“Yo soy cristiano”, reconoció el presidente Andrés Manuel López Obrador el pasado 4 de junio, “y quiero aclararlo, hay en la iglesia evangélica una denominación cristiana, pero mi cristianismo, lo que yo practico, tiene que ver con Jesús Cristo”. De esta forma el mandatario respondía a una de las incógnitas que giraban en torno a su persona, mas no por ello aclaraba las dudas.
¿En qué cree el tabasqueño que se dice juarista y al mismo tiempo fue “ungido” por un partido evangélico –Encuentro Social– para ser su candidato presidencial? ¿A quién se encomienda el carismático político que lo mismo acude a Catemaco a hacerse una limpia, porta en su cartera amuletos y estampitas como escudo protector contra el coronavirus o recurre con frecuencia a referencias bíblicas para refrendar su proyecto de regeneración moral?
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Las sospechas en torno a la religión del jefe del Estado mexicano no son exclusivas de esta administración. Las mismas preguntas despertaba el actuar de Felipe Calderón, de herencia católica, pero que en su sexenio no tuvo empacho en apoyarse en Casa sobre la Roca, secta evangélica presidida por el matrimonio de Alejandro y Rosi Orozco, para confortarlo espiritualmente en su campaña presidencial y luego legitimar moralmente su guerra contra el narco como si se tratara de una lucha de David contra Goliat.
Y si retrocedemos aún más en el tiempo, el propio Plutarco Elías Calles, anticlerical furibundo, aquejado por el herpes y la guerra cristera, confió su salud a las dotes sanadoras del curandero José de Jesús Fidencio Síntora, mejor conocido como el Niño Fidencio.
Y esto sólo por poner algunos ejemplos.
Para contestar a la pregunta de en qué creen realmente los presidentes, Organización Editorial Mexicana consultó a Elio Masferrer, especialista en asuntos religiosos, y Felipe Monroy, periodista especializado en religiones.
Para Masferrer Kan no queda duda. “Todos los presidentes (mexicanos), por lo menos desde que yo tengo memoria, en este siglo y parte del siglo pasado fueron católicos”, dice el investigador de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH). El resto de sus manifestaciones religiosas públicas, más visibles en los últimos mandatarios, sólo son para ganar adeptos a su causa política.
“Los políticos se hacen mimar por los pastores, entonces se hacen imposiciones de manos y cosas así para jalar el voto evangélico que es una buena cuota del electorado mexicano hoy por hoy”.
–¿Se podría decir que López Obrador hace lo mismo?
–Por supuesto, todos.
Monroy coincide en que los mandatarios, principalmente en el terreno de la popularidad o de generar consenso en los diferentes grupos sociales, también han utilizado los aspectos socio-religiosos para caer bien entre ciertos círculos sociales.
Además, destaca que la mayoría ha sido fiel al dogma de la separación entre la Iglesia y el Estado, lo que los ha orillado a profesar su fe fuera de los reflectores.
“Ciertamente la religión personal de cada uno de los presidentes de la República impacta en su actitud individual, pero pesa mucho, y quizá pesa más, la tradición dogmática de la separación entre la Iglesia y el Estado. Y también pesa mucho el interés político de generar consensos o acuerdos con sectores importantes… Más que la religión, están los intereses políticos”, considera.
CATÓLICOS DESIGUALES
Ahora bien, hay de católicos a católicos. Generalmente los mandatarios emanados del PRI –y su antecesor, el Partido de la Revolución Mexicana (PRM) –, eran católicos, pero además masones. “Eran católicos, pero un catolicismo muy peculiar porque es muy anticlerical; recoge la tradición de la masonería mexicana en sus distintas logias”, añade Masferrer.
En este punto, Monroy explica que todos los presidentes que tuvo México a partir de la Guerra de Reforma del siglo XIX tuvieron como dogma la división entre el poder civil y el poder religioso. La máxima era dar al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios.
Luis Echeverría (1970-1976) inició el acercamiento con la Iglesia Católica acudiendo hasta la casa del sucesor de San Pedro en El Vaticano. El artífice de esa negociación todavía está vivo y se llama Porfirio Muñoz Ledo.
A pesar de la reforma a la Ley de Asociaciones Religiosas en 1992, durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, que dotó de personalidad jurídica a las iglesias, los presidentes mantuvieron su religión en sigilo, fieles a la tradición juarista.
Fue hasta entrado el nuevo milenio cuando Vicente Fox (2000-2006) dio un brinco importante y enarboló su militancia católica como bandera para derrocar al régimen priista. Asistía a misa y el día de su toma de protesta acudió a rezar y recibir la comunión en la Basílica de Guadalupe.
