Los partidos de oposición –y plumas más informadas que la de quien escribe– ya lo adelantaron: la reforma electoral que el presidente López Obrador envió al Congreso no pasará.
Por suponer un cambio constitucional, la nueva reforma de Morena necesita de la mayoría absoluta en San Lázaro para ser aprobada, cosa que se antoja desde ya, muy difícil.
En los términos en los que fueron presentados los cambios que el Presidente pretende hacer al sistema electoral son inviables. Inviables para el sentido común porque se propone la elección "popular" de magistrados y consejeros. Inviables también para los intereses de la partidocracia por el recorte presupuestal para los partidos políticos que supondrían.
Así como sucedió con la reforma eléctrica recientemente bateada, se espera que los diputados de PRI, PAN y PRD voten en bloque para rechazar la reforma electoral tal y como la creó el Presidente.
Dicho lo anterior y dada la incapacidad del primer mandatario y su brazo institucional Morena para ceder terreno en ninguna arena, el resultado será el mismo que hace unas semanas cuando se buscaba regresarle el monopolio de la generación eléctrica a la CFE.
Con motivo de aquel sinsabor para el morenismo referimos en este espacio que quedaba la duda de si el chasco de la reforma energética no sería una escenificación del Presidente que, sabiendo que su reforma no iba a pasar, aún así la mandó a San Lázaro con el fin de pintar a la oposición como aquella oligarquía nefasta que se niega a defender los intereses mexicanos.
Si no es el caso, ¿a qué le tira el Presidente en esta ocasión?
El régimen sabe que otra vez no tiene los votos necesarios para que su nueva reforma pase y hace ya muchos insultos que trazó la línea en la arena con la que dividió a "los buenos mexicanos" de "los malos". Son ellos, los morenos, o la selva de la corrupción.
Es así que el morenismo le está apostando a la parálisis con tal de fundamentar una narrativa que le beneficie, aquella en la que Morena y sus candidatos representan la opción más cercana al mexicano de a pie.
El Presi creó el mito desde un inicio: los que votan en contra de las reformas traicionan a México.
Pocas cosas en política son coincidencia y Marcelo Ebrard salió hace poco para destaparse como pre-candidato para la campaña presidencial del 2024. Supongo es cuestión de semanas para que Claudia Sheinbaum y el secretario de gobernación Adán López hagan lo propio y se apropien de esta narrativa del movimiento político luchón.
Era para que luego del rechazo de la reforma eléctrica el morenismo sentara cabeza y se pusiera a ceder en los extremos para dar forma, aunque sea en parte, al país que quiere ver. Como cualquier democracia decente, pues.
Hay cosas buenas en la propuesta. Revisar el financiamiento a partidos y candidatos es sano y está lejos de ser perfecto. Asimismo vale la pena checar para qué se necesitan los órganos estatales y de manera luminosa la reforma en cuestión plantea normalizar el voto electrónico vía apps, un paso lógico en el mundo post-pandemia.
Cosa triste, será para otra ocasión. Hoy hay que mitificar la derrota para ganar el 2024.
Echar para adelante a la democracia puede esperar.