Era junio del 2012 en Río de Janeiro, Brasil. El que escribe era un reportero en su primera cobertura de un evento internacional y Marcelo Ebrard era todavía alcalde del entonces Distrito Federal.
Hace casi diez años el hoy secretario de Relaciones Exteriores y –si las piezas se acomodan– quizá próximo Presidente de México había acudido a la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sustentable Río+20, uno de los eventos políticos más importantes sobre cambio climático hasta ese entonces.
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Se dieron cita presidentes, activistas, académicos y legisladores de todo el mundo para revisar los avances en la materia desde 1992. En ese contexto Ebrard ocupó un papel importante como presidente del Consejo Mundial de Alcaldes sobre Cambio Climático. No poca cosa.
"En México estamos actuando como si fuera algo inevitable que no puedes prever. Y eso es falso, el cambio climático, si sabes qué efecto va a tener, deberías tener una política pública para hacerle frente, no estar cada año diciendo: Fíjense que no llovió y viceversa", declaró en crítica a los gobiernos panistas que poco habían hecho para contrarrestar la brutal sequía que había golpeado al país desde 2011.
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"México no ha estado presente, creo que deberíamos tener un papel mucho más protagónico aquí, la voz de México siempre pesa mucho", dijo.
Regresé a aquellas notas viejas cuando leí en la OEM que México anunció su adherencia a dos importantes pactos internacionales para combatir el cambio climático durante la COP26. El primero para poner fin a la deforestación y el otro para reducir significativamente las emisiones de metano.
Aunque no es el líder global de emisiones de gas invernadero, según datos de la Universidad de Oxford, México por sí sólo ha abonado al 2% de la superficie global de bosques que desaparecieron del 2010 al 2014, sólo siendo superado por la tremenda participación de Brasil (33%) e Indonesia (14%).
A esto se suma que nuestro país posee una de las más vastas biodiversidades de flora y fauna en el planeta, de la cual dependen ecosistemas completos y cadenas alimenticias las cuales están en riesgo con el cambio climático.
Esta no es la primera vez que México se ha comprometido a algo parecido. Según un reporte del Senado de 2019, el Estado mexicano ha firmado 72 tratados internacionales en materia de medio ambiente, los cuales mejor ni le enlisto para que no haga corajes.
Lo que sí es diferente es que por primera vez un gobierno autoproclamado de izquierda, así como un político con un discurso pro-ambiental bien documentado como Marcelo Ebrard, están en los controles.
Pero de lengua me como un taco.
Los compromisos representan cambios sustanciales en las estructuras presupuestales y políticas de todos los involucrados: reducir el uso del petróleo y gas, mayor vigilancia de la gran industria, combate a la deforestación por necesidad o mano del crimen organizado, repensar el desarrollo que amenaza ecosistemas.
En México, todo eso pasa por cancelar refinerías y trenes maya, abrazar incentivos a energías renovables, cazar en los cerros a talamontes y dirigir recursos públicos para la reconversión de procesos industriales y agrícolas.
¡Gulp!
Ahí está la disonancia de la 4T con su propuesta, especialmente con la machacona voluntad de la actual administración de petrolificar de nuevo al país en pleno 2021, mientras se relega a las energías renovables a la covacha de las escobas presupuestal y competitivamente hablando.
Si nos atenemos a lo dicho por Marcelo Ebrard en aquel lejano 2012, sabe que el presidente López Obrador está repitiendo los errores de quienes le antecedieron al aportar mucha tinta y cero cambios reales contra el cambio climático.
Como él dijera, "sin política pública para hacerle frente".
Supongo que está esperando otros diez años para que finalmente pueda hacer algo.