“En sentido estricto podríamos decir que en este milenio se abre un capítulo, de Fox que anda con sus crucifijos, se va a comulgar antes de asumir (como presidente). El día anterior a que iniciara la campaña levanta una copia del estandarte de Hidalgo y grita ¡Muera el mal gobierno! Y de ahí arranca. Fox hizo un uso bastante indiscriminado de los símbolos religiosos”, explica Masferrer.
Sin embargo, todo esto fue un acto de ostentación más que de fe genuina para allegarse de las mayores simpatías posibles y abonar a su capital político que no le costó mucho dilapidar tan pronto se colocó la banda presidencial en el pecho.
Luego vino Felipe Calderón, católico de cuna, quien, en el declive de su gobierno en octubre de 2011, declaró abiertamente que todos los mexicanos “somos guadalupanos, independientemente, incluso me atrevería a decir, de la fe, de las creencias y las no creencias y, desde luego, lo es para quienes profesamos la fe católica”.
Años antes se había especulado sobre su conversión al cristianismo evangélico debido a su cercanía con los líderes de Casa sobre la Roca, el matrimonio Orozco. Sobre esta íntima relación, la periodista argentina Olga Wornat dedica un capítulo en su más reciente libro Felipe, el oscuro.
“Cuentan que Felipe quedó encantado cuando lo compararon a David (el segundo rey de Israel que narra la Biblia). A partir de ahí, el célebre relato bíblico fue como una pócima mágica para el michoacano cada vez que se deprimía frente a la mínima dificultad, en medio de una campaña (presidencial) que andaba a los tropiezos y que no creía ganar…
“Después de tres meses de convulsiones políticas, sospechas fundadas de fraude y una toma de posesión rumbosa, apenas Felipe Calderón se instaló en los Pinos, los Orozco no se le despegaron. Alejandro pasó a ocupar un despacho junto a la primera dama –no poca cosa– y Rosi se convirtió en diputada federal”, narra Wornat en su libro.
Masferrer insiste en que el acercamiento con Casa sobre la Roca fue más una cuestión de estrategia que de fe.
“Un político trata de jalar la mayor cantidad de agua a su molino. En esa perspectiva, los políticos pueden estar bautizados, ser miembros de una iglesia, pero a su vez van a tratar de jalar a la mayor cantidad de gente a su propuesta política y de ahí coquetean con lo que sea”.
Monroy señala que Calderón apeló a su identidad católica para granjearse las simpatías del Episcopado Mexicano luego de la complicada elección de 2006, pero terminó siendo ambiguo frente a otras identidades religiosas que de una y otra manera también le apoyaron en su proyecto político. “Coqueteó fuertemente con algunas organizaciones cristianas, evangélicas o pentecostales justamente por un beneficio de identidad política”.
El caso de Enrique Peña Nieto, que regresó al PRI a Los Pinos, es particular. “Es católico y además formado en colegios católicos; que yo sepa, no tiene mayor relación con la masonería”, apunta Masferrer.
Como Calderón, abunda Monroy, el priista utilizó su influencia dentro del catolicismo desde que era gobernador del Estado de México para la declaración de nulidad de su primer matrimonio y sus posteriores nupcias con la actriz Angélica Rivera. “Básicamente fue hacer un guiño fuerte a la Iglesia Católica sobre la manera en cómo se iba a conducir ya como precandidato, luego como candidato y después como presidente”.
Sin embargo, otra vez las presiones sociales y externas orillaron al mandatario a tomar decisiones que no cayeron nada bien en el clero. El 17 de mayo de 2016, Peña Nieto anunció que enviaría al Congreso una iniciativa de reforma constitucional para legalizar el matrimonio igualitario en todo el país. Siete días antes, la Federación Internacional de Futbol (FIFA) había exigido al gobierno mexicano atender sus problemas en materia de derechos humanos si quería presentar la candidatura de México para ser sede de la Copa Mundial.
En medio de una crisis nacional de desapariciones forzadas, ejecuciones extrajudiciales, tortura, abuso de poder y corrupción, Peña se decantó por lo que parecía más sencillo de sacar avante en el corto plazo: los derechos de la comunidad LGBT+. Las reacciones de los sectores más conservadores terminaron por matar la iniciativa en la Cámara de Diputados con los votos del PAN y del PRI, el partido del mexiquense.
CATÓLICO DE ESCUELA ADVENTISTA
A diferencia de Peña Nieto, que estudió en escuelas católicas toda su vida, el caso de Andrés Manuel es peculiar porque el tabasqueño cursó su primaria en una escuela manejada por la Iglesia Adventista del Séptimo Día, denominación cristiana que surgió en Estados Unidos del movimiento millerita de la década de 1840 y una de las primeras asociaciones cristianas no católicas que se establecieron en México tras la Guerra de Reforma, en el verano de 1891.
