/ sábado 11 de diciembre de 2021

Dios y el Diablo en el equipo de campaña

No es extraño que muchos videntes, brujos, chamanes, magos, astrólogos, santeros y cartomancistas estén al lado de los políticos para “ayudarlos” a mantener el poder, arrebatarlo a otros e incluso tomar decisiones políticas. Pero, cuando el mal se hace presente, entonces recurren al exorcista

Para ganar los cargos que estuvieron en juego en la elección de este año, candidatos de distintos partidos políticos no sólo recurrieron a estrategas de campaña, asesores de imagen y operadores políticos, sino también a la divinidad, la magia y la brujería. En la mente de algunos contendientes, Dios y el Diablo se convirtieron en parte de su equipo de campaña, ya sea para protección o para causarle algún mal al rival.

El padre Agustín de Diego, párroco de Nuestra Señora de la Luz, y uno de los sacerdotes autorizados por la Iglesia Católica para realizar exorcismos, comparte a la Organización Editorial Mexicana que en los comicios de junio pasado tuvo más trabajo de lo habitual en lo que respecta a expulsar el mal que habita en el interior de la clase política.

➡️ Presidentes de México | De católicos de clóset a cristianos por conveniencia

“Muchos políticos, y más ahora en el tiempo de campaña que hubo en estas elecciones intermedias, se sentían con situaciones de depresión, dolor estomacal, dolor de cabeza, insomnio, situaciones que de manera ordinaria ellos no tenían. Entonces, malamente, acudieron primero con un brujo, con un santero, y después, cuando vieron que el trabajo era muy fuerte, como casi siempre sucede, acudieron al sacerdote para que les hiciera una oración de liberación.

“No es que tengan el demonio, pero sí el mal que les están haciendo. ¿Por qué? Porque cuando ven que uno va subiendo en una situación política, entonces algunos de los contrincantes de los partidos de oposición utilizan la santería, la brujería, el culto a la mal llamada Santa Muerte para minimizar la fuerza de esa persona o de aquellos que lo asesoran”.

Sentado en su escritorio, con una pintura de la Guadalupana a sus espaldas, este religioso de semblante apacible explica que hay que distinguir entre un exorcismo y una oración de liberación. El exorcismo es expulsar al demonio del cuerpo de una persona mientras que la oración de liberación busca erradicar del individuo algún mal que le hicieron por la acción de algún brujo “tomando como instrumento al Diablo”.

A lo largo de su vida como sacerdote ha atendido a poco más de una decena de políticos de distintos partidos. No revela sus nombres y cargos, pero sí comparte que cinco acudieron con él durante las últimas elecciones, es decir, la mitad.

“El hecho de que cada vez más políticos pidan la ayuda espiritual es algo importante porque quiere decir que el mal cada vez se adentra más en la persona y en el mundo de la política”, comenta el padre Agustín de Diego.

En la mayoría de los casos, los políticos requieren sólo de una oración de liberación y son pocos los que necesitan propiamente el exorcismo. A cambio, estos asumen un compromiso de cambiar su vida, confesarse en gracia y renunciar a Satanás y a todas aquellas ideologías que se opongan a Dios. “Esto se hace para cerrar las heridas que se abrieron por el pecado y cerrar las puertas que se abrieron al incurrir en este tipo de rituales o de brujerías”.

No todos los políticos aceptan el trato. El párroco recuerda el caso de uno que le llegó hace dos o tres años que, según su dicho, había hecho un pacto con el Diablo mediante varios rituales hasta que finalmente éste se introdujo en él, causándole distintos males.

“Yo le pregunté si quería liberarse de la acción del maligno y él me dijo que no, que él quería seguir teniendo poder, fama y dinero, pero que le quitara lo que traía. Le dije: ‘Me da pena, pero usted está perdiendo el tiempo porque si no renuncia a aquello que el Diablo le ha dado no puedo liberarlo”, rememoró el sacerdote católico.

PODER Y BRUJERÍA

Son muchas las personalidades –no sólo en México–, que a lo largo de la historia han tenido a su lado a videntes, brujos, chamanes, magos, astrólogos, santeros y cartomancistas y que recurren a ellos para mantener su poder, arrebatarlo a otros e incluso tomar decisiones políticas.

El mago Erik Hanussen se convirtió en el mentalista y adivino de Adolf Hitler a comienzos del nazismo, cuando el Führer aún no ascendía al poder. Antes de tomar decisiones de gobierno, Ronald Reagan buscaba la asesoría a la astróloga Joan Quigley para asegurarse que los planetas se alinearan a su favor.

