero ganar dinero que ir a sentarme 7 horas en la escuela,donde tomaba clases con unos 50 o 60 compañeros.
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