He de confesarle, estimado lector, que el que escribe votó en la Consulta Popular. No me deje de leer, permítame articular el razonamiento.
Por supuesto que el voto fue por el Sí, como fue el caso del 98% de los 6.6 millones de votantes que acudieron a las urnas.
Sólo hacía falta un conocimiento básico de Estado de Derecho o una pizca de libre albedrío para estar de acuerdo con que "se garantice la justicia y los derechos de posibles víctimas mediante el esclarecimiento de decisiones políticas del pasado", palabras más o menos iguales a las de la insípida pregunta que la Suprema Corte terminó por avalar.
Concedo que la consulta fue un desperdicio en el fondo. La materia en cuestión, la investigación de probables crímenes y el ejercicio de la Ley, no ameritaba un evento así.
Sin embargo, la forma, que fue la celebración de un nuevo mecanismo de democracia participativa, sí representó un hito en este país. Este domingo se abrió la puerta para un México más moderno y expedito en sus procesos democráticos.
Me encuentro en la necesidad de salir del clóset ante las reacciones que le siguieron a la jornada del pasado domingo 1 de agosto.
Escribiendo como si flotara por encima de la plebe, buena parte de la opinión publicada no ha bajado de lopezobradoristas, aplaudidores o ignorantes a los casi 7 millones de personas que salimos a votar.
Tildar de desubicado a todo aquel que salió el pasado domingo irónicamente replica las malas mañas del Presidente, quien mira la realidad en el maniqueísmo del negro y el blanco.
Aquí mismo le hablamos desde septiembre pasado de la riqueza que podía representar para nuestro desarrollo democrático el inicio de un proceso de justicia transicional contra crímenes del pasado, como los vistos en Argentina, Chile o Alemania.
Por supuesto que el proceso no fue perfecto. Desde un inicio se asomaban dudas al ser la promesa de enjuiciar a expresidentes un arrebato de campaña, así como lo fue la venta del avión presidencial que tantos sinsabores ha causado.
Esta falla de origen se agravó con la retórica cruzada del Presidente y la carga purista que se le dio a la consulta al querer partir la historia mexicana entre el pasado criminal y el presente impoluto.
Pero ahora resulta que hay que pedir disculpas por acudir a un llamado democrático avalado por la Suprema Corte y organizado por el INE nada más porque el que manda en Palacio Nacional es AMLO.
En el juego de la democracia no se sale uno nada más porque no le gusta quién está jugando, se está con las instituciones y las acciones que de su correcto ejercicio nacen hasta el final.
¿O será que únicamente es correcto defender a la Corte y al INE cuando el éxito de sus acciones no está vinculado a un buen desempeño del actual régimen?
Personalmente no sé qué esperaban los detractores del Presidente. Cualquier consulta futura representará un acto político, una materialización de la ideología que gobierna al elegir los temas que considera relevantes.
Festejar un presunto fracaso en términos de participación y al mismo tiempo decir defender la institucionalidad, así como acusar al Presidente de dividir cuando se parcela a la sociedad entre pejistas o librepensadores, simplemente es ser hipócrita. Es alegrarse por la parálisis política.
Por todo esto sostengo que valió la pena salir a votar y respaldar la consulta en el sentido de que se innovó en cuanto a procesos democráticos. Eso supera por mucho el presunto costo que se le quiere achacar, entendido como un espaldarazo para las iniciativas del régimen actual.
Porque entonces, si de aquí en adelante nos llevamos al país entre las patas con tal de joder al Presidente en cada oportunidad, mejor alargamos la cuarentena hasta las elecciones del 2024.