"Hoy estamos como si no hubiera futuro", ha dicho certeramente en una entrevista reciente el poeta portugués José Luís Peixoto.
En estos tiempos de pandemia los planes que teníamos fueron cancelados o pospuestos, tiempos que obligan a la reflexión sobre cuál es nuestro destino y quiénes somos, según explicó el laureado escritor al periódico El Universal en su edición del 13 de octubre.
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Lo cito para no plagiar, a la vez que no haría justicia a la precisión de sus palabras: "En este tiempo de pandemia hemos tenido la oportunidad de parar y mirar quiénes somos, vivimos en un tiempo en el que el futuro cambió, su concepto es muy distinto de lo que era, antes teníamos la ilusión de que el futuro era mucho más claro de lo que es ahora".
No he encontrado una descripción más precisa de estos tiempos tan raros. Añadiría quien escribe que ante esta imposibilidad de hacer planes por el no-futuro parece que queremos regresar a un pasado que creemos más feliz. Todos estamos extrañando algo.
Son tiempos, los nuestros, con notas de postmodernismo, nihilismo y existencialismo, en los que estamos en el camino de aceptar que como cultura hemos sido derrotados con el desencanto como la marca, cuando la vida futura pierde sentido porque ya no se puede planear casi nada. Entonces nos volcamos a pensar en la condición humana, la libertad y la responsabilidad individual, las emociones, así como el significado de la vida.
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Disculpará usted el trance filosófico, pero los recientes eventos en México y el mundo me obligan a pensar seriamente sobre en dónde estamos parados y hacia dónde vamos.
En los usos y costumbres regresamos al uso masivo del plástico y el auto individual para no contagiarnos. La otredad, el miedo al otro, se hace presente porque no sabemos dónde anduvo o si andaba enfermo.
En lo político, inexplicable es que en pleno 2020 exista algo como el FRENAAA y personajes del calibre de Juan Bosco Abascal, que buscan activamente hacer gobierno al medievo para evitar la igualdad entre los sexos, la libertad individual y la democracia.
Buena parte de la política en México todavía la hacen hombres viejos y necios con ideas viejas y necias, mientras que a los cuadros jóvenes se les adhiere o se les rechaza.
Desde el gobierno seguimos quemando dinero en las llamas del finito pensamiento petrolero cuando a la ciencia se le cuentan los centavos, esto, con el agravante de mandar a los niños a educarse para el futuro con tecnologías de hace 50 años.
Entonces como máxima expresión de este desandar lo avanzado mandamos a la primera dama a suplicar para que Europa nos regrese el penacho de Moctezuma, mito del México prehispánico y en consecuencia simbólico de una grandeza pasada.
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Todavía no podemos cerrar las heridas que dejó la colonia y por eso queremos destruir las estatuas de Cristóbal Colón y los conquistadores, exigirles que se disculpen sus hijos como si no fueran nuestros medios hermanos y que nos regresen nuestro pasado.
Por eso queremos el penacho de vuelta, para ver si nos da una idea de lo que fuimos, lo que somos y hacia dónde vamos, ahorita que andamos a oscuras.
Espero que esta depresión de las ideas sea pasajera. Debe de serlo. Este 2020, el anti-año, debe ser una pausa para repensarnos y ver hacia adelante con la esperanza como fuerza, pues en el pasado no vamos a encontrar las respuestas para el futuro.
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De nuevo cito a Peixoto: "La esperanza nos salvará, la esperanza es el combustible, es lo que tenemos para seguir viviendo aun con dificultades tan grandes como la que estamos atravesando".
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