/ viernes 11 de marzo de 2022

Pie de Nota | Del Corregidora al 8M

Violencia es violencia. Los vasos comunicantes entre ambos eventos comienzan por destacar que el saldo fue casi el mismo en cuanto a datos duros.

Voy estirar la liga casi hasta romperla y decir que los hechos violentos de la semana pasada en el estadio La Corregidora de Querétaro y los de pequeñas células en la marcha del 8M están relacionados.

Lo están en el sentido de que son expresiones de un México subterráneo, en el que se han ido infiltrando grupos en el tejido social con el único fin de generar violencia y para la cual no parece haber una respuesta gubernamental suficiente.

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Sobra decir que la trifulca entre los equipos de Atlas y Gallos Blancos supera toda medida de crudeza por la violencia extrema que se presentó, mientras que el vandalismo normalizado para las marchas feministas ciertamente es un hecho aislado. No es lo mismo que te dejen en coma a una rociada de gas pimienta en los ojos y brillantina en la cabeza.

Sin embargo, violencia es violencia. Los vasos comunicantes entre ambos eventos comienzan por destacar que el saldo fue casi el mismo en cuanto a datos duros.

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Hasta el momento se han reportado 25 personas lesionadas durante la marcha del 8M en la CdMx: terminaron en el hospital una policía herida en el rostro y dos manifestantes a las cuales se les cayó un techo de vidrio mientras lo rompían. Para La Corregidora autoridades contabilizaron 26 heridos, tres de ellos graves.

Las coincidencias continúan al referir que la gran mayoría de asistentes a ambos eventos iban con fines pacíficos y con legítimas intenciones (manifestarse y pasar un buen rato, respectivamente) pero cuya conducta queda manchada por pequeños grupos violentos.

El progresivo regreso a la normalidad por fuerza tenía que restablecer el orden de las cosas como las veníamos viviendo en 2019. Como hemos dicho, la pandemia fue tregua para muchas cosas, eso incluía la violencia focalizada en eventos masivos.

De esta manera las razones subyacentes para el porrismo en estadios, marchas y universidades siguen ahí, sin ser investigados a profundidad y mucho menos castigados hasta sus últimas consecuencias.

Muy insatisfecho me dejó el escuchar al Presidente hablar como padrecito de parroquia en lugar de jefe de Estado cuando se refirió a los eventos en La Corregidora en los términos en los que lo hizo:

"La enseñanza que nos deja esto, es no dejar de moralizar a México, de insistir en que sólo siendo buenos podemos ser felices, de que la felicidad no es la riqueza o no sólo es eso, sino estar bien con nosotros mismos y con el prójimo".

Más allá, el sermón no dijo nada sobre los vínculos con el crimen organizado de las barras y la ausencia de Estado de Derecho al interior de los estados.

Afortunadamente este año la violencia fue mínima, pero en el caso de las personas encapuchadas que manchan las marchas feministas tampoco existe una respuesta satisfactoria que permita a manifestantes salir en completa paz durante los 8 de marzo. Si existe certeza de seguridad es por los mismos contingentes organizados que se encargan de autoproveérsela.

En el futbol va a ser interesante ver con qué cara los dueños de clubes van a seguir dándoles boletos y facilidades a sus barras. Si son víctimas de presiones por parte de grupos del crimen organizado para apoyarlos, que lo digan, si no, entonces necesitan explicar por qué eligen ser cómplices de la violencia y en general mala vibra que estos pequeños grupos generan.

Añadiría quien escribe que al menos habría que discutir un protocolo nacional de seguridad en los estadios así como la presencia de bebida y drogas en su interior.

¿Quiénes son los violentos en eventos masivos?, ¿cuáles son sus antecedentes?, ¿con quiénes se juntan?, ¿cómo se organizan?, ¿cómo se transportan?, ¿de qué viven y quién les financia?, ¿cómo se pueden evitar sus acciones?

Todas estas preguntas siempre acaban tratando de ser explicadas en trabajos periodísticos o en tesis de doctorado de la UNAM, pero nunca con repuestas sistémicas desde el lado oficial.