Los adventistas se caracterizan por guardar el sábado en lugar del domingo como día sagrado, creer que la segunda venida de Jesucristo es inminente y aceptar como de inspiración divina los escritos de su fundadora Elena G. de White, además de la Biblia.
El niño Andrés Manuel entró a ese colegio no porque sus progenitores fueran adventistas sino porque no había otro lugar dónde estudiar en Villa Tepetitlán, un pequeño pueblito de no más de 500 habitantes en el municipio de Macuspana, Tabasco, donde la familia López Obrador vivía.
Sus padres no tenían el tiempo para llevarlo todos los días a alguna otra escuela fuera de su localidad y traerlo de regreso, por lo que terminó estudiando en la única opción que estaba disponible.
“Andrés Manuel va a la escuela de la Iglesia Adventista, que es la única escuela en su pueblo, no había escuela pública, y esa es la razón por la cual cita la Biblia de corrido (en sus discursos y conferencias matutinas), pero es católico y miembro de la masonería mexicana”, afirma Elio Masferrer.
Lo que haya aprendido en ese colegio lo terminaría acercando años después al pastor adventista Arturo Farela, uno de los religiosos más cercanos al mandatario, a quien considera su amigo y cuya feligresía ha sido clave para la distribución de la Cartilla Moral.
Pese a estos antecedentes, Masferrer insiste en que el actual mandatario es católico. La prueba de ello es que el cardenal Norberto Rivera no tuvo inconveniente en bautizar a la hija del empresario Miguel Rincón Arredondo, presidente y director de Bio Papel, siendo el padrino Andrés Manuel López Obrador.
Otro ejemplo fue la quinta visita del Papa Juan Pablo II a México en 2002, cuando López Obrador era jefe de Gobierno de la capital. “Él con sus hijos y su primera esposa, doña Rocío (Beltrán), fueron a la Basílica. Andrés Manuel, muy juarista, saludó al Papa y se fue, pero doña Rocío y sus tres hijos entraron a la misa”, recuerda el antropólogo de la ENAH.
Masferrer compara esta escena con la de Benito Juárez dejando a su hija a las puertas de la iglesia el día que contrajo nupcias religiosas. “Él (Juárez) está en la puerta y no entra, no va a entregar a su hija al templo. Está ahí afuera esperando. Lo mismo que hizo Andrés Manuel: su esposa y sus tres hijos entraron a la misa, y él saluda al Papa y se va”.
Felipe Monroy considera que la identidad religiosa del mandatario es de un cristianismo más humanístico que institucional, “porque ahí sí ha fluctuado entre el catolicismo, los evangélicos, los pentecostales y muchas otras identidades espirituales cristianas que le ayudan a sustentar su principio ideológico moral de la Nación”.
“Yo me hinco donde se hinca el pueblo”, suele decir López Obrador.
Pese a sus constantes expresiones religiosas como jefe de Estado, Masferrer considera que el tabasqueño no es muy diferente a sus antecesores.
“Fox utiliza símbolos religiosos, Calderón también, Peña también. Lo que pasa ahora es que (López Obrador) tiene más escenografía, habla todos los días… pero si se observa con calma, desde el 2000 para acá todos usan a su manera símbolos religiosos.
“La idea es que el anticlericalismo de la época de Juárez, y luego de la Revolución, como que está obsoleto y entonces comienza una relación con la Iglesia Católica. Y de ahí es que viene Juan Pablo II en el 79, en el 90, en el 93, en el 99 y en el 2002. Después viene Benedicto con Calderón y luego Francisco con Peña… A partir de Fox se intensifica el ritmo, pero todos traen al Papa desde López Portillo”.
Para Monroy, el presidente López Obrador sí ha cruzado la línea respecto a otros mandatarios conforme a las leyes formales, pero no es algo que forzosamente sea negativo.
“Yo también diría que no estoy tan de acuerdo en los límites que ponen las leyes actuales… El dogma viejo de la separación entre Iglesia y Estado podría actualizarse, tiene que plantearse, tiene que discutirse cuáles son los nuevos límites de esa separación, porque lo que tenemos hoy es la radicalización de este dogma hacia dos tensiones muy fuertes”, advierte el periodista.
Una de las tensiones que identifica Monroy proviene de un fanatismo cristiano que se opone férreamente a las agendas antiaborto y pro LGBT+ en tanto que el otro fanatismo busca coartar la libertad religiosa de los médicos que apelan a su objeción de conciencia para no practicar abortos, pese a que desde 2011 un cambio constitucional garantizó la libertad de religión.
“Estamos en una polarización horrible entre quienes quieren que la religión vuelva a mandar y entre quienes quieren que la gente no tenga libertad religiosa”, lamenta.