Se sintió como un golpe en el estómago, el vacío que todos dicen que se siente cuando te dan una pésima noticia. En redes sociales, la persona que este reportero había entrevistado hacía una semana confirmaba que dio positivo para Covid-19.
Desandó sus pasos, trató de recordar si había saludado de cerca al hoy infectado, si alguna gota de saliva había brincado durante la charla, si se había llevado las manos a la cara y si las lavó después.
Recordó la ominosa conversación al iniciar la entrevista de aquel día.
- ¿Cómo ves esto del coronavirus?
- ¿Cuántos casos confirmados van?
- Al momento nueve oficiales, me parece.
- ¡Ja!, sí yo conozco al menos a seis que han dado positivo.
Le dieron ganas de rascarse en aquel momento hacía siete días, de bañarse, pero se le pasó en el momento y la charla siguió.
Según el consenso científico los síntomas suelen aparecer generalmente hasta el quinto día después del contagio, se dijo. Habían pasado siete, ni la fiebre, tos y dolor de cabeza lo habían visitado. El tema es que pueden aparecer hasta los catorce.
Gente cercana al entrevistado contagiado se ofreció a pagarle las pruebas en alguno de los hospitales privados que se encuentran desbordados ante la demanda de exámenes.
Optó por enviar un SMS a la Secretaría de Salud de la CdMx que le preguntó en mensajes si había viajado, convivido con alguien contagiado y presentado síntomas. Luego del interrogatorio la dependencia cortó de tajo la comunicación, no le dio recomendaciones ni información sobre qué hacer ante la incertidumbre. La misma historia en la línea telefónica de la Secretaría de Salud federal.
Luego de la probable exposición al virus el reportero había ido una vez a su redacción, la cual tuvo la previsión de limitar la cercanía en juntas. No saludó a nadie de cerca y dejó el edificio temprano.
También había visto a sus padres que ya andan en los 60.
Solo con la mente y sus torturas, esa misma tarde empezó a sentir un fuego leve en la garganta, la frente caliente y sincero miedo. Abandonado a la suerte propia y revolcado por la ola del Covid-19.
Un episodio de Dr. House estaba en la tele, aquel en el que los pasajeros de un avión empiezan a sentir los mismos síntomas de un mal invisible, vómitos, salpullido, temblores y fiebre. Temen que sea meningitis, contagiosa y letal.
"La mala noticia es que tienen una enfermedad, la buena es que es histeria colectiva", les dice Hugh Laurie a los aterrorizados viajeros. "Sucede usualmente en situaciones de ansiedad. Tu mente controla el cuerpo, si piensa que estás enfermo, te hace enfermar".
Ouch. El reportero vio de reojo a su mujer que le contestó la mirada y sonrieron. Se durmió y al día siguiente continuó su vida en el encierro.
Han pasado 14 días desde la probable exposición y los síntomas no se han presentado, tampoco en las personas que han estado cerca de él.
A la fecha no sabe si porta el virus o alguna vez lo hizo. Su gobierno hace pruebas sólo en casos seleccionados y no ha recibido una llamada de seguimiento. El reportero se pregunta cuántos casos hay como el de él y si se puede confiar en las cifras oficiales.
Cuando el Covid-19 toca a la puerta es un viaje a las esquinas más oscuras de la mente, te lleva a ese territorio desconocido en el que la fatalidad te respira en la nuca y la falta de certeza te acompaña en el encierro.
Lo bueno es que tenemos al Dr. House.
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