El monje ruso Grigori Rasputín, con su fama de sanador, supo granjearse la confianza de la dinastía Romanov al tratar al hijo de la zarina, y heredero al trono, de las hemorragias que padecía por la hemofilia. Y más recientemente en Venezuela, Nicolás Maduro gastó miles de dólares del erario en rituales de santería, según denunció en 2019 el exjefe de la Dirección de Contrainteligencia Militar venezolana, Hugo Carvajal.

Las historias entre poder y misticismo también abundan en México. En su libro Los brujos del poder: El ocultismo en la política mexicana –que ya cuenta con tres tomos–, el periodista José Gil Olmos documenta bastos casos de políticos de todo el espectro ideológico.

Estos van desde el viaje a Nigeria que hizo la exlideresa del magisterio, Elba Esther Gordillo, para someterse a un ritual de magia negra donde se sacrificó a un león y se le envolvió con las pieles del animal, hasta la limpia que recibió Andrés Manuel López Obrador por parte de una bruja de Catemaco durante su primera campaña presidencial a fin de protegerlo del expresidente Carlos Salinas de Gortari.

Felipe Monroy, periodista especializado en religiones, señala que estas creencias están arraigadas en los políticos “más de lo que usualmente están en la sociedad” y tiene que ver con el hecho de ganar o perder el poder.

“Las creencias, incluso las supercherías y supersticiones, suelen operar con más claridad en ciertos estratos de poder, no necesariamente políticos, el poder expresado de muchas maneras. La búsqueda del poder, conservarlo o arrebatárselo a alguien más es la dinámica natural de la política…

“Casi todas las personas que están involucradas en esa lógica del poder comienzan a tener miedos y supersticiones y entonces se arraigan estas creencias de supersticiones sobre la búsqueda del poder, cómo lo pueden ganar o cómo lo pueden perder, y evidentemente nadie lo quiere perder y todos quieren ganarlo”, explica Monroy.

Elio Masferrer Kan, antropólogo de las religiones, coincide en que “los políticos son muy supersticiosos”.

“Hay un conjunto de creencias mágicas en la población que es al margen de lo que manejan como aparato religioso. Hay la noción de que determinados santeros tienen poderes, tienen capacidades… La gente cree todas esas cosas”, dice el también etnohistoriador argentino.

SANTOS CONTRA DEMONIOS

Una escultura de San Miguel Arcángel adorna el despacho del padre Agustín de Diego. Ataviado con su armadura celestial, espada y escudo, su pie aplasta la cabeza del Diablo, según una interpretación literal del pasaje bíblico descrito en Apocalipsis 12:7-8. “San Miguel Arcángel se invoca de manera ordinaria para desterrar o derribar la acción del maligno porque es el ángel que Dios ha designado para alejar al Diablo de nuestras vidas”, explica el sacerdote de la Iglesia Católica.

No es el único santo al que se pide ayuda para combatir al Diablo. También se puede invocar la acción de la Virgen María, del Espíritu Santo o de algún santo al que la persona afectada sea devota, como San Judas Tadeo.

Satanás también tiene sus secuaces. El párroco cita que un exorcista de El Vaticano enumeró un millón 790 mil demonios, “cada pecado es patrocinado por un demonio, cada vicio es patrocinado por un demonio, cada droga es patrocinada por un demonio”.

Qué demonios atormenten a los políticos dependerá de sus debilidades. “Habrá políticos que tengan debilidad a la sexualidad, entones tendrán los demonios de lujuria. Habrá políticos que tengan debilidad mayor al poder, entonces vendrán los demonios del poder como es Leviatán, que es el monstruo marino. Habrá políticos que tengan desviación al alcoholismo, pues el demonio de alcohol, el demonio Angol, los atacará más. Entonces, eso dependerá de la debilidad del político y de lo que el político busque ambicionar”.

No cualquier sacerdote puede expulsar a un demonio. Sólo algunos determinados por el obispo pueden llevar a cabo lo que se conoce como un Exorcismo Solemne o Mayor, es decir, la acción directa de sacar a un demonio o a varios del cuerpo de una persona.

El paso previo para llevar a cabo este ritual es que el afectado y el equipo de oración que acompaña al sacerdote estén bien confesados.

