Eventos recientes indican que se está desarrollando una serie de eventos insospechados para la 4T.
Al tiempo que la vida está tomando su cauce en la nueva normalidad postpandemia, la rebelión abierta contra el gobierno de Andrés Manuel López Obrador se está haciendo cada vez más presente.
Le enlisto los conatos de conflicto que tengo a la mano, a reserva de que se me escapen varios más.
Los gaseros en paro en la CDMX que le exigen al Gobierno subsidios para operar ante la fijación de precios máximos y el comienzo de operaciones de Gas Bienestar.
Los maestros de la CNTE en Chiapas que tuvieron el arrojo hace unas semanas de, literalmente, privar de su libertad al Presidente durante dos horas mientras lo dejaron encerrado en su camioneta.
La huelga que durante 600 días el Sindicato de Notimex ha sostenido por presuntas violaciones al contrato colectivo de trabajo.
Y de manera más dolorosa y destacada para este Gobierno, la huelga que estalló este martes por parte de 5 mil empleados de ICA Fluor en la refinería Dos Bocas, quienes sostienen al momento de escribir esto una insensibilidad oficial para la mejora de condiciones laborales.
Como reportó la OEM, los empleados señalan que los ingenieros los obligan a trabajar bajo amenazas de correrlos, a pesar de que no les cumplen con los pagos de horas extras.
Obreros maltratados en la principal obra del sexenio presuntamente más sensible para con la lucha popular de la historia nacional. Emilio Lozoya cenando caviar es nada ante esta contradicción ontológica.
Todas estas manifestaciones no son conspiraciones de las élites de cuello blanco, la Mafia del Poder o la CIA. Son demostraciones de descontento de la clase trabajadora la cual presuntamente es la cimentación del proyecto lopezobradorista.
Sostengo que el hecho de que el presidente López Obrador se había salvado de un enfrentamiento similar con algún gran sector popular fue debido a la amnistía que le concedió el terremoto que representó para la vida cotidiana el Covid-19.
Un evento de dimensiones así de disruptivas en el orden de las cosas sólo encuentra eco en la Segunda Guerra Mundial y precisamente por eso se recuerda al sexenio avilacamachista como uno de unión nacional y relativa paz interna.
Pregúntenle a las mujeres de 2020, que en marzo de aquel año figuraron como el epicentro de uno de los reclamos sociales más potentes de la década y que vieron cómo el virus cortó el impulso de tajo.
Ocupados como lo hemos estado en sobrevivir, en enterrar a los muertos o a no perder el trabajo entre tanta incertidumbre, se dejó de lado la protesta social para centrarnos en cosas más esenciales.
Al tiempo que la pandemia va aflojando el nudo entonces sectores nada despreciables se están ocupando de nuevo de la realidad política y social para exigir más severamente cambios que se ajusten a su agenda.
Y ahí está lo delicado del asunto, pues el Presidente deberá pisar con pies de plomo de ahora en adelante cuando se refiera a eventos de desazón popular.
Una cosa es pelearse y ofender haciéndolos menos a periodistas de pluma fuente, al Consejo Coordinador Empresarial, Mexicanos Contra la Corrupción o al Consenso de Washington. Otra, muy distinta, es hacer lo mismo en contra de sectores populares con potenciales legítimas solicitudes sobre su situación laboral.
Sobran ejemplos en la historia mexicana para apuntar que cada presidente ha tenido su negrito en el arroz.
Los campesinos y mineros con Miguel Alemán; los ferrocarrileros con Adolfo López Mateos; los estudiantes con Gustavo Díaz Ordaz; y si nos vamos hacia adelante están los zapatistas con Salinas y Zedillo; Atenco con Vicente Fox; los electricistas del SME con Felipe Calderón; la Sección 22 de la CNTE con Peña Nieto.
El tratamiento que cada administración le dio a estos movimientos compone gran parte del perfil histórico que se escribe sobre ellos.
Durante estos tres años restantes, ya con disenso popular, que no de élites, se pintará el retrato del sexenio.
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