CUAUTLA. Ayer se cumplieron dos años de la muerte del activista Samir Flores Soberanes, principal opositor a la termoeléctrica de Huexca, y su asesinato sigue impune.
Su padre, Cirino Nabor Flores, relata cómo fue vivir aquel momento. Cuenta que cuando Samir Flores eligió alzar la voz contra el Proyecto Integral Morelos (PIM) y la termoeléctrica de Huexca, no estuvo del todo de acuerdo.
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Cirino, un hombre de campo de 69 años, quería ahorrarse otra tragedia familiar: en 1976, su sobrino Vinh Flores Laureano, quien participó en la fundación de la Escuela Normal Rural de Amilcingo, perdió la vida en lo que las autoridades difundieron como un accidente de tránsito, aunque los habitantes sostienen que se trató de un crimen de Estado.
“No estaba yo de acuerdo por esto: porque a nosotros ya nos pasó con Vinh Flores, mi primo hermano”, reconoce Nabor, a unos metros del sitio donde hace dos años su hijo perdió la vida.
Samir Flores no fundó una escuela, pero promovió la creación de la radio comunitaria de Amilcingo que sirvió como un medio de difusión de la lucha emprendida por las comunidades y ejidos de la región Oriente contra el PIM y la termoeléctrica de Huexca, particularmente contra el tramo del gasoducto que atravesaría parte del pueblo.
Aunque la Fiscalía General del Estado (FGE) no ha dado a conocer los resultados de la investigación abierta tras su homicidio, los pobladores y colectivos contra el PIM afirman que también se trató de un crimen de Estado.
Cirino recuerda muy bien las últimas horas con vida de su hijo. En la madrugada del 20 de febrero de 2019, él acompañó a sus dos hijos al centro de Cuautla: Samir, el niño inteligente al que le tocó criar, encaminó a su hermano a la terminal de autobuses, desde donde partió a trabajar. Ambos regresaron a casa.
Samir se fue a dormir. Él, en cambio, pasó la noche despierto viendo televisión, buscando noticias. Al día siguiente, el nombre de su hijo resonaría en los noticieros de todo el país.
Iban a dar las seis cuando alguien llamó a Samir desde la entrada de la casa, desde la calle que hoy lleva el nombre de su sobrino. Primero salió su esposa, Epifania, pero no iban por ella.
Lo último que escuchó de su hijo fueron sus pasos al salir. Después los disparos. Para Cirino el mundo se desenredó en un sinsentido. Como pudo agarró su chamarra y, al salir, encontró tirado y boca arriba el cuerpo de su hijo.