Hace algunos años, en ese páramo alejado de la mano de Dios que es el número 3655 de la carretera libre México-Toluca, en Santa Fe, el secretario académico del CIDE, Guillermo Cejudo, dio la bienvenida a un puñado de periodistas jóvenes traídos de todas las esquinas del país, quienes iniciaban la Maestría en Periodismo y Asuntos Públicos.
Lamento no recordar el fraseo original, pero palabras más, palabras menos, les dijo: "nos gusta pensar que el CIDE es una pequeña isla de civilidad en este país".
El sentido del enunciado fue que, en aquella institución, tan pequeña de tamaño, pero tan potente en sus alcances, desde la práctica se buscaba alcanzar los ideales del desarrollo, democracia y justicia para México a través de la enseñanza.
Hoy, esa isla esquivó por apenas un pelo el hundirse en un mar de necedad e improvisación.
Este martes, el director general del CIDE, Sergio López Ayllón, anunció que los Centros Públicos de Investigación no serían obligados a reducir en 75% su presupuesto operativo gracias a las gestiones hechas por el Conacyt ante la Secretaría de Hacienda.
Apenas el 27 de mayo la institución había anunciado que entraría en "economía de guerra" debido al recorte a rajatabla que la administración federal les había impuesto como norma de austeridad con el fin de financiar las medidas para combatir los estragos del Covid-19.
Afortunadamente el gobierno federal ha recapacitado, pero preocupa que se vuelva a tropezar con la misma piedra. Apenas hace quince meses el presidente López Obrador tuvo que echar para atrás un recorte del 6% impuesto a la UNAM para el presupuesto 2019, reconociendo que había "sido un error".
Sobra nombrar las aportaciones reales que el CIDE ha tenido en la vida cotidiana de este país en las áreas de política pública, justicia, historia y economía, pero me gustaría enunciar una que desde la profesión periodística cambió enteramente el rumbo de México y esa es el reportaje de La Casa Blanca.
Aquel trabajo, que mostró de cuerpo entero la corrupción del régimen priista de Enrique Peña, vio la luz del sol en buena medida gracias al CIDE. Sus autores, los reporteros Rafael Cabrera, Irving Huerta y Sebastián Barragán son egresados de esta casa, en la que encontraron herramientas técnicas, metodológicas y de criterio que les permitieron desenmarañar la madeja de conflictos de interés y corrupción que significó la compra de esa casa presidencial.
En su justa dimensión, no es arriesgado referir que la pieza periodística y la indignación generada fue un pilar, entre muchos, sobre los que descansó la derrota del status quo mexicano en las elecciones de 2018 y el ascenso de Andrés Manuel López Obrador al poder. En ese sentido, el Presidente guarda una deuda con el CIDE y el periodismo que de él ha emanado.
Por sus perpetuas aportaciones a México, el CIDE así como los centros de investigación, educación y docencia, no se merecen hacer fila en alguna oficina de la Secretaría de Hacienda regateando dinero. Hoy más que nunca deben estar en el centro de la toma de decisiones de gobierno. La desigualdad del ingreso, la corrupción, la violencia, son hijas directas de la ignorancia y la falta de oportunidades que acompañan a la carencia de educación.
La pandemia actual aporta argumentos perfectos para abanderar un mayor apoyo a la educación y la ciencia, pues demuestra qué es lo que pasa a falta de ellas: ahí están los que creen que el Covid-19 es un invento o los que salen a "marchar" contra "el socialismo" montados en carros de lujo.
Contarle las monedas a la educación no es un tema de elegir entre la austeridad y la opulencia, es elegir entre la isla de civilidad o el medievo.
Puedes lee más del autor aquí ⬇