Por más de 10 años, Samuel Palma fue coordinador de asesores de Luis Donaldo Colosio y uno de sus colaboradores más cercanos. Él, junto con otros, como Cesáreo Morales, formó parte del grupo conocido como Los Anicetos, que era el encargado de la elaboración de discursos y prospectiva para Colosio.
Es conocida la discreción con la que Palma desempeñó sus labores, ya que a pesar de tener información privilegiada, como nombres de quienes serían candidatos, no informaba a nadie de lo que ocurriría. Por eso cobra importancia este testimonio de su puño y letra sobre esos días aciagos.
Son diversos los acontecimientos que dan cuenta de lo complejo que fue el año de 1994: la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio entre México y Estados Unidos y junto con él la irrupción de una guerrilla, significaron un comienzo de año desafiante, otros sucesos en el periodo acrecentaron sus dificultades.
El asesinato de quien fuera el candidato del PRI a la Presidencia de la República, Luis Donaldo Colosio Murrieta, ocurrido apenas pasado el primer trimestre de 1994, constituyó un hecho cismático que ponía en cuestionamiento un sistema político en buena medida desarrollado para resolver la lucha por el poder sin el derramamiento de sangre; otro asesinato, el de Álvaro Obregón en 1928, detonó la formación del partido que después daría lugar al PRI, con el compromiso de que un hecho de esa naturaleza ya no ocurriera.
CANDIDATO Y PRESIDENTE
Es evidente que la guerra en Chiapas impactó la campaña de Luis Donaldo; en primera instancia obligó a postergar y modificar el lugar de su inicio que, curiosamente se había programado se realizara en esa entidad. Más allá de ello, otros sucesos impusieron características peculiarísimas que establecieron una situación desconcertante con el gobierno y que sólo se explica en la dimensión de crisis del modelo sucesorio, a partir de 3 momentos.
El destape ocurrido el 28 de noviembre de 1994 en donde se proclamó a Luis Donaldo candidato del PRI a la Presidencia de la República, es el primer momento. Se trataba de un proceso de nominación que se ajustaba a las prácticas tradicionales, en donde el Presidente hacía uso de su prerrogativa para postular a través de su partido al candidato.
Es evidente que entonces el vínculo entre candidato y Presidente vivía sus mejores momentos, en esa atmósfera es que Luis Donaldo propuso diversas opciones para coordinador de campaña, que finalmente llevó al nombramiento de Ernesto Zedillo. También es evidente que días antes el sonorense fue informado que sería postulado; al respecto debo mencionar que el día 26 de noviembre de ese año por la noche, fui citado por Luis Donaldo quien con inocultable agrado me comentó “… ya me quitaron media capucha…”, después me citó al día siguiente, sábado 27, para que revisáramos el discurso de aceptación a la candidatura.
Posterior a su destape, debería llegar el candidato a su toma de protesta, lo cual ocurrió el 8 de diciembre de 1993, entre tanto Luis Donaldo realizó algunos recorridos. De nueva cuenta habría de pronunciar un discurso, en esa perspectiva había enviado su proyecto a la oficina del presidente, de ahí le fue remitido otro texto que a su vez Luis Donaldo me lo envió con un subrayado acompañado de una nota que decía “toma en cuenta lo que destaqué”. Con esa instrucción volví a nuestro escrito e incorporé el párrafo que me había señalado; ya reunido con él para revisar el documento habló como para sí, pero de modo que lo escuché y dijo: “ni modo, tuvimos que pedir opinión, pero es la última vez que lo hacemos”, y así fue.
Asumo que Colosio no buscaba confrontación alguna, pero sí desplegar su propio estilo como candidato, su forma de entender y expresar un liderazgo que había puesto al servicio de la causa del gobierno, pero que ahora le tocaba desarrollar en primera persona.
El 1 de enero de 1994 fue disruptivo con la guerrilla en Chiapas; dentro de la campaña se adoptó una posición prudencial hasta que Luis Donaldo citó en las oficinas de Aniceto Ortega en la Col del Valle de la Cd. De México, para detonar una reflexión a partir de la premisa que había recibido como recomendación del Presidente de seguir postergando el inicio de los eventos de proselitismo; al respecto se emitieron distintas opiniones y la conclusión fue la de sí iniciar y hacerlo el 10 de enero en Huejutla, Hgo.
