Toma de posesión, ceremonia, rito. El poder pasa —en forma armoniosa, ordenada— de unas manos a otras. Ayer legitimó, dio autoridad a don Andrés Manuel López Obrador, quien repasó su persistente discurso. Mezcla —bien dosificada— de calidez y rigor, de rosada esperanza y duro realismo, entusiasmó hasta el delirio a sus francos partidarios. Estos corearon sus conocidos estribillos. Aplaudieron sus promesas de justicia. Estrenaron voz para llamarlo ¡Presidente! ¡Presidente! Y casi desmayaron cuando, con fino cálculo, anticipó que “dentro de seis años, cuando yo me vaya, esta obra quedará inconclusa”. Decididos, animados, guerreros rechazaron la posibilidad.
Dueño de plena —total— autoridad, el Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, divulgó ante cientos de ciudadanos mexicanos y decenas de invitados especiales su reconocimiento a la actitud aséptica del expresidente Enrique Peña Nieto al “no intervenir en el proceso electoral del 1 de Julio. Otros lo hicieron. Nosotros lo sufrimos”, acusó.
Toma de posesión casi perfecta, tersa. Voces interesadas —obligadas— a oponerse a la presencia del señor Nicolás Maduro en la ceremonia. Desde su sector, los legisladores de Acción Nacional colocaron una manta: “Maduro: no eres bienvenido”. La adosaron a las paredes revestidas de madera. A buenas horas la exhibieron ante los invitados que ocupaban la exclusiva galería del piso superior. Ceremonia que sirvió a muchos para aplaudir a Evo Morales. Al observar con dilatada curiosidad a la hija del presidente Donald Trump. A los numerosos de la izquierda a distraerse mientras espiaban modales y gestos del rey Felipe VI de España.
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El Presidente de los Estados Unidos Mexicanos, don Andrés Manuel López Obrador no defraudó —ni tantito así— a sus legiones. Les entregó deseadas golosinas. “No más reforma educativa, no más reforma energética, no más ligas entre el poder político y el poder económico. El próximo lunes pondré a la venta el avión presidencial, ningún funcionario viajará en helicópteros o aviones privados, la política económica neoliberal adoptada hace 30 años nos dejó en la miseria”.
El presidente López Obrador permaneció fiel a su estilo, machacón, porfiado, perseverante, constante, infatigable. El pueblo —su voluntad, dice— es a la par, escudo y guía. “Obedeceré al pueblo, el pueblo pone, el pueblo —si quiere— me quita. Dentro de dos años y medio le consultaré y así actuaré”. Echó mano a cifras y estadísticas. Definió “fracaso” la reforma energética. “No obtuvo los resultados que nos prometieron sus autores, no se produjo petróleo, no llegaron las inversiones esperadas, todo fue un fracaso”.
Comparó tiempos, los de gobiernos que en el siglo anterior consiguieron que la economía nacional creciera —durante décadas— por encima del 6 por ciento. “Y por cierto —afinó— Antonio Ortíz Mena no era economista, el autor del “desarrollo estabilizador” era abogado”.
No le dijeron que don Rodrigo Gómez —por años director de Banco de México— fue hombre de pocos estudios. “Pero de gran sentido común”, como lo describieron Mario Ramón Beteta y Miguel de la Madrid. Éste, manifestaría su rechazo hacia los intelectuales: “No se le olvide —solía decir— que fueron intelectuales los primeros en apoyar a Victoriano Huerta. ¿Se da cuenta? ¿Así quieren que les haga caso?”.
El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, se compromete a no pedir prestado, a no aumentar la deuda pública, revela que en el sexenio anterior el país se endrogó hasta la coronilla. Datos, testimonios que escucha el ciudadano Enrique Peña Nieto. Solo la poderosa humanidad del brillante diputado Porfirio Muñoz Ledo los separa. En traje obscuro, con camisa blanca, con ademanes y expresiones llanos, detalla los apartados de su discurso. Reafirma su voluntad de rescatar a jóvenes que parecen sin oficio ni beneficio, “Ninis, así los llaman. No es su culpa, crearé 100 universidades, les daremos empleo, serán aprendices”. Se compromete a duplicar pensiones a ancianos, se duele de la pobreza de los campesinos, del olvido de los indígenas. Diputados de todas las formaciones políticas que en el Congreso sesionan. “Hay 432. Quórum para Congreso General”, informan a Porfirio Muñoz Ledo. El político ordena que se lea el bando, el cual declara como Presidente de los Estados Unidos Mexicanos a Andrés Manuel López Obrador.
Diputados aliados —PT, PEVM— derrochan lastimosamente su tiempo. Se dan a repetir los resultados de la elección del 1 de julio. Unen voces, repiten escenarios, elogian con idénticos términos, adulan con similares gestos, exaltan con destempladas sílabas y ademanes, parecen estar listos para el enfrentamiento, como entrenados —muy aptos— para la bronca y el encontronazo.
Algunos advierten que no tolerarán abusos del Legislativo o del Ejecutivo, piden reunión de gobernadores, presidentes municipales, ¡A defender el Federalismo! En un corredor, casi en el umbral del salón de sesiones el gobernador de Nuevo León proclama ante un grupo de ansiosos reporteros: “¡La dichosa Conago no sirve para nada!”
