Claramente Ricardo Anaya leyó "El Arte de la Guerra" del filósofo chino Sun Tzu, pues con su regreso a la política mexicana busca aplicar al pie aquella frase que dice: "Aquel que puede modificar sus tácticas en función de su oponente y así conseguir la victoria podrá ser llamado capitán".
No hay que ser experto en metalenguaje y semiótica del discurso para notar que, como el hombre ciertamente trabajador que es, Ricardo Anaya ha pasado estos dos años analizando la humillación que el presidente López Obrador le propinó en 2018, esperando, aprendiendo.
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Mediante un video en su cuenta de Twitter Anaya hizo públicas sus intenciones de desandar sus pasos y volver a contender por la presidencia dentro de cuatro años.
Bien rapado y con tapabocas, el candidato se descubre la cara para comenzar a hablar serio, al momento que canta un oportuno gallo en sintonía con el campirano amanecer que le sirve de fondo.
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Mientras crestomatías de viejecillas encorvadas y velitas prendidas aparecen en el bien producido video, Anaya habla de cómo el mexicano ha sufrido la pérdida de seres queridos y de fuentes de empleo, para luego rápidamente ir al punto y anunciar que visitará "todo el país", para "escuchar, sentir y vivir los problemas de la gente", y finalmente contender por la presidencial de 2024.
Son tres minutos con 18 segundos de bipolaridad política pura.
El inicio adelantado de campaña del anayismo abreva directamente de la experiencia lopezobradorista que inició su recorrido y propaganda política inmediatamente después de que fue derrotado por el peñismo en 2012, aplicándole así un madruguete a todos.
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Al mismo tiempo, Anaya desliza la posibilidad de ser el candidato de unidad del PAN, PRI y PRD al referir que tiene "toda la disposición para hacer equipo para quienes tengan el mismo objetivo (evitar otros seis años de Morena) desde la oposición", como en su tiempo se la aplicó Andrés Manuel a los cuadros de izquierda.
Simbólicamente relevante es también la intención de Anaya de copiar la estrategia de marketing político de su contrincante.
Por un lado, Anaya se contrapone a la necedad de López Obrador de no usar tapabocas, al tiempo que le critica de incapaz, mentiroso y ruinoso para el país; sin embargo, también quiere externar una imagen de persona sencilla, rural y trabajadora que tan bien le ha servido al actual Presidente.
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Asimismo, el haber recorrido la totalidad de municipios de México durante sus campañas presidenciales es una proeza que brindó al lopezobradorismo de un estandarte que le identificó con el mexicano de a pie, al tiempo que el panismo y priismo de aquellos años se conformaron con hacer política desde balcones y auditorios de acarreados; estandarte que ahora el anayismo pretende hacer suyo.
En su nueva campaña Anaya reconoce que la raigambre popular del presidente López Obrador es la fuente de su poder. Las elecciones en México hoy se ganan en los sembradíos, barrios y juntas de vecinos, no el Club de Industriales y el de Banqueros, en estos lo que se obtiene es estabilidad.
Sin embargo, la intelectualidad y pragmatismo que Anaya busca imprimir a su persona con frecuencia se queda corta en su lectura de la realidad.
Por cosas como estas Ricardo Anaya se ganó la imagen de muchacho aplicado, pero también de taimado, diría mi querida madre.
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A Anaya le pasaron mal el acordeón para el examen de Sun Tzu, pues se le olvida aquella advertencia: "Los buenos guerreros hacen que los adversarios vengan a ellos, y de ningún modo se dejan atraer fuera de su fortaleza".
Al pisar el terreno del lopezobradorismo, imitándolo, Anaya se va a estrellar contra la fortaleza del Presidente.
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