Junto a la bandera de México, una mochila negra y unos cartuchos de Nintendo de Pokemón, el cuerpo era casi imposible de reconocer. El sol, que en agosto alcanza los 45 grados centígrados, había secado los restos y los animales se habían encargado de dejarlos casi en los huesos. Una cadena a penas sujeta a su cuello con una placa grabada con el nombre de “Cristian”, era lo único que lo podría identificar, sin embargo, han pasado ocho años desde que el cuerpo fue encontrado en la India Ranch y sus restos continúan en una morgue de Texas como el caso 0383.
Guadalupe, Wilfredo, Héctor o Martha son los nombres de los muertos. Sus identidades emergen meses o años después, a más de cien kilómetros al norte del río Grande, entre las espinas de mezquite en de las zonas más remotas de Texas: el condado de Brooks.
“Ahí afuera, con el calor que hace aquí, un cuerpo se queda en piel y huesos en sólo dos semanas”, afirma en entrevista con El Sol de México, Eddie Canales, director del Centro de Derechos Humanos del Sur de Texas, quien junto a un grupo de médicos apoyados por el Equipo Argentino de Antropología Forense, y la Universidad del norte de Texas, se han dado a la tarea de identificar cientos de cuerpos encontrados en la frontera con México.
El proceso, explica Canales, puede llevaraños, incluso más de una década, dependiendo de las condiciones en que los restos son encontrados o las posibilidades de hallar algún familiar que proporcione una muestra de ADN que permita la identificación.
De acuerdo con Canales, del 2014 a la fecha, sólo en el condado de Brooks se han recuperado 802 restos y cuerpos. Sólo en 2019, fueron 46, mientras, en lo que va del año ya son 16. Más del 50 por ciento, dice, han podido ser identificados, aunque la creencia es que por cada cuerpo encontrado hay por lo menos dos más que no han sido localizados.
Además, según Canales, de junio de 2018 a diciembre de 2019, su organización recibió un total de mil 647 llamadas de nuevos casos de personas buscando a algún familiar que cruzó la frontera y se encuentra desaparecido.
“Hablamos, señala el activista, de una verdadera crisis humanitaria. Fallecen por falta de agua o lesiones en un paraje donde en agosto se alcanzan los 45 grados centígrados y donde la maleza y los vallados de los ranchos hacen de la travesía un calvario aún más doloroso para los migrantes”, refiere.
EL CALVARIO
Tras cruzar la frontera con México, los “coyotes”, como se le conocen a los traficantes de personas, los trasladan desde la orilla otros antes de llegar al puesto de vigilancia de Falfurrias, uno de los alrededor de 30 que la Patrulla Fronteriza ha instalado tierra adentro, en las carreteras de acceso a las grandes ciudades, como capa adicional de vigilancia.
Ramiro Cordero, portavoz de la Patrulla Fronteriza, explica que los inmigrantes van en grupos con un “coyote” a la cabeza, mientras otros dos sirven de avanzada, oteando el terreno inhóspito y comunicándose por teléfono.
Los que sucumben a la ruta son hallados por rancheros en puntos casi inaccesibles del condado semidesértico de más de 2 mil 500 kilómetros cuadrados, que según Cordero, desde hace unos años se ha convertido en la ruta preferida de los que persiguen el “sueño americano”.
“Las llamadas a nuestra corporación en ese sector alertando sobre tráfico de inmigrantes ilegales es continuo. Es algo común ver como varias sombras emergen de los arbustos y se acercan a las escasas viviendas para, al límite de sus fuerzas, pedir agua, otros simplemente no resisten y mueren en el intento por pedir ayuda, se van quedando en regiones casi inaccesibles, por lo que la mayoría de las veces son encontrados en condiciones de descomposición ya muy avanzada”, afirma.
Por temor a ser detenidos y regresados a sus países de origen o para evitar que extorsionen a sus familias, la mayoría de los migrantes viajan sin identificaciones, por lo que cuando perecen y son encontradas sus identidades se convierten en todo un reto para las ong ́s y las autoridades, tanto de México como de Estados Unidos.
Algunos de los muertos, explica Cordero, llevan consigo identificaciones nacionales -de El Salvador, Guatemala, Nicaragua o México-, otros salen del anonimato por el nombre tatuado de una amada o el teléfono que llevaban con la esperanza de llamar a casa con la buena noticia de haber llegado a su destino en Estados Unidos, pero la mayoría no lleva identificación alguna.
Varios han sido los intentos del gobierno mexicano por contar con un sistema propio de identificación de restos, pero por su alto costo ninguno ha prosperado.
Es por ello, que desde hace más de una década la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) ha tenido que recurrir a la contratación de laboratorios especializados en la Unión Americana, a las organizaciones como la de Eddie Canales y a las Universidades, para devolver un nombre a ciento de sus connacionales que son encontrados muertos en la frontera con EU.
“Desde 2011 a la fecha hemos tenido colaboración permanente con el Instituto de Ciencias Forenses y, justamente el año pasado, tuvimos una colaboración con ellos.
Realizamos 64 pruebas genéticas y capacitamos a 60 funcionarios de las oficinas centrales de la cancillería y de las delegaciones foráneas para que nuestro personal tenga la debida capacitación para tomar muestras de ADN”, afirmó en entrevista con este diario Julián Escutia, director general de Protección a Mexicanos en el Exterior, de la Secretaria de Relaciones Exteriores (SRE).
Antes de que Canales y sus colaboradores lanzaran “Yo Tengo Nombre”, una página en internet a través de la cual se busca dar con familiares de cuerpos o restos encontrados en la frontera, por medio de la difusión de objetos encontrados con los cuerpos, como ropa, zapatos, cinturones, entre otros., los cuerpos o los restos de los inmigrantes eran depositados en fosas comunes a lo largo a la de la frontera con México, cerrando la posibilidad de que los centenares de migrantes indocumentados se convirtieran de nuevo en un nombre.
“Los familiares aseguraban que sus allegados había desaparecido antes de entrar al condado y nos movilizábamos para que se registraran las muertes y se hicieran pruebas de ADN. Hay gente que muere ahí fuera a diario”, subrayó Canales, quien ha conseguido convencer a muchos rancheros de colocar galones con agua para que los migrantes la beban en su trayecto y reducir con ello los muertos sin nombres.