PACHUCA, Hgo.- Uno al lado de otro, se colocaron tres féretros de madera al interior de la iglesia de San Francisco de Asís, en la cabecera municipal de Tlahuelilpan. Contenían los cuerpos de tres hombres, Misael, Mario y César, quienes perdieron la vida el viernes durante el incendio de un ducto en la comunidad de San Primitivo, mientras en presencia de cientos de personas recogían galones de gasolina, la cual brotaba de una toma clandestina descontrolada.
A dos días del suceso, la población todavía no alcanzaba a dimensionar el grado de la tragedia, pero la presencia de los tres ataúdes y el mensaje del presbítero Arturo Santos, durante el servicio religioso que tuvo lugar al medio día, caló hondo.
Tras hacer oración por los heridos que se encuentran hospitalizados, pidió para que la comunidad no vuelva a tener esta experiencia dolorosa.
“Y por qué no decirlo también, vergonzosa”, dijo.
El silencio se hizo, mientras muchos asentían. Con ese pesar a cuestas, el acompañamiento fraternal de cientos de personas confortó y apoyó a los deudos y al pueblo.
Sollozos, se dejaban escuchar de cuando en cuando, en especial cuando los féretros fueron conducidos a las tres carrozas, una blanca, una gris y una color arena, que esperaban en el enorme atrio junto a decenas de coronas.
Tardaron en salir del sitio, porque muchos buscaban consolaron a viudas, madres y jóvenes hijos, principalmente, quienes eran los más afectados. Y porque en el sitio se encontraba mucha gente que llegó en una peregrinación.
“¿Por qué tuvieron que ir?, ¿Por qué no los detuvieron?, ¡No es justo!, ¡Esto no tenía que haber pasado!”, eran algunas de las exclamaciones que se dejaron escuchar de los dolientes.
No prevalecía el negro en los atuendos de los feligreses que se dieron cita al servicio religioso.
Parecía que nadie quería dar testimonio de que la muerte les arrebató, hasta ayer, en San Primitivo, 85 vidas.
Pero además, muchos acudieron a los sepelios tras haber estado dos días buscando a sus familiares en hospitales de la Ciudad de México, Querétaro y el Estado de México, o esperando noticias en el Centro Cultural de Tlahuelilpan, que fue habilitado como centro de información y muchos más en el Servicio Médico Forense (Semefo) de Tula tratando de reconocer los cadáveres.
La gente, por algunos instantes, puso por encima de su propio dolor por no saber nada de sus seres queridos, su sentimiento de solidaridad y fue a consolar a quienes tenía que sepultar a sus muertos.
Dos féretros fueron subidos a las carrozas blanca y gris, que salieron una detrás de otra del atrio mientras los deudos y amigos les seguían en silencio.
El último no fue subido al vehículo de la agencia funeraria, familiares y amigos decidieron que cargarían el ataúd en hombros hasta el panteón.
Éste era el cortejo más pequeño, pues la muchedumbre se dispersó en el atrio y algunos decidieron hacer el recorrido en sus vehículos.