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Sesión de Congreso General, diputados y senadores, Señoras y señores. Hombres disfrazados de indígenas. Con paliacate y huaraches. Con celular en la mano. Señoras de traje sin espalda. Como para tomar el sol en la playa. Diputadas con traje de coctel. Enfundadas en ropa para festejar a una quinceañera. Y también mujeres que lucen trajes regionales. Dulce María Sauri lució su traje yucateco.
René Juárez Cisneros —exgobernador de Guerrero— puso en grave aprieto al ciudadano Enrique Peña Nieto al incitar a la cólera, al enojo, al grito a sus adversarios políticos. Gritoneó bien y bonito don René Juárez Cisneros. Confundió su papel. Hora de tersura y ánimo conciliador. Evitar que los exaltados la emprendieran contra el ciudadano Enrique Peña Nieto. Cuando las aguas amenazaban con salirse de madre, el tacto de Muñoz Ledo frenó la tempestad.
En rigor —y no obstante las repetidas y nada veladas críticas que el presidente López Obrador hizo al gobierno de Peña Nieto— no se ofendió al personaje. Cuando dejaba el salón alguien produjo un solitario “¡Fuera!”. Apareció también una pancarta: “Bombón, te espera la prisión!” A buenas horas y con los legisladores que integraron la Comisión de Recepción y Despedida, el expresidente se marchó. No ocultaron su gozo los seguidores del presidente Andrés Manuel López Obrador. ¡Todo lo contrario! Celebraban años de lucha. Recordaban a sus caídos. Evocaban fracasos. Cantaban loas a la victoria. Sin cesar se compartían entusiasmados: “Es un honor… Estar con Obrador… Es un Honor… Estar con Obrador...”
“Por el Bien de todos... Primero los pobres… —predica el presidente Andrés Manuel López Obrador—. Reporteros que lo siguen le atraen: “Oye, Andrés… Andrés… Andrés... Ninguno le dirige respetuoso —muy comedido— trato. Él pone frente a todos el escudo de su honradez. Avisa: “Si un miembro de mi familia comete una falta recibirá castigo, sólo meto la mano a la lumbre por mi hijo Jesús ¡Es menor de edad! No me tienta la riqueza, trabajaré 16 horas cada día. Los miles que integraron el Estado Mayor Presidencial serán parte de la Guardia Nacional, nuestra policía recibirá adecuada formación sobre el respeto a los Derechos Humanos”.
Ahí estaba Luis Raúl González Pérez, responsable de la validez, vigencia y respeto a los Derechos Humanos. La entrada —por la zona tras Banderas— era acceso de los importantes. Miguel Torruco Marqués, secretario de Turismo que tranquilizaba: “La mudanza a Chetumal no será cosa de un día para otro. Tiene la ventaja de que una población bien pagada mejora la vida de los lugareños. Poco a poco ocurrirá el cambio...”.
“Allá va José María Riobóo” —señaló algún reportero—. Pronto desapareció el tan criticado constructor. El presidente Andrés Manuel López Obrador soltó un sonoro:
“¡Me canso... ganso!” Ganó la risa a todos los asistentes. El reportero recordó las ingeniosas “salidas” de don José López Portillo.
—¿Será un gobierno de izquierda o de derecha el suyo?—, le preguntó en ese momento Javier Lozada.
—Ni con melón, ni con sandía.
El presidente Andrés Manuel López Obrador tiene fama de ingenioso. Ayer muy serio describió el talante de la política exterior de su gobierno. “Apegada en todo a la Constitución de la República”. Confió a todos que tiene buenos tratos con el presidente Trump y con el premier de Canadá Trudeau. “Con los tres del tratado comercial aspiro a integrar un bloque que haga el desarrollo de países de América Central. Solucionará el problema de la migración, la de Centroamérica y la de los mexicanos. Hay millones de mexicanos en Estados Unidos, envían miles de millones de dólares a sus familias”.
Madrugaron los legisladores, los políticos, sus colaboradores, también los reporteros. “A las 3 de la mañana, camarógrafos y asistentes ya hacían cola y querían entrar a San Lázaro.
En el vestíbulo del edificio que concibió don Pedro Ramírez Vázquez se multiplicaban los sets de las cadenas de radio y televisión. Babel. Conductores, reporteros, entrevistadores, técnicos. iluminadores, guionistas.
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El presidente de México, el licenciado Andrés Manuel López Obrador, anunció ayer —ya dueño de plenos poderes— el nacimiento de una nueva República. Independencia, Reforma y República Restaurada, Revolución Mexicana. Esas fueron las anteriores. José María Morelos, Benito Juárez, Francisco I. Madero, fraguaron o construyeron aquellas. Él ya edifica la suya.
“Contra la corrupción, contra la impunidad, contra el abuso. Yo no les mentiré, yo no los engañaré. Tal como lo escuché de un ciclista que se emparejó a la marcha de mi auto esta mañana para decirme: “Tú no tienes derecho a fallarnos”, así lo haré. Yo no puedo fallarles”.
Eso y mucho más ha dicho durante años. Ayer —ya Presidente de México— lo repitió.
“Como decían los liberales del siglo XIX —evocó— no me voy a “retrogradar”. A las 12: 43 con tres vigorosos: “¡Viva México!” “¡Viva México!” “¡Viva México!”, se despidió.
Alfonso Durazo, Javier Jiménez Espriú, Olga Sánchez Cordero, Marcelo Ebrard dejaron sus lugares para seguirlo.
Así fue este memorable 1 de diciembre del 2018.