/ viernes 21 de octubre de 2022

La construcción de paz y sus contextos

Agraviadas por la violencia, muchas personas buscan apoyo en organizaciones y se dejan de asumir víctimas para volverse agentes de transformación

La construcción de paz no es una profesión, sino un ejercicio que, al paso del tiempo, se vuelve un estilo de vida lleno de experiencia, conocimiento, creatividad y sensibilidad.

Agraviadas por la violencia, muchas personas buscan apoyo en organizaciones y se dejan de asumir víctimas para volverse agentes de transformación, lo cual es muy valorado porque, inmersas en el corazón de los conflictos, conocen la dinámica desde dentro. Hablamos de conflictos de gran complejidad en los que están involucrados múltiples actores, niveles y contextos sociales, políticos, económicos y culturales.

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Así, personas que han trabajado en organizaciones de la sociedad civil se encargan de canalizar la experiencia de las víctimas. En contextos indígenas con problemas de tierra y territorio o de desaparición de personas, por ejemplo, han funcionado estrategias de diálogo, mediación, negociación y construcción de acuerdos.

Personas ejemplares en ello son Dolores González Saravia, Miguel Álvarez Gándara, Alberto Solís Castro, Diana Lepe y Carlos Ventura, quienes han dado acción a procesos de recuperación de territorios y de personas secuestradas o desaparecidas. A través de Serapaz (Servicios y Asesoría para la Paz) han formado a activistas y víctimas, quienes aprenden a hacer mapeos, análisis y diagnóstico de conflictos, planeación y evaluación.

Araceli Salcedo, madre de Fernanda Rubí (secuestrada hace once años) y líder del colectivo Familias de Desaparecidos Orizaba-Córdoba, estudió ahí, así que tiene grandes herramientas como líder de un colectivo que contiene a las familias frente al impacto psicológico de la pérdida, que acompaña, fortalece y escarba la tierra para dar con los restos, además de visibilizar la problemática con la suficiente prevención y guiar en la gestión de los trámites legales y en la identificación de los restos.

En contextos como el de refugiados y migrantes, existen otras formas. José Luis Loera, presidente de Casa de Refugiados, habla del acompañamiento humanitario desde la recepción de personas y la valoración de sus condiciones para integrarlas a la sociedad a través de dinámicas psicosociales, y de la orientación que dan a quienes llegan en condición de víctimas de desplazamiento forzado. Un ejemplo es Carmen, quien llegó a la ciudad de México en condición de refugiada y durante el proceso se volvió voluntaria y ahora comparte tiempo y alimento con personas en situación de calle.

En México, existen lugares con un alto índice de violencia. Uno de ellos, es Tepito. Belem Maytorena cuenta que ahí se crece a golpes. Cuando las y los niños juegan a policías y ladrones, los buenos son los ladrones. Belem empezó su proceso de transformación en la Escuela de Paz Tepito —fundada por don Luis Arévalo Venegas (1940-2021) y dirigida por Poncho Hernández—. Está ubicada en las “zonas de paz” (puntos de encuentro) de las mismas calles donde las personas del barrio interactúan a través del arte. Apasionada artista, terminó por estudiar en La Esmeralda y ahora se dedica a dar talleres a niñas, niños y jóvenes que viven violencia y la reproducen. El acercamiento no es sencillo, dice, así que es preciso “calar a los morrillos” para que sepan que ella es del barrio y le tengan confianza. A los más violentos les “echa un buen código de barrio”. A un niño que se cortaba con un cutter le enseñó a hacer stencil en cartones y a unos niños que jugaban con sus resorteras les intercambió las piedras con las que se apuntaban por bolas de pintura para que las lanzaran a las paredes y mejor hicieran murales.

Existe una gran variedad de constructores de paz, con sus particulares formas, pero si en algo coinciden es en que la violencia no se ataca de frente ni con medidas punitivas, sino con un trabajo asiduo que se cultiva en lo individual y se teje en colectivo con una conciencia de cuidado mutuo para el bien común.


La construcción de paz no es una profesión, sino un ejercicio que, al paso del tiempo, se vuelve un estilo de vida lleno de experiencia, conocimiento, creatividad y sensibilidad.

Agraviadas por la violencia, muchas personas buscan apoyo en organizaciones y se dejan de asumir víctimas para volverse agentes de transformación, lo cual es muy valorado porque, inmersas en el corazón de los conflictos, conocen la dinámica desde dentro. Hablamos de conflictos de gran complejidad en los que están involucrados múltiples actores, niveles y contextos sociales, políticos, económicos y culturales.

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Personas ejemplares en ello son Dolores González Saravia, Miguel Álvarez Gándara, Alberto Solís Castro, Diana Lepe y Carlos Ventura, quienes han dado acción a procesos de recuperación de territorios y de personas secuestradas o desaparecidas. A través de Serapaz (Servicios y Asesoría para la Paz) han formado a activistas y víctimas, quienes aprenden a hacer mapeos, análisis y diagnóstico de conflictos, planeación y evaluación.

Araceli Salcedo, madre de Fernanda Rubí (secuestrada hace once años) y líder del colectivo Familias de Desaparecidos Orizaba-Córdoba, estudió ahí, así que tiene grandes herramientas como líder de un colectivo que contiene a las familias frente al impacto psicológico de la pérdida, que acompaña, fortalece y escarba la tierra para dar con los restos, además de visibilizar la problemática con la suficiente prevención y guiar en la gestión de los trámites legales y en la identificación de los restos.

En contextos como el de refugiados y migrantes, existen otras formas. José Luis Loera, presidente de Casa de Refugiados, habla del acompañamiento humanitario desde la recepción de personas y la valoración de sus condiciones para integrarlas a la sociedad a través de dinámicas psicosociales, y de la orientación que dan a quienes llegan en condición de víctimas de desplazamiento forzado. Un ejemplo es Carmen, quien llegó a la ciudad de México en condición de refugiada y durante el proceso se volvió voluntaria y ahora comparte tiempo y alimento con personas en situación de calle.

En México, existen lugares con un alto índice de violencia. Uno de ellos, es Tepito. Belem Maytorena cuenta que ahí se crece a golpes. Cuando las y los niños juegan a policías y ladrones, los buenos son los ladrones. Belem empezó su proceso de transformación en la Escuela de Paz Tepito —fundada por don Luis Arévalo Venegas (1940-2021) y dirigida por Poncho Hernández—. Está ubicada en las “zonas de paz” (puntos de encuentro) de las mismas calles donde las personas del barrio interactúan a través del arte. Apasionada artista, terminó por estudiar en La Esmeralda y ahora se dedica a dar talleres a niñas, niños y jóvenes que viven violencia y la reproducen. El acercamiento no es sencillo, dice, así que es preciso “calar a los morrillos” para que sepan que ella es del barrio y le tengan confianza. A los más violentos les “echa un buen código de barrio”. A un niño que se cortaba con un cutter le enseñó a hacer stencil en cartones y a unos niños que jugaban con sus resorteras les intercambió las piedras con las que se apuntaban por bolas de pintura para que las lanzaran a las paredes y mejor hicieran murales.

Existe una gran variedad de constructores de paz, con sus particulares formas, pero si en algo coinciden es en que la violencia no se ataca de frente ni con medidas punitivas, sino con un trabajo asiduo que se cultiva en lo individual y se teje en colectivo con una conciencia de cuidado mutuo para el bien común.


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