Hizo falta una pandemia de talla mundial, un derrumbe económico y 50 mil muertos para darnos cuenta de que estábamos gordos.
Durante los últimos meses han concurrido varios elementos que valen la pena ubicar para discutir sobre qué hacemos con esos 6 de cada 10 mexicanos que padecen obesidad o sobrepeso.
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El subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell, inauguró el debate desde mayo cuando adelantó que el regreso a una nueva normalidad debía transitar forzosamente por el combate a la obesidad. Desde entonces ha ido subiéndole al nivel a esta línea discursiva al ubicar al problema como el "motor de la pandemia".
En el fondo al subsecretario lo acompaña la razón. Los datos al momento indican que del 100% de los muertos en México por la pandemia 67% padecía obesidad o sus enfermedades asociadas: diabetes, del corazón o hipertensión.
A esto hay que sumarle las consecuencias de la pandemia que exacerban aún más el problema. Como informó la OEM, se estima que el 47% de los mexicanos han subido de peso durante el encierro a causa de baja actividad física y haber comido de más.
Además, la 4T consideró erróneamente a los gimnasios y espacios deportivos como empresas no esenciales, por lo que aún no pueden operar con libertad. Hoy absurdamente existe un puñado de mexicanos, los que aún hacen ejercicio, que acuden a negocios operando en la clandestinidad como si de narcotiendas se tratase.
Resumiendo, estábamos pochigones antes de la pandemia y después de ella lo vamos a estar aún más.
López-Gatell indicó por dónde va a ir la estrategia gubernamental para hacerle frente a esta complicación, léase la famosa frase del "veneno embotellado" para referirse a la industria refresquera.
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El congreso oaxaqueño le tomó la palabra y prohibió la venta de bebidas y alimentos chatarra a niños y adolescentes, en tanto que iniciativas similares se analizan en Tamaulipas, Tabasco, San Luis Potosí, Estado de México, Chihuahua y Guanajuato.
Una regulación prudente sobre productos nocivos a la salud, en este caso los de alto contenido calórico, es un paso lógico como ya ha sucedido para las industrias del alcohol, el tabaco y los fármacos.
Sin embargo, batallar contra el problema de la obesidad no es sólo normar el consumo, es abrir una guerra por los frentes del gobierno, la empresa y la cultura.
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Es una lucha contra la falta de educación alimenticia, la no disponibilidad de alimentos de calidad a precios accesibles, la ausencia de espacios deportivos gratuitos y seguros, así como las condiciones laborales que limitan la buena alimentación y la actividad física.
Eso, sin meterse en complejidades como la falta de un mercado laboral y de consumo que fomenten al deporte más allá del futbol como una carrera viable para los jóvenes. Los mexicanos somos atletas hasta que nos chingamos la rodilla o desarrollamos el mal hábito de querer ganar un sueldo digno para vivir.
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He ahí las razones por las cuales al gobierno actual se le hace más fácil repartir culpas entre la industria que establecer una estrategia nacional contra la obesidad. Para esto último se requiere mucha imaginación y dinero.
Así como la 4T ha impulsado su Cartilla Moral de la mano de iglesias entre alumnos de educación básica, se necesita de una reestructura profunda de cómo nos enseñamos a comer.
Asimismo, la promotoría del beisbol no basta para un fomento sistémico de un estilo de vida sano entre los mexicanos. Ahí está la Conade actual con uno de los presupuestos más bajos de los que se tenga memoria.
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La pandemia de la obesidad obliga a repensarnos como sujetos de consumo, a la empresas a asumir responsabilidades y al gobierno a ofrecer una respuesta desde su papel como garante de la vida digna.
Como dicen los gabachos, hips don't lie.
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