La frase usted ya la conoce, la escuchamos por primera vez el 1 de septiembre de 2006, en boca del que se convertiría en Presidente de la República doce años después: "Que se vayan al diablo con sus instituciones".
Nacida como una arenga para un mitin popular y luego convertida en leyenda negra por los detractores a Andrés Manuel López Obrador, el espíritu de la frase está siendo retomado por quienes se oponen a su presidencia.
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Primero el expresidente Felipe Calderón se declaró en abierta rebeldía cuando el viernes 4 de septiembre el INE decidió negarle, a él y a Margarita Zavala, el registro de su partido personal México Libre, a lo que se lanzó a tuitear, en tono guerrero, "si querían negarle el registro a @MexLibre_, señoras y señores consejeros, al menos se hubieran ahorrado el ridículo de sus argumentos. No nos van a detener".
Dicho eso el expresidente furibundo se ha volcado a una revolución a tuitazos al publicar en 195 ocasiones en la red social al momento de escribir esto, cinco días después del fallo del INE.
En extraordinario ejercicio periodístico al revisarlos puedo comunicarle que casi la totalidad de los tuits van en el sentido de la injerencia política que –según él– le negó sus derechos de asamblea, lo villano que es Andrés Manuel, lo mal que está el país y, más importante, la lucha legal que se viene contra el fallo del INE.
No hay que extender mucho la memoria para recordar la indignación del panismo cuando Andrés Manuel hizo algo parecido en 2006 y de nuevo en 2012, sí, con el detalle distante de plantarse en Reforma o declararse "presidente legítimo".
En una segunda muestra de rebeldía contra las instituciones, diez gobernadores de oposición abandonaron la Conago. Según ellos, ésta dejó de ser un espacio democrático para defender la soberanía local y el federalismo, por lo que abrirán un nuevo espacio de oposición a la presidencia.
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Se les olvida a los gobernadores disidentes que salirse de la Conago tiene implicaciones reales para sus gobernados. Pero ahí la democracia no conviene tanto, por lo que su decisión personal no estuvo a discusión.
En el fondo quieren más dinero para la reactivación económica y combate al Covid-19, saben que el desempleo y las muertes se los van a cobrar en las urnas.
El centralismo presupuestal no es nada nuevo. Precisamente durante los últimos años del mandato de Felipe Calderón al que escribe le tocó ver las pasarelas de gobernadores, todos, que acudían a San Lázaro a pedirle más dinero a la Comisión de Presupuesto. Eran jornadas interminables de politiquería y quejas sobre presupuestos "históricamente centralistas".
Lo que sí es nuevo es el régimen que está repartiendo el dinero. Un gobierno nuevo, emanado de izquierda y que raya en la tacañería para todo lo que no sea gasto social, su refinería, el Tren Maya y el nuevo aeropuerto.
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Ante el panismo los gobernadores de oposición obtenían más dinero por la vía del chantaje que su poderío local les otorgaba.
Eso se acabó con la humillación que Morena le propinó al status quo hace dos años.
Es así, mi estimado lector, que ahora los patos le tiran a las escopetas. Los que ayer eran régimen hoy son oposición, con toda la agenda de quejumbre y desmemoria histórica que esto implica.
Y está bien en una primera instancia, la disidencia política es sana. El tema es qué tanto ésta se convierte en el semillero de propuestas innovadoras y bien estructuradas.
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Quién diría que el "al diablo las instituciones", en su esencia de rebeldía política, sería reivindicado por quienes se mostraron tan ofendidos hace unos años.
Supongo el hecho va en sintonía con estos tiempos tan raros que vivimos.
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