El exorcismo es un conjunto de oraciones que comienza con una oración de protección por parte del sacerdote, que se hace en silencio. Después viene un acto de contrición y de pedir perdón por los pecados como se hace en una misa, en un bautismo o al inicio de cualquier sacramento.

Acto seguido se efectúa una especie de letanía para invocar a Dios, a la Virgen María y a los santos. Terminando ésta se hace la aspersión con agua bendita, la unción con aceite exorcizado en la frente de la persona poseída y de los participantes del grupo de oración.

Posteriormente se lee un salmo y una porción de los evangelios que estén relacionados con el Diablo, por ejemplo, cuando Jesucristo fue tentado en el desierto o cuando expulsó a los demonios de las personas.

Luego se hace una oración especial en la que el sacerdote impone sus manos sobre la persona vejada. Tras ello viene la renuncia a las obras del mal y la profesión de fe y se realiza otra pequeña oración en la que el sacerdote sopla en los oídos de la persona poseída “para abrir sus sentidos y que la acción del Espíritu Santo entre en ella”.

Después viene el clímax del exorcismo con dos oraciones. La primera es una oración imprecativa en la que se denuncia al demonio ante la presencia de Dios. La segunda es una oración imperativa, es decir, la acción del sacerdote de ordenar que el espíritu maligno salga de esa persona. El sacerdote no puede llevar a cabo estas dos oraciones sin antes realizar todos los pasos previos, explica Agustín de Diego.

El ritual finalmente cierra con una oración acción de gracias porque Dios permitió llevar a cabo el exorcismo.

A diferencia de lo que se ve en películas, el párroco explica que son los demonios pequeños los que tienden a reaccionar más violentamente para evitar su expulsión, manifestándose en cambios de voz de la persona poseída, hablar lenguas raras o levitar para asustar al equipo de oración. En cambio, los demonios más grandes y fuertes tienden a esconderse y ser más sigilosos, aunque al final también terminan expulsados por la fuerza de las oraciones.

“Es como si tú pones a un dóberman y a un chihuahueño. El dóberman nunca te va a ladrar, de pronto te suelta la mordida, no te avisa. El chihuahueño se la pasa ladrando porque es su forma de defenderse, así son los demonios”, explica.

En muchas ocasiones, prosigue el párroco, el demonio no está tan arraigado en la persona y puede ser expulsado con una simple bendición, echándole agua bendita o con una oración de liberación que puede llevar a cabo cualquier sacerdote y que es el mismo proceso que se realiza para contrarrestar los efectos de la brujería.


Para ganar los cargos que estuvieron en juego en la elección de este año, candidatos de distintos partidos políticos no sólo recurrieron a estrategas de campaña, asesores de imagen y operadores políticos, sino también a la divinidad, la magia y la brujería. En la mente de algunos contendientes, Dios y el Diablo se convirtieron en parte de su equipo de campaña, ya sea para protección o para causarle algún mal al rival.

El padre Agustín de Diego, párroco de Nuestra Señora de la Luz, y uno de los sacerdotes autorizados por la Iglesia Católica para realizar exorcismos, comparte a la Organización Editorial Mexicana que en los comicios de junio pasado tuvo más trabajo de lo habitual en lo que respecta a expulsar el mal que habita en el interior de la clase política.

➡️ Presidentes de México | De católicos de clóset a cristianos por conveniencia

“Muchos políticos, y más ahora en el tiempo de campaña que hubo en estas elecciones intermedias, se sentían con situaciones de depresión, dolor estomacal, dolor de cabeza, insomnio, situaciones que de manera ordinaria ellos no tenían. Entonces, malamente, acudieron primero con un brujo, con un santero, y después, cuando vieron que el trabajo era muy fuerte, como casi siempre sucede, acudieron al sacerdote para que les hiciera una oración de liberación.

“No es que tengan el demonio, pero sí el mal que les están haciendo. ¿Por qué? Porque cuando ven que uno va subiendo en una situación política, entonces algunos de los contrincantes de los partidos de oposición utilizan la santería, la brujería, el culto a la mal llamada Santa Muerte para minimizar la fuerza de esa persona o de aquellos que lo asesoran”.

Sentado en su escritorio, con una pintura de la Guadalupana a sus espaldas, este religioso de semblante apacible explica que hay que distinguir entre un exorcismo y una oración de liberación. El exorcismo es expulsar al demonio del cuerpo de una persona mientras que la oración de liberación busca erradicar del individuo algún mal que le hicieron por la acción de algún brujo “tomando como instrumento al Diablo”.