El nombramiento que el Presidente realizó a favor de Manuel Camacho como Comisionado para la Paz en calidad dead honorem, representó el segundo momento y con él la crisis del modelo sucesorio.
INCOMODIDAD DEL CANDIDATO
Cabe señalar que durante casi toda la larga etapa de predominio del PRI las sucesiones de gobierno operaron con reglas específicas. La primera, relativa a la facultad presidencial para decidir la designación del candidato; la otra referente a que quienes habían aspirado a ser los nominados dentro del partido en el gobierno, quedaban impedidos de perseverar en su aspiración debido al requisito de separación establecido por la Constitución, respecto de ocupar ciertos cargos públicos 6 meses antes del día de la elección.
Fue práctica reiterada que quienes habían deseado ser candidatos por el partido en el gobierno, tenían responsabilidades públicas que los inhabilitaba legalmente. Esta previsión operaba a favor de la unidad en torno al candidato postulado, pues quienes habían rivalizado con él ya no podían hacerlo al ostentar los cargos desde los cuales habían aspirado.
La excepción a esa costumbre implicó que el aspirante optara por la candidatura a través de otro partido político, como sucedió con Cuauhtémoc Cárdenas en 1988, pero la cohesión del PRI con su abanderado, y de la posición asumida por el Presidente de la República, nunca había estado en duda y era condición de la fortaleza del propio candidato.
El hecho es que con la candidatura de Colosio se rompió ese modelo, pues su principal rival para la postulación fue nombrado comisionado para la paz. En los hechos, esa designación abría la puerta para relevar al propio candidato, de ello daban cuenta algunos comentarios y trascendidos, junto con una actitud del propio Camacho que no dejaba lugar a dudas.
La coincidencia del inicio de la campaña de Colosio con el anuncio de los nombramientos de secretario de Gobernación, de procurador general de la República y de comisionado para la paz, en las personas de Jorge Carpizo, Diego Valadez y de Manuel Camacho, respectivamente, no sólo mostraron una discordancia entre el gobierno y el candidato del PRI, sino relativizaron las actividades de este último, llevándolo a notas que estaban en las páginas interiores de los diarios. Mientras uno ejercía el poder, el otro aspiraba a sucederlo, en el marco de un acuerdo que parecía derruido.
La lectura que ello propiciaba era confusa, el candidato del PRI se percibía con un respaldo presidencial dubitativo, más adelante el propio Presidente declaraba su reiteración a favor del candidato Colosio, pero al mismo tiempo mantenía la decisión que había generado la especie. En paralelo se desplegaba lo que algunos llamamos la campaña contra la campaña, que consistió en desdibujar en los medios de comunicación el proselitismo, las giras y los actos de Colosio.
En los comentarios internos se decía de la incomodidad de Colosio ante la situación que se vivía en la campaña, por lo que busqué alcanzarlo en San Luis Potosí o en Querétaro que estaban en su agenda de recorridos en esa primera semana del 10 al 14 de enero; pero me disuadió de hacerlo a cambio de conversar cuando estuviera de regreso en la Cd. De México.
La cita fue en su casa, al llegar me dijo “¿por qué me hace esto el Presidente?”, sin abandonar el uso de la palabra continuó señalando: “…me dijo de los nombramientos de secretario de Gobernación y del procurador, con lo cual estuve de acuerdo, pero no lo de Camacho; se limitó a señalar que lo involucraría en las negociaciones, pero entendiéndose que como secretario de Relaciones Exteriores…”
CAMBIO CON RESPONSABILIDAD
Llegaría instantes después la reflexión y de ahí las definiciones estratégicas. La idea fue hacer frente a la situación con capacidad de trabajo, buena campaña, discurso enfático, mantener la interlocución con el Presidente, perfilar cambios en el equipo de campaña, establecer un vínculo directo con Manuel Camacho y lograr acuerdos con él en vez de caer en la confrontación, proyectar una celebración del aniversario del PRI que fuera parteaguas, cerrar la primera etapa de la campaña en lo más alto mediante la visita a Sonora, iniciar la revisión de los prospectos de candidatos a cargos de elección popular para lograr la conformación de propuestas de excelencia, iniciar la segunda etapa de la campaña, realizar el primer ciclo de debates y con todo ello asegurar una gran presencia que permitiera ordenar la agenda nacional.
