Con frecuencia se habla del Covid-19 en términos bélicos, con los médicos referidos como soldados, los tapabocas como fusiles y los hospitales como trincheras, donde las bajas se cuentan diariamente por miles en una guerra mundial que lleva peleándose desde febrero.
Pero hay una batalla que se libra a la par de las medidas sanitarias contra el Covid-19. Esa es la batalla entre la opinión sin fundamentos y la ciencia, las cuales debaten sobre la validez del aislamiento social.
El caso de referencia es Estados Unidos y los grupos ultraconservadores que han llamado a múltiples protestas a las cuales han acudido ultranacionalistas, proarmas, antivacunas, nazis y locos descarados, muy distintos entre ellos pero unidos por la creencia de que la vida de otras personas no vale el encierro de la colectividad y que la ciencia de alguna manera no les está diciendo toda la verdad.
Como máximo representante de este zoológico está el impresentable Donald Trump, quien durante su mandato ha desdeñado a la ciencia para tomar decisiones de Estado como lo fue su salida del Acuerdo de París al negar el cambio climático, asegura que el virus está controlado e incluso recomienda inyectarse desinfectante como remedio.
Del otro lado en EU están las personas que con datos en la mano están tratando de extender las medidas de aislamiento lo más posible para salvar vidas: la mayoría de los gobernadores, medios de comunicación serios y autoridades sanitarias.
Choques ideológicos parecidos han sucedido en países como India, Israel, Alemania, Canadá, Austria o Brasil donde ha habido manifestaciones para el cese al aislamiento.
El caso mexicano es uno de contrastes. Ahí están las hordas de personas que aún hacen fiestas masivas o los incesantes perreos intensos que obligaron a la ley seca en Ecatepec, pero también está el rechazo generalizado que se llevó Javier Alatorre por desestimar a las autoridades sanitarias en su arranque golpista del 17 de abril.
Al inicio de la pandemia parecía que el presidente López Obrador caería en la tentación de desoír las recomendaciones sanitarias de su propio gobierno al realizar mítines masivos e invitando a la gente seguir abrazándose. Aunque aún no usa tapabocas, afortunadamente con el tiempo ha respaldado al vocero de la mesura en que se ha convertido el subsecretario López-Gattel.
El enfrentamiento que le describo es una derivación de lo que el autor estadounidense Ralph Keyes describió en su libro como La Era de la Posverdad, la que definió como la difusión de la línea entre la verdad y la mentira, la ficción y la no ficción. El tiempo en el que se apela más a las emociones que a los hechos.
El problema aquí es que las emociones son malas consejeras en tiempos de crisis. Hace falta la frialdad del dato para tomar las decisiones que menos afecten a la colectividad.
Lo cierto es que entre estos bandos hay una línea muy difusa de personas que no niegan una realidad pero claman porque todo vuelva a la normalidad por motivos puramente económicos a pesar de las vidas que pueda costar, ahí entran trabajadores y empresarios de todos los tamaños.
El encierro colectivo ha comprobado ser la herramienta más útil contra el Covid-19 al reducir los vectores de contagio, por lo que un levantamiento prematuro de estas medidas puede desembocar en un repunte de la enfermedad. Si se hace caso a los negacionistas el problema se agravará por descontado.
El Covid-19 no marcó el inicio del encontronazo entre el dogma y la ciencia pero sí es donde ha mostrado su cara más fea. Más vale que la segunda gane, porque aquí están en juego la vida de personas en el más literal de los sentidos.