A lo largo de su vida como sacerdote ha atendido a poco más de una decena de políticos de distintos partidos. No revela sus nombres y cargos, pero sí comparte que cinco acudieron con él durante las últimas elecciones, es decir, la mitad.

“El hecho de que cada vez más políticos pidan la ayuda espiritual es algo importante porque quiere decir que el mal cada vez se adentra más en la persona y en el mundo de la política”, comenta el padre Agustín de Diego.

En la mayoría de los casos, los políticos requieren sólo de una oración de liberación y son pocos los que necesitan propiamente el exorcismo. A cambio, estos asumen un compromiso de cambiar su vida, confesarse en gracia y renunciar a Satanás y a todas aquellas ideologías que se opongan a Dios. “Esto se hace para cerrar las heridas que se abrieron por el pecado y cerrar las puertas que se abrieron al incurrir en este tipo de rituales o de brujerías”.

No todos los políticos aceptan el trato. El párroco recuerda el caso de uno que le llegó hace dos o tres años que, según su dicho, había hecho un pacto con el Diablo mediante varios rituales hasta que finalmente éste se introdujo en él, causándole distintos males.

“Yo le pregunté si quería liberarse de la acción del maligno y él me dijo que no, que él quería seguir teniendo poder, fama y dinero, pero que le quitara lo que traía. Le dije: ‘Me da pena, pero usted está perdiendo el tiempo porque si no renuncia a aquello que el Diablo le ha dado no puedo liberarlo”, rememoró el sacerdote católico.

PODER Y BRUJERÍA

Son muchas las personalidades –no sólo en México–, que a lo largo de la historia han tenido a su lado a videntes, brujos, chamanes, magos, astrólogos, santeros y cartomancistas y que recurren a ellos para mantener su poder, arrebatarlo a otros e incluso tomar decisiones políticas.

El mago Erik Hanussen se convirtió en el mentalista y adivino de Adolf Hitler a comienzos del nazismo, cuando el Führer aún no ascendía al poder. Antes de tomar decisiones de gobierno, Ronald Reagan buscaba la asesoría a la astróloga Joan Quigley para asegurarse que los planetas se alinearan a su favor.

El monje ruso Grigori Rasputín, con su fama de sanador, supo granjearse la confianza de la dinastía Romanov al tratar al hijo de la zarina, y heredero al trono, de las hemorragias que padecía por la hemofilia. Y más recientemente en Venezuela, Nicolás Maduro gastó miles de dólares del erario en rituales de santería, según denunció en 2019 el exjefe de la Dirección de Contrainteligencia Militar venezolana, Hugo Carvajal.

Las historias entre poder y misticismo también abundan en México. En su libro Los brujos del poder: El ocultismo en la política mexicana –que ya cuenta con tres tomos–, el periodista José Gil Olmos documenta bastos casos de políticos de todo el espectro ideológico.

Estos van desde el viaje a Nigeria que hizo la exlideresa del magisterio, Elba Esther Gordillo, para someterse a un ritual de magia negra donde se sacrificó a un león y se le envolvió con las pieles del animal, hasta la limpia que recibió Andrés Manuel López Obrador por parte de una bruja de Catemaco durante su primera campaña presidencial a fin de protegerlo del expresidente Carlos Salinas de Gortari.

Felipe Monroy, periodista especializado en religiones, señala que estas creencias están arraigadas en los políticos “más de lo que usualmente están en la sociedad” y tiene que ver con el hecho de ganar o perder el poder.

“Las creencias, incluso las supercherías y supersticiones, suelen operar con más claridad en ciertos estratos de poder, no necesariamente políticos, el poder expresado de muchas maneras. La búsqueda del poder, conservarlo o arrebatárselo a alguien más es la dinámica natural de la política…

“Casi todas las personas que están involucradas en esa lógica del poder comienzan a tener miedos y supersticiones y entonces se arraigan estas creencias de supersticiones sobre la búsqueda del poder, cómo lo pueden ganar o cómo lo pueden perder, y evidentemente nadie lo quiere perder y todos quieren ganarlo”, explica Monroy.

Elio Masferrer Kan, antropólogo de las religiones, coincide en que “los políticos son muy supersticiosos”.

“Hay un conjunto de creencias mágicas en la población que es al margen de lo que manejan como aparato religioso. Hay la noción de que determinados santeros tienen poderes, tienen capacidades… La gente cree todas esas cosas”, dice el también etnohistoriador argentino.

