Escribo estas palabras en medio del plantón del Frente Nacional Anti-AMLO (FRENAAA) sobre Avenida Juárez, en la Ciudad de México, y puedo informar que los memes son ciertos.
Veo un mar de tienditas de campaña nuevas y bien acomodadas pero vacías. Algunas islas de personas ya mayores en sillas plegables contrastan con los que se pasean como perdidos entre el caserío.
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Hay algunas pancartas exigiendo la renuncia de López Obrador y uno que otro estandarte con la Virgen de Guadalupe, pero lo ascético de este plantón invita más al bostezo que a la movilización.
Aquí el silencio es parecido al que se hace cuando el tío ebrio empieza a decir sandeces en las reuniones familiares; se calla uno para ver si se aburre y se va.
Entre los que saben de protesta corre la sabiduría de que una marcha o plantón son de merecer cuando a estos los acompañan los carritos de tacos, fruta y aguas. Aquí ni eso, algo sabrán los ambulantes.
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El que escribe también visitó el plantón de AMLO sobre Reforma en 2006 y el de la CNTE en el Zócalo en 2013. En ellos uno se perdía entre el bullicio de lo que parecía un mercado y mitin al mismo tiempo. Si se lo pedías al indicado se te recibía con un plato de arroz y una vasta perorata. Ahí el ambiente era el de una casa, desmadrosa y desordenada, absurda si se quiere en sus demandas, pero una casa al fin.
“Ganar la calle”, le decía la generación del 68. A esa voluntad colectiva de hacer suyas las demandas del movimiento. A salir a la calle a explicarle a los demás el por qué de la manifestación, a dar la cara, a combatir la narrativa oficial y finalmente hacerse de la simpatía de la gente.
Acá, en el plantón del FRENAAA, no hay nada de eso, acá no hay fiesta, juventud ni propuesta. Aquí lo que hay es una rabieta sin potencia o carisma para concitar apoyo sincero.
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Apenas hace unas semanas escribimos aquí que resultaba curioso que quienes se oponen al poder presidencial de López Obrador utilizaran las mismas maniobras de él cuando era caudillo: el rompimiento con las instituciones, el separatismo político. Irónicamente remarcamos en aquella ocasión la salvedad de que no se habían plantado en Reforma.
Este plantón hace cortocircuito entre la gente pensante porque incurre en incongruencias discursivas difíciles de ignorar.
Si ellos son los que van a poner en orden al país ¿por qué empezar igual que López Obrador?, si ellos son los verdaderos aliados del empresario y el hombre de a pie, ¿por qué joderlos estorbando en el corazón de la Ciudad?, si ellos son los protectores de las instituciones ¿por qué no recurrir a ellas?, si dicen defender la democracia ¿por qué no aprender que ésta es un péndulo que va y viene entre fuerzas políticas?
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Para añadirle gravedad a esta falta de propuestas frescas viene Ricardo Anaya con el mismo semblante robótico, a decirnos con tufo mesiánico que en estos tiempos de polarización reaparece de lleno en la vida pública.
Les fastidia que se les diga que están "moralmente derrotados" pero lo confirman con sus marchas en autos y sus plantones fantasma, al llevar su insurgencia frente a la Presidencia con esteroides a las mismas canchas de siempre.
No elevan la barra de las ideas cuando más se le necesita. Si Morena llega a irse de Palacio Nacional no será gracias a ellos, sino a los errores del gobierno.
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Y es que la oposición mexicana, que al momento de escribir esto sigue en Juárez, pasó demasiado tiempo en los balcones del poder cambiando voluntades por Boings y tortas.
Ahora, cuando es necesario formar cuadros en las calles, salen sólo a profundizar las divisiones. Les falta aprender al candor del sol y el zapato desgastado que la calle se gana, no se compra.
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