Ante la crisis del modelo sucesorio, Colosio planteaba fortalecer su campaña, discurso e interlocución con actores políticos. La realización de cambios en el equipo de campaña (incluido al coordinador de la misma), era una expresión clara del nuevo momento; el anterior se había caracterizado por la gran simbiosis con el Presidente, ahora correspondía subrayar la capacidad del candidato, su identidad y propuesta, sin establecer fracturas. De ahí el lema de cambio con responsabilidad y rumbo que empleó en su discurso del 6 de marzo en el aniversario del PRI.
Como se puede apreciar, en esa óptica se explica el discurso del propio 6 de marzo. Su elaboración fue demostrativa de la situación que se vivía; en algún momento Colosio me llamó a las oficinas del PRI, la idea era tener una primera conversación sobre el discurso, de ahí que se hicieran comentarios de carácter general, y como regularmente ocurría con los discursos relevantes, se desencadenaría un ejercicio de aproximaciones sucesivas, había que empezar con la primera de ellas. No bien arribaba a mi propia oficina cuando recibí una llamada por la red de Colosio para decirme que hablara con Zedillo, pues ya sabía que nos habíamos visto y que le dijera que nuestra entrevista había sido para hablar de otras cosas. Al colgar el auricular éste ya estaba sonando y era el propio Zedillo con un tono de regaño, diciéndome que era una indisciplina que fuera a ver al candidato, que estaba muy bien que hiciéramos buenos discursos, pero que primero teníamos que discutirlos con él.
Teníamos una dinámica muy establecida para la elaboración de los textos para ese tipo de ocasiones, Colosio nos enviaba notas que él elaboraba, así como documentos que le enviaban distintas personas y que consideraba relevantes, con algunos subrayados o con comentarios que agregaba. Zedillo hizo sus propias aportaciones y así elaboramos un texto con la participación del equipo conformado por Cesáreo Morales, Javier Treviño y yo mismo.
Al conocer alguno de los borradores finales, el coordinador señaló que las encuestas mostraban que los ciudadanos demandaban continuidad en las políticas de gobierno, y que contrario a eso el texto se centraba en la idea de cambios. No obstante, se mantuvo la propuesta porque correspondía con la visión y la identidad de Colosio.
La propuesta final se la llevé a Luis Donaldo y después fui con el coordinador a quien le dejé el texto. Más adelante nos veríamos con el candidato a quien el coordinador le presentó el documento que Colosio ya conocía; en él se había insertado un nuevo párrafo que de inmediato detectó el candidato. Se trataba de una referencia al Presidente, Colosio se opuso a aceptar esa modificación y dijo. “… desde luego que si alguien está agradecido con el Presiente soy yo, pero este no es el momento para expresar lo que me propones…”
Sin duda el evento del aniversario del PRI cumplió los propósitos que se habían establecido en la estrategia que se formuló el 14 de enero, pues logró proyectar un liderazgo con fuerza y a un candidato con identidad y propuesta, al mismo tiempo el escenario había sido consecuente con tales propósitos; sin embargo, había muchas tareas por realizar, hacia adelante debía lograrse un acuerdo con Manuel Camacho, visitar Sonora mediante un gran recorrido y hacer los cambios planeados en el equipo de campaña.
En efecto, Colosio confiaba en su capacidad de interlocución y de acuerdo, con esas divisas asumía que lograría alcanzar los objetivos que se había planteado en sus reuniones con Camacho, al tiempo que sostendría la mejor comunicación con el Presidente. Su última gira comprendió recorridos por Sinaloa, Baja California y su término en Sonora; la costumbre del candidato era hacerse acompañar en los recorridos con personalidades de los lugares a visitar, de modo que, para Sinaloa, José Luis Soberanes tenía un asiento de acompañante; dada esa situación me reuní con él para sugerirle que aprovechara su interlocución con Colosio tocándole algunos temas importantes.
Mi última conversación con Luis Donaldo fue telefónica para platicar sobre las declaraciones de Manuel Camacho del día 22 de marzo. El candidato estaba contento, se había impuesto el reto de no pelearse con el comisionado y de llegar a un acuerdo con él, lo había logrado.
El día 23 de marzo desayuné con Soberanes interesado en conocer el resultado de su plática en la gira del candidato, su comentario fue que Luis Donaldo le había dicho “… dile a los muchachos que no se preocupen, que mientras esté de nuestro lado el Presidente no hay de qué preocuparse…”. Ese fue el último mensaje.
