A la oposición mexicana y al priismo en particular, le viene mal la gira artística de Emilio Lozoya por México, esto, al momento en el que el partido pretende ubicarse como la fuerza unificadora de la oposición ante el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador.
Traído desde los escenarios judiciales de España, el financiero que se convirtió en prófugo y el prófugo que se convirtió en informante viene a recordarnos por qué se votó como se votó hace dos años, por qué se enterró tres metros bajo tierra al status quo mexicano.
Resulta particularmente revelador de cómo ven al país y del carácter que aún permea en el liderazgo priista la entrevista que el reportero Carlos Lara le hizo al presidente nacional del PRI, Alejandro Moreno Cárdenas, para las páginas de la Organización Editorial Mexicana (OEM).
Según él, Emilio Lozoya "nunca fue priista", como excusando a su partido, como queriendo alterar la historia diciendo "robó pero no era nuestro cuate". Ya después de esa cabecilla el político recita la misma perorata de siempre entre los que alguna vez compartieron filas con criminales: "Lo que sí debemos dejar en claro es que nadie puede estar por encima de la ley".
Vaya con Don Alejandro mis respetos por el valor de haber heredado una casa en llamas y al borde de un barranco que es el PRI después de las elecciones de 2018, pero en sus declaraciones no encuentro ni un ápice de la profunda autocrítica que su partido necesita.
Si Emilio Lozoya nunca fue priista sí lo fue Enrique Peña, su amigo y presidente, que lo puso en el cargo al frente de Pemex. También lo fue Carlos Romero Deschamps, líder sindical petrolero tolerado por el régimen, quien dejó el cargo en medio de acusaciones de una corrupción de proporciones faraónicas. Se me acabaría la columna sólo mencionando a los corruptos o que solaparon la corrupción institucional y que sí eran priistas durante la pasada administración.
Merecidamente, corrupción y priismo se han convertido en sinónimos y para desandar ese camino obligadamente la institución política debería empezar por reconocerlo, pedir disculpas y aportar evidencias para que la autoridad correspondiente traiga a cuentas a todos los criminales que aún marchan en sus filas.
A once meses de elegirse tres mil cargos de elección popular en las elecciones intermedias del 2021 se le acaba el tiempo al priismo para entregar a la sociedad una alternativa coherente y con muestras de evolución política. Y ya para las presidenciales del 2024 la cosa se presenta más fea sin alguna persona figurando por ahí como posible candidato competitivo.
El panismo, dicho sea de paso, también es otro caso de estudio de cómo dinamitar capital político con base en la falta de un compás moral y propuestas serias, cada vez más enclavado en los radicalismos de la derecha retrógrada y absurda.
Pero esa discusión es para otro rato. Durante las próximas semanas el priismo será traído de vuelta a la plaza pública para su enésimo fusilamiento público con las revelaciones que Emilio Lozoya guarda en su profundo corazón y que, según el presidente, irán en el sentido de aportar nombres, procesos y lugares de cómo Odebrecht compró voluntades en el gobierno anterior.
En este espacio hemos dicho que si la 4T padece críticas no es tanto por la potencia de voces opositoras sino como por la imprudencia de su propio actuar. El país necesita de una oposición civilizada que sirva de contrapeso a esta nueva presidencia con esteroides; que eleve la barra de las ideas y la moral para que el régimen actual se ubique a la altura respondiendo con propuestas de calidad.
Lo que tenemos al momento es un charco de autocomplacencia.
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