Mientras siga siendo esto cierto el fenómeno va a repetirse.

Voy estirar la liga casi hasta romperla y decir que los hechos violentos de la semana pasada en el estadio La Corregidora de Querétaro y los de pequeñas células en la marcha del 8M están relacionados.

Lo están en el sentido de que son expresiones de un México subterráneo, en el que se han ido infiltrando grupos en el tejido social con el único fin de generar violencia y para la cual no parece haber una respuesta gubernamental suficiente.

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Sobra decir que la trifulca entre los equipos de Atlas y Gallos Blancos supera toda medida de crudeza por la violencia extrema que se presentó, mientras que el vandalismo normalizado para las marchas feministas ciertamente es un hecho aislado. No es lo mismo que te dejen en coma a una rociada de gas pimienta en los ojos y brillantina en la cabeza.

Sin embargo, violencia es violencia. Los vasos comunicantes entre ambos eventos comienzan por destacar que el saldo fue casi el mismo en cuanto a datos duros.

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Hasta el momento se han reportado 25 personas lesionadas durante la marcha del 8M en la CdMx: terminaron en el hospital una policía herida en el rostro y dos manifestantes a las cuales se les cayó un techo de vidrio mientras lo rompían. Para La Corregidora autoridades contabilizaron 26 heridos, tres de ellos graves.

Las coincidencias continúan al referir que la gran mayoría de asistentes a ambos eventos iban con fines pacíficos y con legítimas intenciones (manifestarse y pasar un buen rato, respectivamente) pero cuya conducta queda manchada por pequeños grupos violentos.

El progresivo regreso a la normalidad por fuerza tenía que restablecer el orden de las cosas como las veníamos viviendo en 2019. Como hemos dicho, la pandemia fue tregua para muchas cosas, eso incluía la violencia focalizada en eventos masivos.

De esta manera las razones subyacentes para el porrismo en estadios, marchas y universidades siguen ahí, sin ser investigados a profundidad y mucho menos castigados hasta sus últimas consecuencias.

Muy insatisfecho me dejó el escuchar al Presidente hablar como padrecito de parroquia en lugar de jefe de Estado cuando se refirió a los eventos en La Corregidora en los términos en los que lo hizo:

"La enseñanza que nos deja esto, es no dejar de moralizar a México, de insistir en que sólo siendo buenos podemos ser felices, de que la felicidad no es la riqueza o no sólo es eso, sino estar bien con nosotros mismos y con el prójimo".

Más allá, el sermón no dijo nada sobre los vínculos con el crimen organizado de las barras y la ausencia de Estado de Derecho al interior de los estados.

Afortunadamente este año la violencia fue mínima, pero en el caso de las personas encapuchadas que manchan las marchas feministas tampoco existe una respuesta satisfactoria que permita a manifestantes salir en completa paz durante los 8 de marzo. Si existe certeza de seguridad es por los mismos contingentes organizados que se encargan de autoproveérsela.

En el futbol va a ser interesante ver con qué cara los dueños de clubes van a seguir dándoles boletos y facilidades a sus barras. Si son víctimas de presiones por parte de grupos del crimen organizado para apoyarlos, que lo digan, si no, entonces necesitan explicar por qué eligen ser cómplices de la violencia y en general mala vibra que estos pequeños grupos generan.

Añadiría quien escribe que al menos habría que discutir un protocolo nacional de seguridad en los estadios así como la presencia de bebida y drogas en su interior.

¿Quiénes son los violentos en eventos masivos?, ¿cuáles son sus antecedentes?, ¿con quiénes se juntan?, ¿cómo se organizan?, ¿cómo se transportan?, ¿de qué viven y quién les financia?, ¿cómo se pueden evitar sus acciones?

Todas estas preguntas siempre acaban tratando de ser explicadas en trabajos periodísticos o en tesis de doctorado de la UNAM, pero nunca con repuestas sistémicas desde el lado oficial.

Mientras siga siendo esto cierto el fenómeno va a repetirse.

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