UN PRESIDENTE A LA ALTURA
El tercer momento de la crisis del modelo de sucesión inició, precisamente, el 22 de marzo. Ahí parecía que las cosas podían recomponerse, que la campaña podría tomar su mejor paso hacia la segunda etapa; después de un cierre de la fase anterior en condiciones de fortaleza, haría los cambios proyectados en su equipo de campaña cuidando los desplazamientos que haría, algunos de ellos vinculados a la postulación a cargos de elección popular.
Lo cierto es que Colosio había mostrado estar listo para superar los obstáculos que le tocaron enfrentar. Lo recuerdo con la intensidad que le era característica como político, empeñado siempre en encontrar soluciones y superar adversidades, con un ritmo de trabajo riguroso, en la búsqueda infatigable de las mejores propuestas, exigente consigo mismo y empeñado en comunicarse a través del discurso.
El momento de la muerte encontró a un Colosio en las inmediaciones de acciones inscritas en una agenda cuidadosamente preparada. Sin duda que su visita a Sonora hubiera sido apoteótica, tampoco se puede suponer que su ejercicio de análisis para decidir la postulación de candidatos no hubiera sido excelso, como correspondía a su experiencia y conocimiento profundo de los liderazgos regionales, así como de su enfática renuencia a sostener relaciones o acercamientos inconvenientes. Los ajustes en su equipo de campaña estaban destinados a ser consecuentes con el nuevo momento que planteaba, muy distinto al de fines de 1993.
La fecha de su asesinato fue precisa en términos de impedir el despliegue previsto de su campaña hacia una situación de mayor capacidad y fortaleza. Habíamos planteado el tema de la seguridad y nos había dicho “…a poco tienen miedo… siempre que haya alguien dispuesto a cambiar su vida por la mía no hay nada que hacer…”. Desdeñó las preocupaciones y se mantuvo fiel a un diseño que enfatizaba el contacto natural del candidato con los ciudadanos, de ahí sus viajes en vuelos comerciales y los actos en comunidades con un formato encaminado a buscar autenticidad en la relación con la ciudadanía, como lo fue en Lomas Taurinas el día de su ejecución.
De forma reiterada pienso que Colosio no pudo disfrutar plenamente su campaña; murió cuando apenas salía del entrevero que se le presentó y que nunca un candidato antes en sus mismas circunstancias había tenido que enfrentar. No sólo fue el protagonismo y hasta la rebeldía de un hombre que aspiró a ser candidato del PRI y que no logró su objetivo, más importante que eso fue la crisis de un modelo de sucesión que se planteó desde el gobierno. Dos enfoques se confrontaban, en uno se pretendía una campaña débil, mientras el candidato quería lo contrario, una que fuera robusta y fuerte.
Solventar esas diferencias no fue fácil para Luis Donaldo, pero al límite de su capacidad buscó hacerlo, como era él: franco y decidido, digno y honesto; buscaba, lejos de la fractura, tender puentes, conciliar, pero con firmeza y sin sacrificar su aspiración de ser candidato en la extensión de la palabra. La crisis del modelo sucesorio planteaba lo contrario: un candidato acotado, rehén de circunstancias que se le oponían.
Recuerdo a un Colosio con las huellas de la tensión, sus párpados inflamados, su poco dormir, pero con la prestancia de salir adelante y construir caminos para resolver los problemas; él perdió la vida, nosotros a un Presidente a la altura de lo que el país demandaba.
Me precio de haber percibido su naturaleza a través de casi una década ininterrumpida de cercanía y colaboración a su lado. Estoy cierto que habría mantenido la lealtad que le caracterizaba a su origen y a sus ideales, un hombre digno, de la cultura del esfuerzo, con grandes dotes de líder, con capacidad para imprimir cambios y realizar reformas, congruente, aparentemente desconfiado, pero con una nobleza que lo llevaba a creer y a confiarse. No me lo imagino hostigando a su antecesor, pero sí ejerciendo un gran liderazgo para realizar los cambios que había imaginado, sin duda su idea de reforma del poder.
En el marco de los 25 años de su pesada ausencia, dejo parte de mi testimonio.
*Ha sido diputado federal en dos ocasiones y dirigente del PRI en Morelos, su estado natal, además de que se ha desempeñado como servidor público en el Gobierno Federal.
Es autor de los libros "La competencia política" y "Luis Donaldo Colosio: la construcción de un destino".