SANTOS CONTRA DEMONIOS

Una escultura de San Miguel Arcángel adorna el despacho del padre Agustín de Diego. Ataviado con su armadura celestial, espada y escudo, su pie aplasta la cabeza del Diablo, según una interpretación literal del pasaje bíblico descrito en Apocalipsis 12:7-8. “San Miguel Arcángel se invoca de manera ordinaria para desterrar o derribar la acción del maligno porque es el ángel que Dios ha designado para alejar al Diablo de nuestras vidas”, explica el sacerdote de la Iglesia Católica.

No es el único santo al que se pide ayuda para combatir al Diablo. También se puede invocar la acción de la Virgen María, del Espíritu Santo o de algún santo al que la persona afectada sea devota, como San Judas Tadeo.

Satanás también tiene sus secuaces. El párroco cita que un exorcista de El Vaticano enumeró un millón 790 mil demonios, “cada pecado es patrocinado por un demonio, cada vicio es patrocinado por un demonio, cada droga es patrocinada por un demonio”.

Qué demonios atormenten a los políticos dependerá de sus debilidades. “Habrá políticos que tengan debilidad a la sexualidad, entones tendrán los demonios de lujuria. Habrá políticos que tengan debilidad mayor al poder, entonces vendrán los demonios del poder como es Leviatán, que es el monstruo marino. Habrá políticos que tengan desviación al alcoholismo, pues el demonio de alcohol, el demonio Angol, los atacará más. Entonces, eso dependerá de la debilidad del político y de lo que el político busque ambicionar”.

No cualquier sacerdote puede expulsar a un demonio. Sólo algunos determinados por el obispo pueden llevar a cabo lo que se conoce como un Exorcismo Solemne o Mayor, es decir, la acción directa de sacar a un demonio o a varios del cuerpo de una persona.

El paso previo para llevar a cabo este ritual es que el afectado y el equipo de oración que acompaña al sacerdote estén bien confesados.

El exorcismo es un conjunto de oraciones que comienza con una oración de protección por parte del sacerdote, que se hace en silencio. Después viene un acto de contrición y de pedir perdón por los pecados como se hace en una misa, en un bautismo o al inicio de cualquier sacramento.

Acto seguido se efectúa una especie de letanía para invocar a Dios, a la Virgen María y a los santos. Terminando ésta se hace la aspersión con agua bendita, la unción con aceite exorcizado en la frente de la persona poseída y de los participantes del grupo de oración.

Posteriormente se lee un salmo y una porción de los evangelios que estén relacionados con el Diablo, por ejemplo, cuando Jesucristo fue tentado en el desierto o cuando expulsó a los demonios de las personas.

Luego se hace una oración especial en la que el sacerdote impone sus manos sobre la persona vejada. Tras ello viene la renuncia a las obras del mal y la profesión de fe y se realiza otra pequeña oración en la que el sacerdote sopla en los oídos de la persona poseída “para abrir sus sentidos y que la acción del Espíritu Santo entre en ella”.

Después viene el clímax del exorcismo con dos oraciones. La primera es una oración imprecativa en la que se denuncia al demonio ante la presencia de Dios. La segunda es una oración imperativa, es decir, la acción del sacerdote de ordenar que el espíritu maligno salga de esa persona. El sacerdote no puede llevar a cabo estas dos oraciones sin antes realizar todos los pasos previos, explica Agustín de Diego.

El ritual finalmente cierra con una oración acción de gracias porque Dios permitió llevar a cabo el exorcismo.

A diferencia de lo que se ve en películas, el párroco explica que son los demonios pequeños los que tienden a reaccionar más violentamente para evitar su expulsión, manifestándose en cambios de voz de la persona poseída, hablar lenguas raras o levitar para asustar al equipo de oración. En cambio, los demonios más grandes y fuertes tienden a esconderse y ser más sigilosos, aunque al final también terminan expulsados por la fuerza de las oraciones.

“Es como si tú pones a un dóberman y a un chihuahueño. El dóberman nunca te va a ladrar, de pronto te suelta la mordida, no te avisa. El chihuahueño se la pasa ladrando porque es su forma de defenderse, así son los demonios”, explica.

En muchas ocasiones, prosigue el párroco, el demonio no está tan arraigado en la persona y puede ser expulsado con una simple bendición, echándole agua bendita o con una oración de liberación que puede llevar a cabo cualquier sacerdote y que es el mismo proceso que se realiza para contrarrestar los efectos de la brujería.


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